«La filosofía ya ha perdido la capacidad de reflexionar sobre la vida en su totalidad». M. Kundera
Los padres fundadores de los Estados Unidos de América cuidaron desde el comienzo no permitirse confundir entre Democracia y República e inclusive en El Federalista se advierten celosas distinciones. Con desconfianza manifiesta y desdén se miraba a la democracia sospechosa de demagogia y manipulación. Se optó por un régimen republicano caracterizado por la libertad, los derechos individuales, la no dominación de castas, clases o sectores sociales y responsabilidad en el ejercicio del poder.
En Venezuela siempre nos reclamamos republicanos y desde el comienzo se ubicaron los hombres de la época entre los defensores de las corrientes de pensamiento venidas de Europa y del norte de América y mayoritariamente alineados en torno a otro rasgo propio del credo norteamericano; nos referimos a una forma de Estado compuesto y no unitario, con cabida para ordenes políticos, administrativos, institucionales y jurídicos complejos. Por eso fuimos en el alba una república y una confederación de provincias.
Pero la vocación democrática también nos acompañó como una resulta de naturaleza dialéctica. La primera y la segunda república voceaban consignas de confrontación entre blancos y otros y entre ricos y pobres. Los mantuanos eran todo frente a los que no eran nada pero al mirar a España eran nada a su vez frente a los que se pretendían mejores. La igualdad democrática y republicana no tenía la misma perspectiva en las mentes del hervidero convocado por la invención de un mundo nuevo. Roscio, Yánez, Bello la vieron luego y Bolívar lidió hasta su muerte con las contradicciones que se generaban a diario entre los unos que no aceptaban como iguales a los otros porque en el fondo no hay nación sostenida en la discriminación ni tampoco escapa el pensamiento de los humores de los que en busca de especificidad comprometieron siempre las posibilidades de una expresión societaria auténticamente nacional.
La alteridad como concepto filosófico no estaba comprendida en la Gran Colombia y tampoco en la visión democrática del liderazgo y por eso triunfo la segmentación y no la integración. Peor aún; en Venezuela se exacerbaron las diferencias y se justificó la deletérea empresa de los hombres de armas que usurparon sistemáticamente a la democracia y contaminaron el discurso de la igualdad. Ese anatema armado desfiguró a la república y manoseo a la política corrompiéndola. Ese fue el siglo XIX.
Nelson José Chitty La Roche