Para una parte importante de los analistas que a diario se expresan por los medios de comunicación sobre la situación del país, los problemas por los que atraviesa nuestra economía tienen una causa casi única que los generaría: el control de precios de las divisas y de bienes y servicios. A sus ojos, bastaría combinar una buena dosis de disciplina fiscal con una liberación cambiaria y de los precios en general para que las dificultades se superen, en particular la escasez y la inflación.
En parte tienen razón, porque la libre formación de precios tiende a evitar la inflación y la escasez, pero la realidad es más compleja que las recetas sencillas o la ilusión de las varitas mágicas. Esto lo sabe cualquier estudiante que haya revisado la historia de los distintos episodios de crisis por los que han atravesado países como los latinoamericanos o de aquellos cuya economía reposa en la minería o los hidrocarburos.
En el caso venezolano, es obvio que si se liberan los precios se le pone fin a la escasez. Con precios astronómicos solo quienes pertenecen a los estratos de ingresos más elevados tendrían acceso suficiente a alimentos y medicinas. Menos gente con capacidad de compra es equivalente a menos colas, pero esta no es una solución verdadera, sino una respuesta libresca, porque no toma en consideración una cuestión esencial de nuestra economía petrolera: cómo distribuir de manera equitativa entre todos los venezolanos el ingreso en divisas que proviene del petróleo. Una variable social que no se puede ni se debe eludir. La liberación del precio de las divisas no resuelve esta parte del problema.
Otro error en el que incurren con frecuencia los analistas es considerar la distribución de la renta como una especie de subsidio o de transferencia de recursos de las clases altas a las clases bajas, como sucede con los impuestos en otros países. Pero ese no es el caso, ya que de lo que se trata es de garantizar un derecho, no de dar una ayuda.
Uno de los instrumentos que se ha utilizado para distribuir la renta es la política cambiaria y de precios. Es lo que ha intentado hacer el Gobierno, pero no ha funcionado eficientemente. No porque los controles estén siempre destinados al fracaso, como se afirma erradamente, al olvidar que en todos los países del mundo hay controles, como los aduaneros y contra la evasión de impuestos, sino porque el aparato de Estado venezolano es muy frágil y no cuenta con un personal acerado, capaz de resistir la presión del empresariado para obtener ilegalmente divisas para repatriar dividendos. Al contrario, prevalece la corrupción.
El gran desafío es diseñar una política económica que logre derrotar la escasez y la inflación y, simultáneamente, sirva a la distribución equitativa de la renta petrolera. La inflexibilidad cambiaria no ha servido. Una liberación absoluta tampoco responde a las necesidades planteadas. De allí que explorar un ajuste gradual luce como lo más recomendable en el contexto actual. Una varita práctica, aunque no es mágica.
Leopoldo Puchi