El aire del infierno no tolera los himnos. Arthur Rimbaud
En mis años de adolescente disfruté una lectura que si bien me sedujo por su naturaleza inteligente e irónica me costó mucho asimilar. El texto en cuestión lo he tomado prestado en cuanto a su título y fue escrito por Maurice Joly. El relato fabulado oponía al teórico Montesquieu al no menos teórico pero más pragmático Nicolás Maquiavelo.
Traigo a colación la obra de Joly porque imagino que en las profundidades que el destino por llamarlo así depara a algunos hombres tiene lugar un diálogo entre los actores históricos. Imagino que no siempre nos enteramos por ellos mismos siendo que la muerte como nos advirtió Epicuro es la privación de toda percepción y yo agregaré y de toda expresión pero ocurre que en la ruta de la vida en ocasiones compartimos con algunos que se pueden llamar sin exageración otro yo.
Leer la carta de Giordani que conmueve al partido de gobierno entre provocaciones, acusaciones, defensas y denuestos es a mi juicio; como escuchar el argumento justificatorio de las acciones que han conducido a la actual situación que vivimos pero desde el corazón y la conciencia con cinismo incluido, del mismísimo Hugo Chávez Frías. En realidad; el Comandante no lo habría hecho mejor que Giordani a quien por cierto, hay que mirar como una suerte de pretendido intelectual orgánico a lo Gramsci o acaso, como el guardián de la ortodoxia que legitima todas las heterodoxias.
Suerte de Rasputín de la revolución bonita, el monje aportó su talento y creatividad en cada ocasión que fue necesario para asistir las intuiciones, las revelaciones, las inferencias y especialmente las decisiones del hijo de Sabaneta. Allí estaba como un alfil, como un faro que alumbra para aclarar las afirmaciones y conclusiones a las que arribaba en su intenso ejercicio de orate el Presidente Chávez. Frente a la ciencia económica, ante la experiencia política e incluso encarando la doctrina social estaba Chávez con su capricho e inmenso poder para desafiarlo todo y especialmente, la racionalidad del estadista a la que cual iconoclasta impenitente retó el paracaidista con gusto y fortuna morbosa pero; era menester interpretar, explicar y peor aún articular aquel esfuerzo por figurar y trascender a cualquier costo que se permitió Hugo en su atribulado desempeño presidencial.
Quince años después y defenestrado no por Maduro sino por el impresionante fracaso quiso Giordani engreído y petulante como el fallido presidente, aclamar al tribunal de la historia. Deseó el planificador del desastre rendir cuentas sin detenerse sobriamente a evaluar con objetividad el costo de oportunidad que pagó el país y complacer las ansias faraónicas del que sin lugar a dudas pasará a la historia latinoamericana como el demagogo por excelencia y conste que compite con varias que han tallado del populismo estólido su nombre entre los condenados por el atraso y el subdesarrollo.
Entre tanto Maduro escogido como el epígono por excelencia vacila, titubea, duda y tal vez revise el pesado legado del que lo escogió en el último gesto de irresponsabilidad.
Nelson José Chitty La Roche