Conciencia en venta

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No vale la pena dejar de lado los valores por objetos materiales o por una condición social que al final de cuentas no se ha alcanzado por mérito propio sino vendiendo la dignidad gracias a una ambición desmedida mientras vamos ignorando la conciencia

La superficialidad es comportarse de un modo en que sólo lo material importa más de la cuenta. No es algo impuesto recientemente cuando hace unos cuantos años se empezó a hablar de globalización. El asunto viene de atrás. En épocas tempranas existían bastantes mujeres superficiales cuando las joyas, vestidos costosos y una buena posición social era lo único que les importaba a estas interesadas damas. En el presente, esa situación no es tan distinta como en el pasado.
Es cierto que hay un afán de consumir. Tener nos hace sentir bien, desde esos zapatos que vimos en la vidriera que nos fascinaron, pasando por el celular último modelo que tiene todas las herramientas tecnológicas que necesitamos, hasta aquella casa del frente, todo eso añoramos porque sentimos que lo merecemos.
A pesar de lo anterior, no vale la pena dejar de lado los valores por objetos materiales o por una condición social que al final de cuentas no se ha alcanzado por mérito propio sino vendiendo la dignidad gracias a una ambición desmedida mientras vamos ignorando la conciencia.

1. Ella luce tal como quiere
Carmen Adela tiene veintidós años. Luce tal como quiere. La talla seis que la hace bien delgada, pero con las curvas que quiere pronunciar. Resalta con delineador negro esos ojazos azul claro que heredó del padre inmigrante que enamoró a su madre apenas adolescente.
Llevaba el cabello largo hasta la cintura a pesar de que cuidarlo significaba bastante tiempo invertido en esa imagen sexy provocada, pero ella con gusto lo hacía. Aunque el tono de su cabellera era rubio, se hacía unos reflejos que la aclaraban aún más.
Como había pasado necesidades, se había prometido que jamás volvería a eso. Entonces, Carmen haría lo que fuera por obtener una posición social que estaba lejos de ocupar, a menos de que se superara y trabajara exhaustivamente hasta alcanzarla, pero lo que más deseaba era aparentar lo que no estaba cerca de ser, en caso de que no hiciera algo para cambiar esa situación, pensaba ella fríamente.

A duras penas, había terminado el bachillerato. No quería estudiar una carrera universitaria, a menos de que no tuviera otra opción. Sentía que el estudio no se le daba. Lo que le quitaba el sueño era resolver su futuro de forma inmediata cuando aún lucía como quería y despertando el deseo de los hombres que encontraba a su paso. Por ello la meta la tenía tan clara como el color de su cabello platinado.
Trabajaba como asistente en una compañía. Por supuesto, el sueldo que ganaba no le alcanzaba para darse sus gustos para comprar, así no necesitara, todo aquello que anhelaba, como esos zapatos de tacón alto de un color difícil de combinar, excepto con la cartera del mismo tono que también había visto en el centro comercial cercano a su trabajo.
Por lo anterior, Carmen Adela pasaba horas viendo vidrieras, casando ofertas y conquistando corazones que agradecieran la atención que ella les brindaba por uno de esos tantos obsequios que anhelaba con todo su ser. La vida se le iba en esos trajines sin que los sueños de una mujer centrada atravesaran su mente. Y aunque era tan joven, su vida se volvía cada vez más efímera, por la superficialidad que por los poros transpiraba.

2. Dinero ganado con el sudor de otro
Ese celular le había costado demasiado caro. No lo había comprado con dinero ganado con su propio sudor sino que tuvo que dejarse enamorar de Raúl quien no le gustaba para nada, pero le daba regalos caros. Por eso, lo soportaba mientras le seguía el juego de mujer ilusionada.
Carmen conoció a Raúl por una amiga que se lo presentó. Fue en una fiesta a la que la invitaron. Para ir tuvo que alquilar un vestido. Los zapatos se los compró a duras penas. Las joyas se las prestaron, pero todo aquel esfuerzo valió la pena, pues conoció a un caballero que aunque no era apuesto tenía la billetera bien repleta.
Apenas Raúl la vio, se obsesionó con Carmen. Aquella mujer le fascinó. Notó una ambición desmedida en sus ojos que negaban la presencia de amor, pero incluso así se dejó cautivar por ella sin poner resistencia a sus encantos. De ese modo, empezó una historia de amor que se convertiría en un cuento de terror
Los amigos de Raúl le alertaron. Él prefirió no escuchar aunque después lo pagaría caro. Aquella piel de durazno de Carmen, aquella cintura tan pequeña que parecía irreal y esa boca cruelmente sensual, hacían que nada valiera más que el placer de tenerla y de disfrutar esos encantos.

3. Superficial como el plástico

Carmen Adela había perdido la sensibilidad, o quizá nunca la había tenido. La dignidad poco le importaba cuando se trataba de regalos. Ella estaba muy clara en lo que quería.
Raúl siguió en su afán de conquista. Creyó que había obtenido éxito, hasta que apareció Carlos que tenía una mejor posición económica, y Carmen sin piedad lo reemplazó. Él quiso luchar por lo que creía suyo, hasta que se dio cuenta de que esta mujer tan superficial como el plástico lo utilizó para satisfacer sus caprichos materiales.
Como se enamoró perdidamente de ella, Carlos le propuso matrimonio a Carmen Adela. Ella aceptó porque vio que él era de familia adinerada. Sin embargo, le costó ganarse el afecto de los más cercanos de su marido.
El matrimonio se dio. Pasaron una temporada felices. Uno encontraba en el otro lo que andaba buscando. Ella, bienes materiales. Él, pasión, lujuria y algo de ternura. No obstante, cuando necesitó apoyo incondicional, Carmen lo ignoró. Entonces, aquella unión, de la noche a la mañana, finalizó. Dejando dolor, decepción y rabia, cuando Carlos tardíamente descubrió que su mujer era tan sólo alguien que tenía la conciencia en venta.

Superficialidad versus profundidad
** La belleza externa agrada a todos, pero cuando no va acompañada de valores como honestidad y lealtad vale tan poco que es mejor no dejarse cautivar.

** En el presente, en cuando la sociedad nos lleva a consumir, a tener más que ser, encontrar quien sin interés nos quiera se convierte en lo más preciado

La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas

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