Después del flechazo, viene el enamoramiento. Ese momento, sin duda, es el más feliz de la relación porque se siente que nada puede perturbar el vínculo y comienza justo cuando no se piensa en sí mismo sino en nosotros
Al igual que todos los seres vivos, las relaciones de pareja tienen su ciclo de vida. Algunas veces pensamos que la etapa del inicio cuando todo se ve rosa es para siempre, pero el vínculo va evolucionando conforme nosotros lo vamos haciendo también. No todas las relaciones se desarrollan para bien, para crecer y consolidarse. Lamentablemente, algunas lo hacen hacia la destrucción del vínculo, e incluso de quienes lo forman, cuando hay agresiones, ya sea psicológicas, físicas o verbales.
Asimismo, cuando existen metas compartidas e intereses comunes, el vínculo puede durar mucho tiempo mientras que cuando es sólo atracción y química, la relación está condenada al fracaso, y por eso no sobrevive más de tres años, o sólo un poco más de eso. Por todo esto te conviene saber en qué momento estás para cerciorarte de que esa relación tiene futuro o para asegurarte de que sólo es un romance de vida perecedera.
1. Cuando Cupido
lanza su flecha
Al principio, los miembros de la relación sienten una atracción que se traduce en química y en un no sé qué que los lleva acercarse, a interesarse por conocerse y compartir. Esto dura aproximadamente dos meses. Una separación corta tan sólo por un par de horas, resulta insoportable. Entonces, sólo pensamos en el recuentro mientras somos víctimas de este cuadro clínico: sensación de mariposas en el estómago, los latidos del corazón acelerados, escalofríos o manos sudorosas.
Después del flechazo, viene el enamoramiento. Ese momento, sin duda, es el más feliz de la relación porque se siente que nada puede perturbar el vínculo y comienza justo cuando no se piensa en sí mismo sino en nosotros. Ahí nace la idea de una vida compartida y se hacen planes para un futuro que incluyan a los dos integrantes de la relación.
Detrás de ese enamoramiento que nubla los sentidos hay una fase de fondo en que algunas sustancias químicas conspiran para alterarnos y provocarnos todas esas sensaciones del enamoramiento que conocemos en que los sentidos pierden el norte.
Aunque esa etapa dura como tres años, se ha probado científicamente que los efectos nefastos cesan a los doce meses. Si la relación sobrevive más tiempo, debido a que hay metas compartidas, supera la prueba y sus miembros pueden permanecer muchos años juntos, pero si descubren que son muy diferentes a como pensaron que eran al inicio del vínculo, la afinidad se espanta y las desavenencias abundan en vez de los acuerdos; esa relación está destinada al fracaso que llegará más temprano que tarde por más que nos neguemos a ello.
De igual manera, cuando iniciamos una relación tenemos expectativas. Al principio, justo entre el flechazo y el enamoramiento –porque al enamorarnos como se nos nublan los sentidos nos negamos a la razón- no percibimos todas las características de la pareja, o más bien las idealizamos. A pesar de eso, después, como somos capaces de ver las cosas en su justa medida, captamos lo no tan bueno, aquello que nos puede desagradar y que, por ende, nos decepciona, hasta poder hacer que nos preocupemos más por lo que nos involucra como individuos que lo que como pareja nos compete.
2. Convirtiéndolo
en el príncipe encantado
Todos tenemos una percepción particular de la pareja perfecta. Por esto, luchamos por transformar al compañero sentimental en esa persona ideal que queremos. Muchas veces, ese cambio es para bien, porque es cónsono con los valores que albergamos como respeto, solidaridad, sinceridad, otras veces, tan sólo responde a un estereotipo de la pareja que añoramos, e incluso puede llegar a convertirse en obsesión cuando existe algún tipo de perturbación mental.
Por lo anterior, aquello que hemos escuchado bastante que dice más o menos que: Debes amar a alguien sin querer cambiarlo, no es cierto porque, de una forma u otra, conscientemente o no, buscamos modificar conductas que vemos en el otro que nos incomodan, nos perturban o nos hacen poner en duda lo que esa persona dice sentir por nosotras.
De igual manera, por voluntad propia, podemos cambiar en nosotras aquello que pensamos que incomoda al compañero sentimental, pero todo se resume en buscar la manera de favorecer la convivencia, que consiste en hacer sentir bien al otro, porque cuando el bienestar del compañero no nos preocupe es un signo de que el amor se ha ido para dar paso a la indiferencia.
3. Un segundo
enamoramiento
Después de los cuatro años, para algunos a los siete años, cuando la relación ha sobrevivido después de que los efectos del enamoramiento han cedido, viene la aceptación; para otros, la afirmación. Es como un segundo enamoramiento porque vuelven a sentir aquello que los motivó a tomar la decisión de hacer una vida juntos. Se acepta a la persona tal como es, se da libertad, pero también los cónyuges se mantienen cerca para brindarse atención y demostrarse cuánto se aman. En concreto, se da independencia a la pareja, porque hay confianza, pero sin desatenderla ni descuidarla.
Lo anterior lo viven quienes mantienen una relación sana. Además, un vínculo que llega a los siete años tiene muchas posibilidades de seguir consolidándose. No obstante, aunque es evidente que las parejas pasan por etapas o momentos culminantes, cada unión tendrá su propio modo de evolucionar y de superar las crisis, pero es una regla que quienes se mantienen juntos después del quinto año, por ejemplo, es muy probable que formen una relación que se conserve un buen tiempo.
¿Cuál será el destino
de esa relación?
*** La atracción por sí sola no lleva a una relación duradera. Deben existir metas compartidas e intereses comunes que conduzcan a otros momentos de la relación, tales como el enamoramiento, la transformación y la esperada aceptación.
*** Las relaciones pueden tener más de tres etapas, hasta diez, pero, sin duda alguna, los efectos que nos nublan los sentidos no duran más de tres años. Ahí, sabremos sí esa relación se consolida o simplemente es una más del repertorio
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas