//// No se puede dialogar con el poder (y esto ha sido harto advertido) si te insulta, te persigue, y además no acepta que no hay posibilidad alguna de éxito mientras mantiene rehenes presos y no da tregua en su violencia. Eso es truncar el diálogo de antemano. Prestarse a eso, en el bando opositor (y ahora al parecer lo están entendiendo) te deslegitima y es servir de “tonto útil”
Nadie en su sano juicio, en esta nación de desencuentros, puede oponerse al diálogo como mecanismo para abordar y solucionar nuestros problemas. Cuando entre diferentes partes existen conflictos graves, la primera herramienta a la que se debe acudir es a la de, en el sentido Hegeliano, contraponer tesis y antítesis con la finalidad de resolver nuestras diferencias alcanzando una síntesis, una fórmula superior de entendimiento que no niega ni la tesis (propuesta inicial) ni la antítesis (la contrapropuesta), sino que las integra y redefine, para el bien de todos.
Todo eso ha de partir de ciertas bases, que hoy en Venezuela algunos pretenden hacer ver como “condiciones sine qua non”, que al final del día no son ni deben ser tenidas como tales, sino por el contrario, como presupuestos elementales para que la confrontación dialéctica tenga sentido y logre sus propósitos. “Base” no es lo mismo que “condición”. “Base” es, según el DRAE, el “fundamento o apoyo principal de algo”; las “condiciones sine qua non”, que así es como se las plantea en algunos sectores tanto del oficialismo como de la oposición más radical, son otra cosa. Éstas son, de nuevo según el DRAE, aquellas “cuyo cumplimiento es necesario para la eficacia del acto al que afectan”. Las primeras, las “bases”, en materia de diálogo político, son fundamentalmente una serie de principios que deben ser mutuamente aceptados para que el intercambio “gobierno-oposición” tenga sentido.
Cuando el diálogo
ha sido positivo
Hemos vivido momentos en los que diálogo “gobierno-oposición” ha rendido frutos positivos. En 2011 un grupo pequeño de estudiantes inició una huelga de hambre ante la sede de la OEA en Caracas, que con asesores de ONG como intermediarios, logró que 9 de los entonces 36 presos políticos obtuvieran, al menos, fórmulas de libertad que les permitieron continuar sus procesos, o terminar de cumplir sus injustas condenas, bajo diferentes formas de libertad, condicionada sí, pero libertad a final de cuentas. Antes de eso, en 2009, una masiva de huelga de hambre estudiantil (más de 250 jóvenes se sumaron a nivel nacional) logró la liberación del entonces encarcelado líder de JAVU, Julio Rivas. En el primero de los casos, en un hecho sin precedentes hasta ese momento, el entonces Ministro de Interior y Justicia, Tareck El Aissami, acudió personalmente a la sede de la OEA a comenzar el diálogo con los muchachos, y llegó incluso a afirmar públicamente que tanto éstos, como sus representantes, se estaban manejando con responsabilidad y seriedad. Eso fue lo que logró, al menos parcialmente, los objetivos propuestos por nuestros jóvenes.
En ambos casos, tomemos nota de ello, las “bases” sobre las que se abrió el compás de negociaciones y diálogo estaban muy claras. No se hablaba de “condiciones”, mucho menos de imposiciones, sino de principios, y no se descartaban las tesis y las antítesis de uno u otro bando “desde la cintura”, sino que se las tomaba en cuenta para, en la medida de las posibilidades, integrarlas en una síntesis superior que satisfizo, al menos en parte, a todos los involucrados. Eso no implicaba, por cierto, una excesiva “elasticidad”, propia del quehacer político, en los planteamientos. El oficialismo postulaba “dentro de la Constitución todo, fuera de ella nada”, y los estudiantes respondieron entonces con múltiples alternativas a favor de los presos políticos, todas “dentro de la Constitución” que dejaron “fuera de base” al poder, que al final y así sea parcialmente, se vio obligado a ceder.
Duela o no, ellos son
los dueños del circo…
Eso corrobora, primero, las bondades del diálogo, pero también los errores en los que el “diálogo” actual ha incurrido. La primera de las bases que debió haberse respetado, para la aceptación nacional de dicha gestión, tanto en el gobierno como en la oposición, es la de la legitimidad de los intermediarios. En cuanto al oficialismo, es menester que no confundamos la cuestionada “legitimidad”, tanto de origen como de desempeño, de Maduro, con la representatividad que éste y sus adláteres tienen del sector popular (mayoritario, minoritario, eso no viene al caso) que aún les sigue. A los efectos del diálogo, hoy en suspenso, la verdad objetiva es que quienes detentan el poder son ellos, nos duela o no. Si se iba a plantear un gran diálogo nacional, había que hacerlo con quienes, en el poder, cuecen las habas, aunque éstas se les quemen todo el tiempo o aunque siempre les salgan “piches”. Del “lado de allá”, pese a sus muchas payasadas, ellos son los dueños del circo, y negar esa realidad es condenar cualquier esfuerzo de entendimiento al fracaso.
La oposición incompleta
Por el lado de la oposición, el problema, a mi humilde entender, es que quienes se propusieron como nuestros representantes, y esto es un hecho, no lo son de un importante sector poblacional que no ve con buenos ojos las maneras y desempeños de un sector de la MUD. Tampoco representan, y esto también es un hecho reconocido incluso por ellos mismos, a quienes con su sacrificio fueron los que obligaron al poder a poner la “rodilla en tierra”, literalmente, y a “dialogar”. No en balde los grandes ausentes de este proceso, y en eso radica su mayor debilidad, han sido los que más han sufrido, los que han puesto los encarcelados, los muertos y los torturados: Los estudiantes. También algunos sectores de la oposición formal (como VP, Ledezma o María Corina) han sido excluidos por el único motivo de ser parte de una oposición que siente que es tan constitucional y válido, que lo es, protestar y pedirle pacíficamente a un presidente que renuncie antes de que termine su mandato formal, como esperar a que lleguen las presidenciales, a años de distancia, para cambiar las cosas. Un diálogo “completo”, por así llamarlo, debería integrar a todas las visiones en pugna, y de la misma manera en la que el poder sentó a un tupamaro en la mesa, las víctimas de los abusos han debido ser las primeras convocadas al mismo. Sin su aprobación, cualquier acuerdo al que se llegue carece de toda validez y efectividad.
La dignidad humana
no se negocia
Otra de las bases esenciales de todo proceso de diálogo tiene que ver con la determinación clara de los límites de cada bando. No se trata de imponer condiciones, sino de tener claro hasta dónde llega la “capacidad de disposición” de cada intermediario. No puedes pactar sobre lo que no es solo tuyo. Un tema que no puede estar siquiera sujeto a discusión es el del respeto a los DDHH, ni siquiera a costa de otros resultados positivos, políticos, que pudieran eventualmente lograrse. La dignidad humana no se negocia.
Además, no se puede dialogar con el poder (y esto ha sido harto advertido) si te insulta, te persigue, y además no acepta que no hay posibilidad alguna de éxito mientras mantiene rehenes presos y no da tregua en su violencia. Eso es truncar el diálogo de antemano. Prestarse a eso, en el bando opositor (y ahora al parecer lo están entendiendo) te deslegitima y es servir de “tonto útil”.
Empecemos entonces de nuevo, pero sentando mejor las bases. Necesitamos paz.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome