Gonzalo Himiob: Mal paga el diablo…

En esa ceguera selectiva, siguen muchos ahora, pero mientras las monedas fluyen, muchos son como los monitos de Toshogu (no oigo, no hablo, no veo)
En esa ceguera selectiva, siguen muchos ahora, pero mientras las monedas fluyen, muchos son como los monitos de Toshogu (no oigo, no hablo, no veo)

 Muchos empresarios han jugado, desde que Chávez se montó en el poder y aún ahora, ese juego perverso en el que creen que por uno que otro contrato o por alguna ventaja coyuntural y efímera que puedan obtener, pueden bailar “cachete contra cachete” con el demonio sin quemarse

Una de las cosas que más sorprende de nuestra particular idiosincrasia es la ceguera selectiva que muchos muestran cuando de lidiar con el poder se trata. Tiene que ver, por supuesto, con nuestra proverbial inmediatez, ese rasgo que nos impide pensar en las consecuencias de nuestras acciones más allá de la punta de nuestras narices, de lo que es “para ya”, sin ver los efectos y peligros que acarrean nuestras elecciones y nuestros actos a mediano y a largo plazo. A veces muchos, especialmente cuando están involucrados los “cobres”, como les dicen los maracuchos, se me parecen más a esa caricatura que representa a un equino al que se le ata con un palo una zanahoria justo frente al hocico para que, aunque nunca puedan alcanzarla, la persigan con denuedo sin ver o pensar en nada más.

Nadie puede bailar con el demonio sin quemarse

Muchos empresarios han jugado, desde que Chávez se montó en el poder y aún ahora, ese juego perverso en el que creen que por uno que otro contrato o por alguna ventaja coyuntural y efímera que puedan obtener, pueden bailar “cachete contra cachete” con el demonio sin quemarse. Lo he visto mil veces. Fulano decide “no meterse en política”, o “ser neutral”, lo que sea que eso signifique en este país atormentado, a cambio de la llave que le abra oportunidades de negocios con el poder, pensando que más vale tener esos pájaros quemados en la mano que arriesgarse a ser un paria por no querer avalar abusos ni vincularse con quienes abusan de sus cargos para dilapidar nuestros caudales a placer. Otros, especialmente en los medios de comunicación privados, hoy optan por acatar la orden de silencio sobre nuestra realidad que ha sido impuesta desde Miraflores, por simple instinto de supervivencia o a la espera de que “las cosas cambien”, pensando que con ello ya tienen ganada una indulgencia y una supuesta tranquilidad, que la verdad sea dicha, nadie tiene garantizadas en este país, sea quien sea o haga lo que haga.

Cuando las hienas atacan

Se trata de no tener conciencia de la trascendencia de lo que hacemos o dejamos de hacer, pero más allá, de una absoluta incomprensión del tipo de “socio” o de “amigo” que puede llegar a ser el poder en nuestra nación.

Un empresario que asistí en un juicio, una definitiva persecución por motivos políticos (y económicos valga decir) hace unos años, fue el primero que me mostró la falacia que es e implica eso de creer que por obligarte a tocar las notas con las que el gobierno nos desafina a diario no vas a terminar algún día, cuando así le convenga a los pocos que integran la cúpula que dirige nuestros destinos hoy, con las tablas en la cabeza. Había optado él por la “neutralidad” y, aunque él mismo y su entorno cercano reconocían que Venezuela (en ese momento bajo la égida de Chávez) no iba por buen camino, se cuidaba mucho de hacer públicas sus opiniones o de “retratarse” con algunos de sus amigos, conocidos opositores. En ese momento, interesado en hacer negocios lucrativos y rápidos con diferentes entidades del Gobierno, olvidó su esencia y optó por la apariencia, lo cual le generó algunos buenos billetes, que incluso previo el pago de las “cuotas” que le reclamaban sus “amigos”, los “intermediarios”, le permitieron mantener a flote su empresa y obtener un relativamente lucrativo margen de ganancias. Por supuesto, al cabo de un tiempo, el poder y sus hienas, siempre voraces, quisieron más de lo que recibían, y cuando el empresario que les refiero les hizo ver que en los nuevos términos que le imponían, toda posibilidad de subsistencia del negocio sería inviable, terminó expropiado y preso. Hasta allí le llegaron las mieles. Merced su negativa a ceder a las nuevas condiciones que le impusieron, pasó, en menos de un segundo, de ser un “digno representante del nuevo empresariado revolucionario” a ser un “apátrida imperialista” y un “explotador enemigo del pueblo”. Así le pagó el gobierno su silencio y su “neutralidad”.

Malandros resentidos y de paso con poder

Él me decía, pues en sus orígenes había sido muy humilde y había vivido en nuestros barrios por mucho tiempo, que el más grave error de cálculo, primero suyo y luego de todos los que se prestaban a esos juegos, era el de olvidar, más bien obviar por inmediata conveniencia, que por mucho traje a la medida o Rolex que lleven, por mucha camionetota en la que se muevan o por mucha mansión lujosa en la que ahora vivan quienes detentan el poder, al final del día muchos de ellos no eran más que simples malandros. Y que guardaban además un nivel de resentimiento tal, que pasara lo que pasara, jamás les abandonaría.

Esa era, y es, una combinación muy peligrosa. Estaba en boga en esos días el “acercamiento” de Chávez a los “bienandros”, como él los mentaba, y no podía el país pensante más que sorprenderse. Cualquiera con dos dedos de frente sabía que el poder se las jugaba en esa movida con gente que le llevaba una morena en astucia y maldad, y que al final del día, los únicos beneficiados en el lance serían los criminales, tal y como ellos, que no el gobierno, lo habían planeado y anticipado desde el comienzo.

El malandro nunca olvida

Lo mismo ocurre con estos empresarios que ahora se prestan a callar y a “no meterse en política” a cambio de la buena pro en alguna licitación o de mantener a flote su negocio, sea cual sea. Él y los que antes y ahora se han prestado a estos peligrosos coqueteos con el gobierno, subordinando sus valores y una visión más amplia, y certera, de la realidad a sus intereses inmediatos (a la zanahoria), se equivocan al pensar que el hecho de ganar algún dinero a cambio de silencio, o tomarse unos güisquis de vez en cuando con los que manejan hoy los hilos de nuestra nación, los convierte de inmediato en tus “leales amigos”.

“El problema –me decía- es que creemos que cuando llegaron al poder estos personajes olvidaron las viejas afrentas que, según ellos, estuvieron a cargo de quienes, según el esquema de la “lucha de clases”, son como nosotros. Eso no es verdad, un malandro nunca olvida. Si le conviene coyunturalmente, te da la mano y te hace sentir que eres su “pana”, hasta te invita a las piñatas de sus carajitos y comparte contigo como cualquier persona normal, pero siempre está esperando el momento para pasarte su factura, sea que la debas o no. Para ellos no importa tu origen, si tienes plata eres un oligarca, un burgués, un enemigo más. Eres una herramienta para su lucro, nada más. Eso es lo que no te dicen, hasta que te revientan”.

Mientras hay plata son ciegos, sordos y mudos

Así, en esa ceguera selectiva, siguen muchos ahora, pero mientras las monedas fluyen, muchos son como los monitos de Toshogu (no oigo, no hablo, no veo). Pero además la “junta” con quienes luego denigran de ellos, y hasta los encarcelan o arruinan, no solo les daña gravemente cuando así conviene a los “socios” en el poder, sino que además, como esos negocios son siempre malos negocios, les deja también mal parados ante quienes, con más visión e inteligencia, jamás olvidan que, como reza la consigna popular, “mal paga el diablo a quien le sirve”.

CONTRAVOZ

Gonzalo Himiob Santomé

Twitter: @HimiobSantome

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