Las aclamadas modelos y aspirantes a reinas de belleza encuentran cada vez más difícil acicalarse en Venezuela, a medida que la escasez convierte a sombras de ojos e implantes mamarios en codiciados bienes de lujo.
En el país que ha tenido la mayor cantidad de reinas de belleza, hasta los productos de cuidado personal básicos, como desodorante y champú, son cada vez más difíciles de conseguir debido a un férreo control cambiario que ha provocado una sequía de dólares necesarios para importaciones.
Pero osadas modelos y aspirantes a Miss Venezuela están haciendo todo lo posible para mantener las pasarelas activas. “Estoy matándome en cada farmacia, buscando en cualquier lugar donde venden maquillaje”, dijo Ileanne Dávila, una estudiante de Ingeniería Civil y modelo de 19 años.
“No conseguía sombra roja (…) y usé labial”, agregó durante un descanso de una sesión de fotos. “No consigo polvo de mi color (de piel). A veces mezclo entre dos tonos”.
Dávila es una de muchas asiduas, de tres años en adelante, a la academia de modelaje de Gisselle Reyes, excandidata a Miss Venezuela que ahora prepara a jóvenes para el concurso de belleza. Pero, incluso en ese glamoroso lugar en un sector de clase alta en Caracas, la carestía está limitando los planes para seguir los pasos de Reyes.
Las jóvenes usan los tacones de sus madres porque no pueden conseguir de su talla. Ante ello, las niñas desfilan descalzas o con los enormes zapatos de sus mamás atados con cinta adhesiva.
Las mujeres comparten el maquillaje y buscan en YouTube cómo hacer desodorante casero. Incluso cuando pueden encontrar los productos de belleza que buscan, a algunas se les ha vuelto muy difícil pagarlos ya que la escasez ha disparado sus precios.
Y hasta las aspirantes a Miss Venezuela sufren dificultades para conseguir maquillaje para la gala del 9 de octubre, dijo un instructor que, al igual que las concursantes, tiene prohibido hablar con la prensa antes del evento.
“Primero muerto que mal arreglada”
La búsqueda de la belleza física es uno de las pocas actividades que iguala a los ciudadanos de este polarizado país.
Entre Miss Universo y Miss Mundo, Venezuela ostenta 13 coronas, más que ningún país en el planeta. De hecho, algunos aseguran que la nación petrolera tiene una de las mayores tasas de implantes de senos y cirugías estéticas en el mundo.
Hasta los maniquíes que pululan en las tiendas más -y menos- exclusivas del país lucen cinturas diminutas y bustos turgentes que sólo pueden conseguirse con un bisturí. Pero ahora, los doctores dicen que el Botox y los implantes mamarios pueden ser difíciles de conseguir.
Como lo fue para María Eugenia Espinoza, de 46 años. Cuando la madre de dos niños decidió reemplazar sus implantes, equivalentes a una talla 36 de brasier, le dijeron que sólo tenían talla 42. “¡Imagínate!”, dijo. “Hubiera parecido una de esas bailarinas”.
Tras una búsqueda de cinco meses, Espinoza encontró los implantes adecuados, justo a tiempo para su operación.
Críticos dicen que el culto a la belleza física convierte a la mujer en objeto y promueve valores superficiales. Osmel Sousa, el cerebro detrás del Miss Venezuela, puso más leña al fuego al decir que “la belleza interior no existe, es un invento de las feas para justificarse”.
La escasez de productos de belleza puede parecer frívola al lado de la dificultad para adquirir medicinas o alimentos.
El índice de escasez llegó a un récord de 28% en enero, lo que significa que de cada 100 productos 28 no estuvieron disponibles o fue muy difícil encontrarlos. El Banco Central no ha informado, desde entonces, sobre la medida de escasez.
Paradójicamente, algunos dicen que las dificultades empujan a las venezolanas a dedicarle más tiempo a su apariencia.
Greisy Palacios, una recepcionista de 30 años que pasa horas en las filas para poder comprar desde jabón a quitaesmalte, dijo que sólo saldría desaliñada de su casa si estuviera deprimida.
“Si no te arreglas, no sales”, dijo parafraseando un conocido aforismo de las mujeres venezolanas: “Primero muerta que mal arreglada”.