1814-2014: Guerras inciviles

Abrir, la trampa de la violencia indómita, bajo el resquebrajamiento de las leyes y la institucionalidad, nos puede llevar a escenarios dantescos que creíamos superados: venezolanos contra venezolanos, una guerra incivil

Ángel Rafael Lombardi Boscán

La desmemoria es signo de imprevisión. Y un pueblo sin memoria es una colectividad sin rumbo, desprovista de un referente que le permita transitar el presente bajo los augurios de una dicha social consistente y promisoria.

La paradoja y el absurdo se combinan hoy para desmontar el discurso bolivariano actual en torno a una épica heredada, aunque apenas conocida en términos históricos serios. La grandilocuencia del pasado como edad de oro perdida es apenas un recordatorio frívolo bajo la impronta de un superhombre, Bolívar, al que se le ha despojado de humanidad para convertirlo en una momia de cera, en un mito heroico barnizado con una simbología sustituta de la realidad.

Las celebraciones del bicentenario de nuestra Independencia hoy lucen desdibujadas por la crisis nacional alrededor de la quiebra de un modelo democrático y la imposición de otro cuya naturaleza autoritaria ya nadie duda. Bolívar poco inspira salvo recurso ideológico para encubrir situaciones de oprobio desde un poder vacío y manipulador.

De tanto glorificar la Independencia y a sus prohombres la hemos vaciado de significados históricos que nos permitan asumirla como escuela de civismo. Por el contrario, su memoria está asociada a un militarismo inconveniente junto a un culto a la personalidad desmedido: el de Bolívar y los sucesores que se le han querido emparentar.

La Independencia nos dio una nueva nación, aunque a un costo histórico demasiado grande y trágico. Sin la aparición portentosa del petróleo, aún seguiríamos curándonos las heridas de una guerra que nos partió el alma. La guerra civil que fue la Independencia, tesis ésta de Vallenilla Lanz (1870-1936) cada día más vigente, fue de una virulencia atroz. Y el año 1814, desmontados todos los referentes jurídicos y administrativos, tanto los monárquicos como los republicanos, privó la ley del cuchillo y el olor de la muerte. Boves se convirtió en agente vengador de un resentimiento social y étnico instalado por las odiosas jerarquías coloniales, mientras que Bolívar se le equiparó tratando de sacar ventajas de esa misma situación. El tema de la libertad y la justicia social fue apenas interpuesto, a muy pocos les interesaba mientras se marcaban con sangre las puertas de las casas.

El radicalismo se instaló en ambos bandos en disputa y la violencia lo arrastró todo bajo una destrucción pavorosa: 200.000 fallecidos de una población que no llegó al millón de habitantes. Posteriormente, los libros de historia, escritos desde la conveniencia del poder, soslayaron toda esa amargura y la transfiguró en savia de la patria.

Hoy en el 2014, doscientos años después de ese año negro y bestial, estamos empeñados en conmemorarlo reeditando todo su horror. La represión en curso que lleva a cabo el régimen sólo es equiparable a las razzias propiciadas por la otrora “Guerra a Muerte” bajo la bandera del desquicio. Abrir, la trampa de la violencia indómita, bajo el resquebrajamiento de las leyes y la institucionalidad, nos puede llevar a escenarios dantescos que creíamos superados: venezolanos contra venezolanos, una guerra incivil.

Salir de la versión móvil