Uno de los principales indicadores de bienestar social en un país se mide a través del nivel y buen funcionamiento de su sistema de salud; y si nos basamos en esta premisa, Venezuela no solo está raspada, sino muy mal encaminada.
La inexistencia absoluta de algunos medicamentos y tratamientos terapéuticos, unido al evidente y deplorable deterioro de la infraestructura hospitalaria, y a la falta de elaboración y aplicación de planes de acción que garanticen el derecho a la vida, mantienen en oración a muchos venezolanos con enfermedades crónicas y terminales.
Estamos frente a una emergencia humanitaria en materia de salud, y pareciera que al Gobierno nacional poco le importa. Vemos con horror cómo nuestros pacientes con cáncer deben aferrarse a la fe, porque no encuentran los fármacos para aplicarse la radio y quimioterapia; y, peor aún, cómo la escasez de insumos médicos ha provocado que en nuestros centros asistenciales no se puedan realizar las pruebas necesarias para la detección temprana de esta enfermedad, que anualmente cobra la vida de 22 mil venezolanos, según cifras de la Sociedad Anticancerosa.
Misma oración le toca rezar a quienes padecen alguna patología crónica. Y es que tampoco se consiguen los medicamentos necesarios para realizar cirugías cardiovasculares, ni las medicinas para los pacientes con VIH, hemofílicos o trasplantados. A esta tragedia se une la suspensión de operaciones electivas, tanto en hospitales como en clínicas privadas, por falta de anestesia y material quirúrgico como pinzas para biopsias, stents metálicos, suturas, gasas, guantes, solución fisiológica, compresas, cepillos quirúrgicos, cánula para traqueotomía y catéters.
Es verdaderamente deplorable que nuestro pueblo no tenga garantías de salud, e inaceptable que producto de la desidia de este Gobierno centenares de venezolanos estén en lista de espera para realizarse una operación. Se habla de una falta absoluta de 80% de los medicamentos en el país, y ¿qué está haciendo el Ejecutivo?
Ya pasamos los 200 casos de Chikungunya en el país y deberíamos estar blindados ante la peor epidemia por Ébola en el mundo. Dios nos proteja, señor Presidente, de enfrentar esta agresiva enfermedad, porque si no tenemos insumos para calmar un simple dolor de cabeza, no quiero imaginar cuál será el plan de contingencia en caso de tener que enfrentar este virus.
La realidad es preocupante, pero sobre todo temible. Estamos frente a una crisis que pareciera no tener vuelta atrás. Hablamos de una emergencia humanitaria como consecuencia de los errores en las políticas públicas y la falta de la acción del Estado, y aún no terminamos de ver una verdadera “acción del Estado” para detener esta tragedia. Señor Presidente, nos estamos muriendo de desidia. Nunca es tarde para reflexionar, por la salud de nuestro pueblo vale la pena seguir luchando.
Jorge Barroso