Hay asuntos molestos que deben ser tratados con prontitud. No cuando estemos tan absortos por la cólera que, dejando de lado el respeto por el otro, causemos al cónyuge un dolor tan profundo que se vuelva
Después de años de convivencia, una vez que la pasión comienza a desaparecer, cuando no se tiene previas experiencias en cuestiones de amor, algunas parejas pueden enfrentar duras situaciones que terminan lastimándolos el resto de sus vidas, ya que, en vez de buscar acuerdos que los beneficien por igual, los cónyuges prefieren vengarse profiriendo palabras hirientes debido a que, en el pasado, por encuentros desafortunados, sus egos resultaron lastimados.
Entonces, con tristeza, una vez hastiados de tantas ofensas, que se traducen en insultos, llenos de rencor, van tomando diferentes caminos pues, en el fondo, lo que cada uno esperaba era que le cumplieran sus promesas de amor y no que, con duros reproches, sus defectos, le restregaran. De ahí que la decepción aparezca y señale la culminación de esa unión que una vez pareció durar hasta el final de la vida pero, con el pasar de algunos años, sin ánimo de reconciliación, se acabó.
1. Los embastes
de la inexperiencia
Virginia se casó muy joven. Se enamoró a los dieciocho años, de tal modo que para ella sólo existía Augusto, que también la amaba tanto como esta dama lo quería a él. Los dos eran víctimas de una pasión tan fogosa que los llevaba a pensar que su amor era para siempre y su fuerza era tanta que convertiría cualquier obstáculo en algo que, por su insignificancia, no los tocaría, y mucho menos que los separaría en un futuro.
A pesar de lo anterior, unos veinte años después, Virginia reflexionaba que era muy injusto que cuando a la mujer se le despiertan las hormonas, la madurez brilla por su ausencia. Igual pasa con los hombres. Después, al tiempo, aparecen las grandes decepciones, junto a las canas incipientes, cuando el amor ha sido sometido a prueba sin que logre aguantar los embastes de la inexperiencia.
Luego, Virginia seguía en una práctica de reflexión, pensando que vienen los problemas que hacen considerar la separación la mejor opción. En ese momento, lastimosamente, en un abrir y cerrar de ojos, el ser amado se transforma en el más odiado. En este instante, con asombro, cuando menos se lo espera, entre sollozos, una mujer puede preguntarse: ¿Por qué me casé con este hombre que se transformó en un pesado lastre?
La respuesta no llega deprisa ya que cuesta recordar qué en el pasado hizo que dos almas se unieran para permanecer juntas hasta que uno de los dos muriera, pero, en realidad, sólo se mantuvieron unidas mientras duró amor; ya que, después, se ofendieron tanto que sólo lágrimas, reproches y rencores dejaron, y tales emociones terminaron, definitivamente, separándolos.
2. De la desesperación
a la resignación
Cuando contrajo matrimonio, Virginia parecía una virgencita. Tenía un largo cabello rubio, un rostro fresco y unos ojos claros, con ese brillo contagioso de quien siente amor puro en su corazón, pero, a veces, ese sentimiento termina convirtiéndose en un gran resentimiento con el que se carga el resto de la existencia.
La boda fue como se esperaba. Sencilla pero bonita. El traje de novia blanco satinado, con su larga cola, su delicado velo, bellamente, lo lució Virginia.
A lo anterior, se le sumaba aquella frescura contagiosa que a todos los hacía soñar con la posibilidad de un amor eterno. El novio, tan apuesto, tan joven y galán como ninguno, así se veía Augusto frente al altar. Los dos llenos de esperanzas, de sueños rosas, de una felicidad contagiosa que, por más que ellos desearan que mucho durara, era tan perecedera como las frescas rosas de variados colores que Virginia, rebosante de alegría, llevaba en sus manos el día de su casamiento.
Los primeros años fueron buenos. De repente, si había algo que no funcionaba, se pensaba que con el tiempo mejoraría, pero, con el pasar de los años, la situación empeoraba, la paciencia desaparecía mientras que los reproches se hacían en nombre de la verdad, pero no se perdonaban, quedaban ahí causando heridas que nunca sanarían, para señalar el camino que los llevaría a la desunión.
Después comenzaba la pesadilla, la desesperación se convertía en resignación cuando las lágrimas se secaban y el dolor se transmutaba en frustración. De ese modo, ocurrió con Virginia y Augusto. Cuando tuvo su primer hijo, ella se descuidó perdiendo la esbelta figura que tenía antes del matrimonio.
El peso ganado, ni corto ni perezoso, se lo reprochó Augusto a Virginia, que para vengarse de su desconsideración le manifestó lo mal amante que él era. En esos instantes, los dos se llenaron de impotencia por no poder cambiar aquella circunstancia que los acercaba a un adiós lento pero definitivo.
3. La llegada del
adiós definitivo
Después de aquellas dolorosas palabras, Augusto no tocó más a Virginia. Ella tampoco lo deseaba. Él fue a buscar a otras mientras que aquella pensaba en una vida sin él.
Pronto, Virginia le habló de separación a Augusto, y éste accedió. Aquel vestido blanco que permanecía en el armario, como recuerdo de aquella boda gloriosa, en una tela amarillenta se transformó cuando perdió su valor para ambos.
Con más madurez, Augusto le habría sugerido de buena manera perder peso a Virginia mientras que, para salvar aquel vínculo, ella le habría indicado ir a un terapeuta para corregir aquello de la insatisfacción mutua. Sin embargo, como todo fue muy diferente, cada uno, cargado de odio, su camino tomó, deseando nunca haberse conocido, para así no tener que cargar con tanto dolor y fracaso.
Hablando de lo
desagradable
sin ofender
*** Hay asuntos molestos que deben ser tratados con prontitud. No cuando estemos tan absortos por la cólera que, dejando de lado el respeto por el otro, causemos al cónyuge un dolor tan profundo que se vuelva imperdonable en el devenir de los años.
*** Más bien, con amor y cuidado, se puede cambiar del compañero sentimental aquello que nos provoca angustia, decepción o tristeza, para que lo menos bueno se corrija en la relación mientras se trabaja para convertir lo oscuro en algo que a ambos ilumine.
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas