**** Los catastróficos resultados económicos se notan en las cifras que muestran que estamos importando todo. Nada se produce en Venezuela. Los comisarios de la politiquería desmantelaron el aparato productivo
Una de las críticas que se ha hecho a este gobierno es la de haber engañado al país al instaurar gradualmente un régimen comunista, lo que es contrario a las razones por las cuales buena parte de su electorado los acompañó.
Un despiadado ataque contra la propiedad privada ha sido emprendido a través de confiscaciones de fincas productivas y de terrenos de usos diversos; invasión de inmuebles, tanto edificios en construcción como aquellos que presentaban alguna desocupación momentánea; apropiación de galpones e instalaciones industriales y arbitrarias expropiaciones de unidades de producción en funcionamiento.
Estas acciones han afectado la producción agropecuaria, la industria de la construcción, el ordenamiento urbano, así como a la industria, tanto la pequeña y mediana como la grande.
El caletre de la
lucha de clases
Una marcada obsesión por estatizar empresas, de cualquier ramo y tamaño, ha acompañado ese frenesí contra la propiedad privada. Desde tradicionales empresas de café hasta modernas cementeras. Hoy no producimos ni café ni cemento.
Los efectos sobre la necesaria confianza que debe existir para atraer nuevas inversiones han sido devastadores. Ruina y desempleo han sido la herencia de estas acciones, acompañadas por llamados al odio social, al inyectarles en las venas a los pobres que lo son porque “el otro es exitoso”. La cantaleta falsa y cruel según la cual lo que aquellos poseen es por haberlo robado a quienes no tienen. El caletre de la lucha de clases.
Un segundo reproche es que ministerios, alcaldías, gobernaciones y empresas del Estado, han estado conducidas por incapaces, por gentes sin la debida preparación y experiencia para el ejercicio de esas delicadas funciones. No convocan a profesionales de talento. No se abren a las universidades ni a las cámaras de industriales y comerciantes. Son una rosca que se va pasando los cargos públicos entre ellos, de mano en mano.
El colmo de la
sinvergüenzura
Los catastróficos resultados económicos se notan en las cifras que muestran que estamos importando todo. Nada se produce en Venezuela. Los comisarios de la politiquería desmantelaron el aparato productivo. Igual cosa ocurre con los servicios públicos: apagones a diario en casi todo el país. Caseríos, pueblos y vecindarios sin agua. Calles de grandes y pequeñas ciudades convertidas en basureros. Hospitales colapsados. Educación de pésima calidad y vulgarmente politizada.
El reparo que desde todos los sectores se le hace al gobierno por corrupto no es menor que las objeciones anteriores. Desde las “comisiones” que se arrebatan a proveedores y contratistas del Estado, pasando por negociados de contenedores llenos de toneladas de comida que nunca fue distribuida, serias acusaciones de asociación con carteles de droga, hasta las fortunas que se mueven en maletines hacia Buenos Aires o La Habana. Y todo escudado en uno de los mecanismos más perversos del chavismo: las Contralorías, tanto Nacional como de los Estados y Municipios, están en manos de subalternos políticos y empleados de los supuestamente “controlados”. Los mismos administradores, quienes hacen los cheques y deciden los depósitos bancarios, quienes contratan obras públicas y compran insumos para el Estado, se auditan a sí mismos. El colmo de la sinvergüenzura.
En manos de violadores
de los Derechos Humanos
A todas las críticas anteriores se ha sumado una que mantiene al país aterrorizado. Violan derechos humanos. Atienden manifestaciones pacíficas con armas largas, tanques de guerra, pistolas y granadas. Todo ello contraviniendo el ordenamiento legal. Disparan bombas lacrimógenas y perdigonazos a quemarropa. Arrestan sin orden judicial. Inventan delitos e imputan como delincuentes a inocentes estudiantes. Mantienen incomunicados y bajo torturas a los detenidos. Saquean y destrozan propiedades en ilegal persecución de manifestantes. Asesinan. Actúan en connivencia con bandas de delincuentes y terroristas urbanos.
Los últimos conflictos callejeros muestran este descompuesto rostro de quienes hoy abusan del poder en Venezuela. Venezuela está en manos de violadores de los Derechos Humanos. Y esa es razón suficiente para cambiar.
Si pierden arrebatan
A los arbitrarios, todopoderosos del gobierno, ya no les bastan las ventajas de usar los dineros públicos, encadenar emisoras de TV y radio, inhabilitar adversarios y aprovecharse de una inmoral mayoría en el Consejo Nacional Electoral. Ahora, aunque hayan perdido elecciones abrumadoramente, tienen unos señores llamados “magistrados” que desconocen la voluntad popular, destituyen Alcaldes quienes ganaron con amplitud y se sudaron cada voto y, además, les zampan 10 y 12 meses de cárcel a quienes osaron ganarles elecciones a sus jefes.
Extraña unanimidad
en el PSUV
Hasta ahora, las gríngolas de los cargos públicos, de la intimidación, de las amenazas y de la temida presencia de numerosas bandas armadas nos presentan una militancia chavista conforme y contenta con lo que hacen sus jefes. Sin embargo, eso es pura apariencia.
La verdad es que en cada barrio, en cada puesto de trabajo, en todas partes, abundan quienes fueron simpatizantes de Hugo Chávez pero protestan los asesinatos, torturas, arrestos arbitrarios y muchas otras formas de violaciones de los Derechos Humanos que se han presentado en las últimas semanas en nuestro país. La aparente “unanimidad” de criterio es falsa. En las bases chavistas hay desconcierto y vergüenza con la conducta represiva de este gobierno.
Lo que hay que hacer para alcanzar el diálogo
Venezuela es una. Tenemos que entendernos. Pero no debemos persistir en el error. Hay que superar yerros y omisiones. El diálogo debe ser un avance ante los dislates cometidos. El gobierno debe anunciar medidas firmes para desarmar bandas de terroristas que usurpan el nombre de “colectivos”. Los responsables de asesinatos y torturas deben ser enjuiciados. Los estudiantes, arbitrariamente imputados como delincuentes, deben ser plenamente liberados. Sin que lo anterior ocurra, el llamado a la paz es un engaño, un fingimiento
La voz de Claudio
Claudio Fermín