De acuerdo a esta tesis de solidaridad automática e incondicional de clase, si somos latinoamericanos, debemos apoyar todo lo que hagan los inmigrantes en EEUU. Igual a la inversa. Los norteamericanos deben apoyar todas las medidas que tome el gobierno de ese país contra los inmigrantes
La aplicación de correctivos a muchas distorsiones económicas y aberraciones sociales se está enfrentando a una especie muralla china que podríamos llamar la alianza de clase. Esta solidaridad automática se puede apreciar en el tema abordado en el artículo pasado, que trató el caso de la inmigración infantil en Estados Unidos de niños procedentes de Centroamérica.
De acuerdo a esta tesis de solidaridad automática e incondicional de clase, si somos latinoamericanos, debemos apoyar todo lo que hagan los inmigrantes en EEUU. Igual a la inversa. Los norteamericanos deben apoyar todas las medidas que tome el gobierno de ese país contra los inmigrantes.
Esta misma actitud priva en el imaginario colectivo del venezolano y una buena parte de sus dirigentes. Lo vimos con las guarimbas. Muchos alcaldes y dirigentes políticos de oposición (salvo muy pocas excepciones) no condenaban, al menos de manera frontal y consistente, este bloqueo absurdo de las vías de comunicación en sus municipios que hacían grupos identificados con su tendencia política.
En los periodistas existe una conseja que algunos aplican de forma autómata, deben ser antipoder, así no haya un motivo racional. Igual ocurre con muchos trabajadores que sentencian que los sindicatos “no pueden ser patronales”, entendida (o mal entendida) esta expresión como que no pueden haber alianzas ganar-ganar, que la relación debe ser –necesariamente- antagónica, así el patrono cumpla con su deber e incluso asuma un rol más integrador, humanitario y solidario con la clase trabajadora.
Esta visión se mezcla a veces con el concepto marxista de la conciencia de clase. Y aclaro, no quiero decir que la conciencia de clase no sea una de las tantas formas que sirven para abordar el diagnóstico y solución de muchos problemas que resultan de las dinámicas sociales y económicas.
Pero estas posiciones se convierten en una peligrosa trampa para la gobernabilidad de las naciones. En ocasiones, un gobierno debe tomar medidas y aplicar correctivos que pueden involucrar a grupos que pertenecen a la clase que está ejerciendo el poder. Pero si lo hacen, se considera contranatura. Y esto sirve para chantajear.
En la aplicación de correcciones en el orden económico, social, político, educativo y cultural, debe evitarse caer en esta trampa. Por lo tanto, lo más sano para una nación como un todo, y por ende a la mayoría de su población, es tomar las medidas que hagan a una sociedad más justa, como por ejemplo atacar con contundencia la venta olímpica e ilegal que hacen los buhuneros en las aceras y la proliferación anárquica mototaxistas en las principales urbes del país.
Miguel Pérez Abad