En diciembre de 2003, la policía de Brasil detuvo a Francisco das Chagas Rodrigues de Brito, un mecánico de bicicletas de 39 años, acusado de haber matado y castrado a un adolescente. Tras las investigaciones se determinó que su número de víctimas ascendía a 42
Un total de 42 niños de entre seis y 15 años fueron asesinados por Francisco das Chagas Rodrigues Brito, entre 1989 y 2004, en Maranhao y Pará, localidades del nordeste de Brasil. Por estos crímenes, el sujeto es considerado el peor asesino en serie de Brasil.
Para sus delitos, Rodrigues Brito, un mecánico de bicicletas nacido en 1965 en Maranhao, eligió niños físicamente similares, de los suburbios pobres que trabajaban en las calles vendiendo dulces y vagaban por el lugar donde trabajaba o vivía el homicida, por lo que eran presa fácil.
Al ser detenido como sospechoso por el asesinato de Jonathan Silva Vieira, de 15 años, Rodrigues Brito negó su participación en el crimen, pero la policía finalmente presento la evidencia científica que confirmó la presencia de su bicicleta en la escena de la muerte del niño.
Finalmente, confesó este asesinato y otros 17 más, ocurridos en la región de Altamira y más tarde reconocería a un total de 42 muertes en otras localidades. Con su confesión, Rodrigues de Brito se convertiría en el mayor asesino en serie de Brasil y se colocaría en un lugar destacado dentro de la clasificación internacional.
Los crímenes
En diciembre de 2003 la policía detuvo a Rodrigues Brito por estar acusado de haber matado y castrado al adolescente Jonathan Silva Vieria en San Luis (Maranhao, Brasil). Tres meses después, los investigadores encontraron tres esqueletos en un barranco a 20 metros de su casa y decidieron preguntarle por el hallazgo.
El mecánico confesó, entonces, haber matado a 42 niños, con edades comprendidas entre los seis y 15 años, en San Luis y Altamira. El reo dio numerosos detalles sobre las víctimas y su modus operandi y aseguró que una voz en su cabeza le decía que debía matar. La mayoría de los cuerpos localizados por los cuerpos policiales aparecieron castrados y mutilados.
El modus operandi era siempre el mismo: conversaba con los niños y los invitaba a recoger frutas en el campo. Cuando entraban en la selva, mataba al niño por estrangulación, o los golpeaba con piedras o con objetos afilados. Después los mutilaba, les quitaba los testículos o el pene y también los decapitaba, llevándose con él algún recuerdo como huesos, ropa, un dedo, un pedazo del oído u otros miembros amputados. En algunos casos, violaba a la víctima y se sospecha que incluso comía partes del cadáver.
A parecer, el mecánico empezó atacando a tres niños en Altamira, a los que dejó con vida, aunque castrados. Su primer crimen se remonta a 1989 y el intervalo máximo que transcurrió entre asesinatos fue de un año, según su confesión. También dijo que había vivido en Altamira entre 1977 y 1993, que entre 1991 y 1992 pasó varios meses en San Luis, hasta que, en 1994, se trasladó definitivamente a esta ciudad.
Sus desplazamientos coinciden exactamente con oleadas de crímenes en ambas poblaciones y aunque por estas fechas los agentes se dieron cuenta de que había un castrador-asesino suelto, detuvieron a otros sospechosos. En principio, los sobrevivientes castrados reconocieron a otro hombre como su agresor, lo que le valió el sobrenombre de “El Monstruo de Altamira”.
Este señor ingresó en prisión y tras su liberación, apareció muerto en extrañas circunstancias. Después surgió una teoría acerca de una secta que se entretenía con rituales satánicos y a finales de 2003 se celebraron diversos juicios en Altamira con seis acusados que formarían parte de un supuesto grupo demoníaco. Cinco de ellos fueron condenados a penas que, en algunos casos, superaban los 50 años de cárcel.
Entre los reos había dos médicos y un ex policía (al que también habían identificado dos de los sobrevivientes). La principal acusada, líder de la secta argentino- brasileña, fue la única absuelta por falta de pruebas. Al parecer, la supuesta secta es un grupo pro marcianos que, en principio, no tiene nada que ver con la adoración al diablo.
Cuando las investigaciones sobre la muerte de Jonathan Silva Vieria finalmente llevaron a la captura de Rodrigues de Brito, éste explicó, entre lágrimas, que cuando era pequeño su abuelo materno le pegaba y que un hombre llamado Carlitos abusaba sexualmente de él.
Rodrigues de Brito reconoció haber asesinado Jonathan Silva Vieria, pero negó haberle pegado, violado o descuartizado, como sostenía la acusación. Fue condenado a 30 años de prisión en el 2007 por los asesinatos que se le han podido demostrar, por lo que en la actualidad se encuentra en la cárcel.
No se arrepintió de los crímenes
Durante los interrogatorios, Francisco das Chagas Rodrigues Brito aseguró que el motivo para sus crímenes estaba en la Biblia, haciendo referencia a Isaías 14:21: “Prepárese para la masacre de sus hijos por la iniquidad de sus padres; que no se levanten, ni posean la tierra, ni llenen el mundo de ciudades”.
A pesar de la aparente motivación religiosa de los asesinatos, los expertos creen que la clave es la difícil infancia que vivió Rodrigues Brito, pero cualquiera que sea la verdadera razón, el sujeto no mostró arrepentimiento por lo que hizo en ningún momento de su juicio. Cuando, ante el jurado, contó porque mató a los niños, él dijo que escuchó las voces que le ordenaban la matanza y manifestó, que luego fue tomado por una “fuerza exterior”
Edda Pujadas
Twitter: @epujadas