Paciano Padrón
En el grito de protesta pacífica en la calle está la salida, no en el silencio o cuchicheo. Mientras lo que hagamos sea rumiar nuestra desgracia, el déspota avanza sin trabas. Pongamos piedras en el camino de la ineficiencia y la corrupción. Le leí a mi tocayo Padrón, a Leonardo, que “nos toca -irremediablemente unidos- sudar el asfalto que nos saque de este accidente histórico y nos lleve de nuevo a ese paisaje llamado democracia”. El camino es de asfalto, transitarlo es un deber con la historia del bravo pueblo por su libertad y democracia.
No debemos calarnos más un gobierno tan malo y de tan pocos, que perjudica a todos. La protesta es un derecho humano fundamental y la libertad de expresión una garantía ciudadana inalienable. Venezuela protesta hoy contra la abrupta caída de la calidad de vida¸ contra el hampa y los asesinos dueños de la calle, ante un régimen que ni ve ni oye; contra la inflación que diluye nuestros ingresos como sal en el agua, haciéndonos más pobres, salvo a los boliburgueses corruptos que inflan sus bolsillos con insaciable apetito y sin freno alguno; contra el desabastecimiento que hace que la frase más repetida en Venezuela hoy sea “no hay”, estresándonos en una búsqueda -muchas veces inútil- de productos alimenticios fundamentales, de medicinas y de cuanto Dios creó, incluidos los repuestos para no importa qué cosa. El camino es de asfalto.
Toda acción o reacción en la vida de los pueblos tiene efectos directos y colaterales. El miedo de Maduro lo ha llevado a ordenar una brutal represión policial y militar contra la protesta juvenil y de la sociedad civil, que comprende asesinatos y torturas, y que deja en los cuerpos de los muchachos privados de libertad, “hematomas, aberturas en el cuero cabelludo, cortaduras y laceraciones”, y hasta una aberrante “violación anal con punta de fusil”. La inhumana represión no ha generado miedo sino indignación, lo que se traduce en más protesta, en más calle, en más asfalto.
Mientras los muchachos protestan, el régimen -como lo ha hecho en otros tiempos- infiltra las manifestaciones pacíficas, casi siempre cuando ellas están concluyendo, para con los desadaptados de los colectivos armados que le son fieles, cometer desafueros contra instalaciones públicas e incluso contra personas, presentando así como delincuentes a quienes valientemente y sin otro escudo que su pecho, ni otra arma que la verdad de sus consignas, han salido a patear las calles por el camino de asfalto.
El pueblo clama por libertad y democracia en procura de un gobierno que gobierne, de una administración pública eficiente y transparente, en beneficio de todos y no solo del cogollo boliburgués que cohabita en Miraflores. De su lado, el régimen aprovecha para distraer la atención de la ciudadanía indignada, intentando que no recuerde el karma de la inflación o la tragedia de la escasez, procurando que el pueblo olvide la inseguridad, la ineficiencia y la corrupción crecientes.
Profundo dolor y preocupación ha generado el asesinato de dos ancianos salesianos, de manos de dos muchachos criminales que, puñal en mano, se ensañaron contra los cuerpos débiles de esos ochentones. Este dantesco crimen desnuda el drama y la desgracia de Venezuela, que no es solo la muerte, sino la vida de muchachos devenidos asesinos. ¿Qué infancia y juventud se están formando en el país, con este régimen que, autocalificado de “socialista”, ya alcanza los 15 años? Esos muchachos son fruto del odio y de la pérdida de valores, hijos de la violencia, crecidos lejos de Dios. Dura la tarea que nos corresponde, transformar las conductas y amarrar a la gente a la vida, para que nunca más se llame a la violencia desde el poder, ni se ampare a paramilitares y colectivos armados.
La paz es el objetivo, la Venezuela que marcha hacia el desarrollo y la felicidad es la meta, hoy el camino es de asfalto.