Hoy la Mesa cruje y no acaba de expiar sus culpas. Los aliados salen de escena con poca gloria y muchas penas. El gobernador ausente se ha decidido a reconquistar el fuego perdido
Tras su apretada derrota el 14 de abril, Henrique Capriles pareció fulgurar como una estrella solitaria en el firmamento de la oposición. El gobernador se ha jactado en reiteradas ocasiones de este efímero momento de gloria, cuando desmintió por igual a amigos y enemigos que le auguraban una derrota tan aplastante como la sufrida ante el fallecido presidente Hugo Chávez. Si frente este último había parecido, efectivamente, un majunche —asustadizo, sudoroso, balbuceante— frente a Nicolás Maduro se mostró más dueño de sí, como quien dispara su último cartucho.
No obstante, en los días inmediatamente posteriores al 14 D se le volvió a ver turbado, inconsistente, indeciso. Luego de exhortar a las bases sociales opositoras a drenar su “arrechera” en las calles, reculó con frases ininteligibles referidas a la “lucha pacífica, democrática y constitucional”.
Optó entonces por la vía de las auditorías y las impugnaciones, sabiendo por anticipado que ninguna de estas sutilezas jurídicas y publicitarias estaba llamada a prosperar. Pocos entendieron por qué, mientras difamaba del Consejo Nacional Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia, se decidió a colocar todos los huevos justo en la canasta de las elecciones municipales del 8D, a las que presentó como un plebiscito.
Realizó una campaña desesperada. Abrió un canal televisivo en internet, de escasa audiencia y corta vida. Ofreció cuantas entrevistas pudo; llenó de mensajes las redes sociales. Emprendió un recorrido desaforado por toda la geografía patria, al que llamó “Cruzada por Venezuela”. Casi no se le veía en Los Teques.
El fracaso fue estrepitoso. Quien envió su mensaje poselectoral, rodeado de rostros huraños, era un hombre abrumado, sin explicaciones, argumentos ni capacidad de convocatoria. De pronto desapareció, no solo de Miranda, sino de la faz de la tierra. Se comentaba que andaba rumiando sus penas a solas, mientras en la Mesa —y debajo de la mesa—, comenzaban a atacarlo de forma cada vez más abierta: él, y sobre todo él, habría sido el culpable de la derrota.
La frágil unidad opositora comenzó a resquebrajarse. Desde un ala radical hasta entonces contenida, surgieron voces desafiantes que pronto pasaron a la ofensiva e impusieron su visión de protesta violenta de calle, alias “la Salida”.
La estrategia del ala radical entrañaba un claro desafío a la hegemonía de Capriles y sus aliados en la Mesa de la Unidad Democrática. Los asesores del ex candidato presidencial no solo le advirtieron que esa estrategia, incapaz de sumar al pueblo más humilde, estaba derrotada de antemano, sino que su improbable triunfo constituiría el golpe de gracia a su estrellato, el punto final de su largamente acariciada aspiración a instalarse en Miraflores. Tanto si triunfaba como si no, esta estrategia solo podría perjudicarlo. Ello determinó su posición ambigua, el juego doble que no logró engañar a casi nadie y, en cambio, marcó un nuevo hito en la declinación de su supremacía. Asistía y no asistía a las marchas en las que sus rivales aparecían ostensiblemente como líderes. En una ocasión fue abucheado y, desde las redes sociales, sus antiguos acólitos le preguntaban qué le ocurría, por qué callaba y hasta lo llamaban traidor. Se dice que andaba deprimido y, cuando pareció recuperarse, fue para a hablar de puñaladas traperas. Otros ocupaban su lugar en los titulares de los diarios opositores; otras figuras eran entrevistadas en CNN.
Hoy el gobernador debe pensar que cometió un grave error al no oponerse francamente a la Salida desde el inicio. Pero, ¿cómo se hubiera atrevido entonces a hacerlo? ¿Cómo quedaría parado ante las bases opositoras que se habían lanzado a la aventura de obligar presidente a renunciar? ¿Y si la estrategia diera resultado? “Sí, pero no”, fueron las palabras que logró articular, además de jurar una y otra vez su apego a la Constitución nacional. Solo cuando fue apreciable el fracaso de “la Salida”, se decidió a pronunciarse abiertamente contra ella y a reconocer que había perjudicado a todos los sectores de la oposición.
Quizá la depresión fue su consejera cuando resolvió asistir a la convocatoria al diálogo político nacional, no sin antes asegurar que Miraflores temblaría con sus palabras. Allí se le vio hosco y corto, y regresó con las manos vacías. No faltó quien asegurara que había ido a limpiarle las botas a Nicolás.
Hoy la Mesa cruje y no acaba de expiar sus culpas. Los aliados salen de escena con poca gloria y muchas penas. El gobernador ausente se ha decidido a reconquistar el fuego perdido. Pero ya pocos creen que pueda lograrlo. Ahora ha anunciado una nueva “cruzada” por el país. Anduvo por Táchira, Anzoátegui y Zulia invocando a la virgen, haciendo promesas al pueblo e injuriando al Gobierno nacional. Entretanto, Miranda se hunde en la desidia y la basura, y las encuestas arrojan que cada vez son menos los ciudadanos que apoyan a quien no ha podido ser presidente ni gobernador.
CRUCE DE IDEAS
Alejandro Pérez Frías