Tras un paulatino deterioro que comenzó a gestarse en los años 80-90 por la mala administración de los Gobiernos de turno, el Sistema Público de Salud bucea actualmente por el absoluto descuido al que, irónicamente, lo ha sometido el Socialismo del SXXI durante estos 15 años
A merced de la precaria luz que arroja la crisis de la Salud en Venezuela, la serie de televisión “The Knick” propone pedagógica alegoría y motivo para la reflexión. Drigida por Steven Soderbergh y protagonizada por Clive Owen, nos traslada a un hospital de Nueva York en el año 1900. Allí, John Thackery, un revolucionario doctor de personalidad arrolladora y borderline, recién designado Jefe de Cirugía del “Knickerbocker Hospital”, lucha contra la burocracia, los prejuicios y las limitaciones para incorporar innovaciones en su trabajo y frenar el grosero avance de las enfermedades y los altos índices de mortalidad.
Es la época de las infecciones y sus ardores temidos e inexplicables, justo antes del descubrimiento de la penicilina; las pandemias por insalubridad, la tifoidea, el cólera y la tuberculosis; el uso del éter como anestésico, el reto permanente a la capacidad de supervivencia del hombre, por un lado, y al noble empeño de los médicos por torcerle la voluntad a los volubles caprichos de la enfermedad y la muerte, por el otro.
Mucha meritoria historia ha trajinado desde entonces en campo de la medicina. Los hallazgos han conjurado males que lucían apocalípticos, gracias, por ejemplo, al poder de una simple vacuna. En Venezuela, el salto del siglo XIX al XX significó mayor expectativa de vida, gracias, sobre todo, a la visión sanitarista de galenos que supieron entender y aplicar los principios de higiene y medicina social propuestos por Rudolf Virchow, base de la medicina preventiva actual.
Así, en 1936, tras la caída de Gómez y con el desarrollo de la industria petrolera, se crea el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, con el primer objetivo de controlar epidemias, especialmente tuberculosis y malaria. Fue “la época de oro del sanitarismo venezolano por su repercusión sobre el saneamiento básico y las endemias rurales”, tal como apuntan Yanett Campano y Miguel Cruz Cabezas.
Arribábamos así a la progresista era de “La Venezuela sin malaria”, como la bautizó Uslar Pietri: sobre la base del lucrativo negocio petrolero que nos convirtió en poderoso productor, Venezuela estaba llamada a seguir carrera ascendente en lo que tocaba al desarrollo de su Sistema Público de Salud. De los “lugares de depósitos para proveer a los cementerios” (como describía el Dr. Laureano Villanueva a los viejos hospitales) pasamos, entre los 60-70, a la moderna construcción y dotación de grandes centros hospitalarios, mismos que existen y funcionan hoy en día.
Gracias a la épica gestión del Dr. Arnoldo Gabaldón frente al MSAS, nuestro país se situó entonces “entre los países de América Latina más avanzados en la calidad y cobertura de los servicios médicos curativos”, según refiere el Dr. José Félix Oletta, dotados con tecnología de punta y atendidos por jóvenes generaciones de capacitados profesionales.
Lastimosamente, hoy la realidad es otra. Tras un paulatino deterioro que comenzó a gestarse en los 80-90 gracias a la mala administración de los Gobiernos de turno, el absoluto descuido al que, irónicamente, lo ha sometido el Socialismo del SXXI durante estos 15 años, ha hecho que el Sistema Público de Salud bucee en trance de insondable fondo. La situación es vergonzosa, sobre todo si tomamos en cuenta que la OMS nos registra como país de alto ingreso.
La red original de hospitales públicos (300 para 2007) se sostiene a duras penas a contrapelo del incumplimiento de los planes de refacción que nunca vieron luz, la falta de insumos y medicamentos, la reducción dramática de camas (pasamos de 33 por cada 10 mil habitantes en 1964, a 9 camas en 2014, cifra que nos arrima a los estándares africanos); la fuga de cerebros, la inseguridad en los centros, el déficit de personal y las condiciones de desmedro generalizadas. ¿Cómo evitar, en este contexto, la diseminación de enfermedades ya erradicadas y las pandemias? ¿Cómo evitar retroceder a los tiempos en que una simple gripe o una fiebre de origen desconocido podían ser el peor, el más repulsivo y aciago de los espectros? ¿Cómo llegamos a esto, después de haber capitaneado la vanguardia de la gerencia de Salud en el continente?
Por si fuese poco, los médicos, quienes como en el caso del arrojado doctor Thackery están destinados a lidiar con el atraso y a conjurarlo cuando salvar la vida se impone, también son perseguidos. Es el caso “de la criminalización del doctor Ángel Sarmiento y el gremio médico” -apunta la diputada Dinorah Figuera- por el hecho de alertar sobre una realidad: la epidemia que ya nos está atropellando.
“Todo el poder contra un médico tan sólo por haber hecho un diagnóstico!”, tuiteaba recientemente el Dr. Gustavo Villasmil. Así, el Gobierno únicamente ha logrado apartar a los expertos de la solución del problema. En verdad, no se me ocurre peor remedio para esta enfermedad: el penoso retroceso que nos va hundiendo en las mismas bregas pantanosas que fueron memoria superada del siglo pasado, y que nos ha hecho perder la promisoria seña del Siglo XXI.
Mibelis Acevedo Donís