El pasado 16 de Mayo, celebramos un año más del nacimiento del venezolano que nos contextualizó el pasado y el presente de Venezuela, con la motivación siempre renovada que nos sirviera su ciclópeo esfuerzo de recopilación en un punto cardinal de apoyo.
El hombre que nos mostró a la sinceridad y la franqueza como las virtudes más emblemáticas del hombre de valor, sin poses ni egolatrías, tan marcadamente predominantes en la ignorancia vanidosa que exhibe ruidosamente su precariedad y falta de principios.
El hombre que iba siendo, el amante de la tierra que lo vió nacer y del mundo que le tocó vivir, con sus grandezas y simplezas: Arturo Uslar Pietri, el caballero de la palabra y el ejemplo, la cátedra viviente que hizo florecer el conocimiento para abonar aquél paisaje lleno de maleza, enfermedad y herrumbre, con la esperanza de convertirlo en la posibilidad cierta que sólo dependía de la acción de no escondernos en el anonimato detrás de los héroes.
La estirpe de este venezolano de excepción, nos llegó encapsulada desde Europa en el viaje del Coronel alemán Johan Von Uslar, bisabuelo de Arturo, oriundo de Lockum (Hannover, 1779), quien arribó al país en 1819 con 36 oficiales y cerca de 300 soldados para sumarse a la causa patriota y participar en la épica carga rodilla en tierra de la Legión Británica en la Batalla de Carabobo en 1821.
Quizás, de los sueños y convicciones del patriarca familiar y su amor a la tierra que sirvió de vientre para anclar su descendencia, proviene la inmensa devoción con que Uslar decoró cada una de sus obras, desde las breves (cortas, pero infinitas) de sus más de 80 relatos , como “La lluvia” incluida en Barrabás y Otros relatos de 1928, recogida magistralmente en un corto metraje extraordinario de Betty Kaplan en 1982, hasta sus celebradas novelas, como la ya referida “Las Lanzas Coloradas” cuyas notas leía a Asturias y Carpentier en las veladas del café “El Falstaff” en la Montparnasse parisina de 1930, a las que habría que añadir “La Historia en el Tiempo”(1990) con Juan de Austria como gran personaje, “La Isla de Robinson”(1980) con Simón Rodríguez como referencia del ideario emancipador en la historia socio-política de la América Latina, y “Oficio de Difuntos”(1976), clave literaria para comprender a Gómez y su época. Pero, cómo prescindir del extraordinario periodismo descriptivo del cual hizo gala al desparramar una alfombra de talento proverbial en sus magistrales crónicas de viajes, el fabuloso e irrepetible “La Vuelta al Mundo en Diez Trancos” de 1971 o la colección mágica del “El Globo de Colores” en 1975, y sus ensayos en “Valores Humanos” , “Raíces Venezolanas” y “Cuéntame a Venezuela” , la columna “Pizarrón” y la editorial “Sembrar el Petróleo” del diario Ahora en 1936.
El escritor polímata por excelencia de nuestra literatura, constituyó en si mismo lo que su amigo Jorge Luis Borges definió como “todos los hombres en un solo hombre”. Un universo humano, amplio, extenso y profundo, cuya capacidad de análisis y exposición pública de los temas fundamentales de nuestro mundo y nacionalidad constituyen la bitácora de viaje más acertada que podemos tener para hacer que todo el país aborde la lectura de su destino y la población encuentre el enorme tesoro que significa el ejercicio de sus vocaciones en la maravillosa invención de su futuro.