Sus padres debieron esperar diez días para recibir el féretro con los restos de su hijo de cuatro años. Es uno de los 28 cofres trasladados a Fundación desde la vecina ciudad de Barranquilla, para recibir sepultura este miércoles, tras un tortuoso proceso de identificación.
«Él me decía: ‘voy a esperar la buseta, voy a esperar la buseta…’. Como venían tantos niños, ellos cantaban, brincaban y eso los motivaba», dijo a la AFP Maryuris Rodríguez, madre de Mauricio, quien vive en una casa con techo de lata, en el barrio Altamira, de Fundación.
Ante la falta de transporte público en el municipio, los habitantes se transportan usualmente en motos particulares que funcionan como taxis (mototaxis). Un paseo en «buseta» (autobus pequeño) era la atracción para muchos niños cada domingo.
El vehículo los llevaba a un oficio religioso organizado por una iglesia evangélica, y los regresaba a sus casas. El 18 de mayo el autobús tomó fuego tras detenerse.
El conductor intentó reiniciar la marcha inyectando directamente gasolina al carburador a través de una manguera. Una chispa desató el fuego. Treinta y tres niños entre cuatro y 12 años años murieron calcinados, la mayoría en el momento.
Rodríguez, un ama de casa de 32 años, dejó subir a Mauricio por primera vez al autobús -antes iba caminando- justo el día del incendio.
«La primera vez que fue a la iglesia, él no montó porque lo dejó la buseta. Pero la segunda vez (el domingo del incendio), yo me levanté más temprano y le hice el teterito (biberón)» para que fuera, aseguró Rodríguez mientras muestra fotos del pequeño.
«Yo nunca lo dejaba ir a ningún lado, era mi bebé, nunca me separaba de él», se lamenta Rodríguez.
Después de la tragedia, la fiscalía descubrió que el vehículo iba sobrecargado, sin documentos en regla, y que el conductor no tenía licencia de conducir. El hombre, de 56 años, y el pastor que organizó el servicio religioso están detenidos y enfrentan una eventual pena de 60 años de cárcel.
Cinco de los cuerpos ya fueron sepultados, los otros 23 regresaron a Fundación para recibir un homenaje colectivo.
– «Esto va a ser un desierto» –
En las calles destapadas del barrio Faustino Mojica, donde murieron por lo menos 20 niños, algunas de las casas tenían mensajes de aliento pegados a las paredes de barro.
Niños descalzos y en ropa interior jugaban con arena y piedras del polvoriento sector frente a la mirada de médicos, psicólogos, funcionarios y periodistas.
«El problema va a ser cuando ya se acabe todo. Esto va a ser un desierto», dijo Giovanny Martínez, uno de los responsables del operativo de asistencia y apoyo a las familias de las víctimas.
Sin transporte ni servicios de aseo, alumbrado o alcantarillado, los pobladores han recibido un consuelo a sus penurias en medio de la tragedia. Es la primera vez que ven tanta gente junta dispuesta a ayudarlos.
Pero «esto quedará olvidado, en el aire, como estábamos» afirmó Nelson Tapias, quien perdió a siete familiares en el incendio: dos nietas y cinco sobrinos.
«Después del sepelio, todo el mundo toma su puesto. Cada uno quedará con su sentimiento y su dolor», agregó Josefa Ospina de Escobar, de 72 años y vecina del sector, quien perdió también a dos nietos.
AFP
Sus padres debieron esperar diez días para recibir el féretro con los restos de su hijo de cuatro años. Es uno de los 28 cofres trasladados a Fundación desde la vecina ciudad de Barranquilla, para recibir sepultura este miércoles, tras un tortuoso proceso de identificación.
«Él me decía: ‘voy a esperar la buseta, voy a esperar la buseta…’. Como venían tantos niños, ellos cantaban, brincaban y eso los motivaba», dijo a la AFP Maryuris Rodríguez, madre de Mauricio, quien vive en una casa con techo de lata, en el barrio Altamira, de Fundación.
Ante la falta de transporte público en el municipio, los habitantes se transportan usualmente en motos particulares que funcionan como taxis (mototaxis). Un paseo en «buseta» (autobus pequeño) era la atracción para muchos niños cada domingo.
El vehículo los llevaba a un oficio religioso organizado por una iglesia evangélica, y los regresaba a sus casas. El 18 de mayo el autobús tomó fuego tras detenerse.
El conductor intentó reiniciar la marcha inyectando directamente gasolina al carburador a través de una manguera. Una chispa desató el fuego. Treinta y tres niños entre cuatro y 12 años años murieron calcinados, la mayoría en el momento.
Rodríguez, un ama de casa de 32 años, dejó subir a Mauricio por primera vez al autobús -antes iba caminando- justo el día del incendio.
«La primera vez que fue a la iglesia, él no montó porque lo dejó la buseta. Pero la segunda vez (el domingo del incendio), yo me levanté más temprano y le hice el teterito (biberón)» para que fuera, aseguró Rodríguez mientras muestra fotos del pequeño.
«Yo nunca lo dejaba ir a ningún lado, era mi bebé, nunca me separaba de él», se lamenta Rodríguez.
Después de la tragedia, la fiscalía descubrió que el vehículo iba sobrecargado, sin documentos en regla, y que el conductor no tenía licencia de conducir. El hombre, de 56 años, y el pastor que organizó el servicio religioso están detenidos y enfrentan una eventual pena de 60 años de cárcel.
Cinco de los cuerpos ya fueron sepultados, los otros 23 regresaron a Fundación para recibir un homenaje colectivo.
– «Esto va a ser un desierto» –
En las calles destapadas del barrio Faustino Mojica, donde murieron por lo menos 20 niños, algunas de las casas tenían mensajes de aliento pegados a las paredes de barro.
Niños descalzos y en ropa interior jugaban con arena y piedras del polvoriento sector frente a la mirada de médicos, psicólogos, funcionarios y periodistas.
«El problema va a ser cuando ya se acabe todo. Esto va a ser un desierto», dijo Giovanny Martínez, uno de los responsables del operativo de asistencia y apoyo a las familias de las víctimas.
Sin transporte ni servicios de aseo, alumbrado o alcantarillado, los pobladores han recibido un consuelo a sus penurias en medio de la tragedia. Es la primera vez que ven tanta gente junta dispuesta a ayudarlos.
Pero «esto quedará olvidado, en el aire, como estábamos» afirmó Nelson Tapias, quien perdió a siete familiares en el incendio: dos nietas y cinco sobrinos.
«Después del sepelio, todo el mundo toma su puesto. Cada uno quedará con su sentimiento y su dolor», agregó Josefa Ospina de Escobar, de 72 años y vecina del sector, quien perdió también a dos nietos.
AFP