Para buscar seres extraños, la mayoría de las personas miran hacia el cielo.
Pero si miraran hacia abajo, más precisamente hacia el mar, descubrirían que ya viven entre nosotros.
Estos entes tienen cerebros, pero están dentro de sus tentáculos: cada extremidad actúa como si tuviera una mente propia.
Hablo de los pulpos, claro. Estos animales, junto a sus familiares cefalópodos, calamares y sepias, son algunas de las criaturas más raras de nuestro planeta.
Si a los científicos les ha costado adentrarse en las mentes de nuestros parientes más cercanos, los simios y los monos -sin mencionar a mamíferos más distantes como delfines o elefantes- con los pulpos es aún más difícil.
Nuestro último ancestro común con ellos existió probablemente hace unos 800 millones de años.
Aunque sabemos que son capaces de escurrirse por agujeros de dos centímetros de tamaño, abrir frascos y camuflarse, aún nos desconcierta cómo y por qué el pulpo pudo desarrollar un cerebro diferente al de casi cualquier otra criatura inteligente.
Muchas lenguas para probar el mundo
Hasta el tamaño es un tema de debate: los cálculos van desde 100 hasta 500 millones de células cerebrales, según la especie en cuestión y según a quién se le pregunte.
Pero todos coinciden en que más de la mitad de ellas se encuentran dentro de sus ocho tentáculos. Los seres humanos, en cambio, tienen unos 85 mil millones de neuronas, la mayoría dentro del cráneo.
Cada tentáculo del pulpo contiene unos 40 millones de receptores, en su mayoría a lo largo de los bordes de sus ventosas, que utilizan para palpar y para detectar sustancias químicas de manera similar a nuestros sentidos del gusto y el olfato.
Para tratar de entender mejor la vida de un pulpo, imagínate como sería si la mayor parte de tu cuerpo estuviera compuesta de lenguas, capaces de palpar y degustar todo el mundo a su alrededor.
La piel del pulpo también está repleta de cromatóforos, células que contienen pigmentos, que el pulpo puede controlar para cambiar su aspecto.
Aristóteles observó eso hace miles de años, cuando escribió: «busca su presa cambiando su color para que coincida con el color de las piedras adyacentes a él».
Desenredo
Cada tentáculo del pulpo actúa como si tuviera una mente propia, con sus propias intenciones.
En caso de amputar uno en un laboratorio (los pulpos pueden regenerar extremidades perdidas, así que este procedimiento es mucho menos horrible de lo que parece), seguirá respondiendo durante una hora.
Puede alejarse arrastrándose, si quiere. O puede utilizar sus ventosas para aferrarse a sus objetos preferidos, o para rechazar los repulsivos.
Y a pesar de tener ocho tentáculos que funcionan de forma independiente, el pulpo logra que no se enreden.
Esto atrajo el interés de Nir Nesher, neurobiólogo de la Universidad Hebrea, cuyo equipo descubrió que las ventosas rechazan los tentáculos de pulpo de forma automática. Así se explica cómo evita enredarse.
Sin embargo, los pulpos a veces se devoran entre ellos, lo que significa que no siempre evitan los tentáculos. ¿Por qué?
Nesher descubrió que los pulpos eran capaces de distinguir sus propios tentáculos amputados de aquellos que habían sido extirpados de otros pulpos.
Así, mientras tiene sentido que los tentáculos del pulpo eviten engancharse a los tentáculos de otros pulpos en general, también tiene sentido que un pulpo omita algunas veces esa regla, si eso supone disfrutar de una sabrosa comida.
También revela una especie básica de reconocimiento propio: es aceptable comer tentáculos de pulpo, a menos que sean los propios.
Nesher además descubrió que aunque los tentáculos actúan de forma independiente, el pulpo puede anular los reflejos más simples de sus extremidades cuando necesita hacerlo.
De esa manera, aprovecha lo mejor de ambos mundos: los tentáculos pueden realizar la mayoría de sus funciones por su propia cuenta y dejar que el animal utilice procesos de decisión de alto nivel solo cuando sea necesario.
En cierto modo, algunas partes del sistema nervioso humano funcionan de manera similar.
Cuando sentimos una sensación de dolor, como un pinchazo agudo o una quemazón en alguno de nuestros dedos, nos alejamos por instinto.
Ese reflejo, que proviene de la médula espinal, nos permite evitar el peligro incluso antes de que nuestro cerebro haya registrado el dolor.
Pero el tipo de decisiones que los tentáculos del pulpo pueden tomar por sí mismos, como las que implican el reconocimiento propio y el camuflaje, parecen ser más complejas que solo evitar el dolor.
Personalidad
Además de las impresionantes capacidades sensoriales de sus tentáculos, los cefalópodos tienen una excelente visión, son capaces de generar y guardar recuerdos tanto a corto como a largo plazo y pueden aprender nuevas tareas con facilidad.
Algunas especies incluso utilizan herramientas. Se ha observado muchas veces que los pulpos salvajes utilizan rocas para bloquear las entradas a sus guaridas y que algunos utilizan cáscaras de coco vacías como refugios temporales.
Se sabe que juegan en los acuarios. Tienen personalidades, que presentan diferencias individuales en rasgos tales como la agresión o la interacción.
Incluso pueden aprender a resolver problemas observando a otros pulpos y pueden recordar las soluciones, sin practicar, durante varios días.
A veces dirigen sus admirables mentes hacia los seres humanos, formándose sus propias opiniones de quiénes les agradan y quiénes no.
No es prudente ser enemigo de un pulpo: los rencores pueden durar un tiempo sorprendentemente largo.
El escritor Sy Montgomery cuenta la historia de Truman, un pulpo de acuario, en la revista Orion, especializada en medio ambiente:
«Con su sifón, la abertura situada a un costado de la cabeza que utiliza para propulsarse por el agua, Truman le disparaba una corriente de agua salada a esta joven cada vez que tenía la oportunidad.
Más tarde, ella dejó su puesto voluntario para asistir a la universidad.
Pero cuando volvió de visita varios meses después, Truman, que no había salpicado a nadie durante todo ese tiempo, le echó un vistazo y la empapó de forma instantánea otra vez».
Todo esto es especialmente impresionante teniendo en cuenta que estos animales solamente viven algunos años.
Los primates, los delfines, los elefantes, los loros y el resto de los denominados «animales inteligentes» pueden vivir durante décadas.
Tiene sentido que la evolución nos haya llevado a desarrollar habilidades de memoria a largo plazo, ya que la capacidad de recordar a nuestros amigos y enemigos puede ser decisiva para la supervivencia.
Pero eso no es cierto en el caso de los cefalópodos, que no son seres sociales y que viven durante un período muy breve.