Cuando las guarimbas éramos colectivos, ahora nos llaman delincuentes”. Así sentencia desde su dolor la madre de Odremán, Migdelia Bernal. No habla de la oposición, que siempre ha visto a los colectivos, y a los antes llamados “Círculos Bolivarianos” con mucho recelo y con franca animadversión, con justas razones, pues ha sufrido en carne propia lo que implica su uso, desde el poder, contra la disidencia. Ella acusa a los que nos gobiernan, a la autoridad
Los dos párrafos que siguen los escribí para mi entrega dominical del 9 de marzo de este año, en mi artículo titulado “El grifo que no cierra”. Cito textualmente:
“Aunque ahora Maduro y sus seguidores crean lo contrario, y aunque puedan servir coyunturalmente a sus propósitos represores a corto plazo, los “colectivos” son absolutamente incontrolables. No existe un solo caso en la historia en el que el al final del camino estos grupos civiles armados no terminen volviéndose, cual el monstruo creado por Mary Shelley, contra sus creadores, sea directamente o a través de las consecuencias legales que a la larga suponen para quienes los promueven y aúpan.
Tampoco los miembros de estos grupos deberían sentirse tan “guapos y apoyados” como se les quiere hacer creer. Juegan un partida muy peligrosa: No sólo se están ganando a pulso el rechazo y el odio generalizados, sino además pierden de vista, en la euforia de su violencia que, aunque no se los digan, para Maduro y los demás de su séquito no son todos ellos más que fichas menores, absolutamente prescindibles, en un juego en el que ninguno de los que les mandan dudará un segundo en ofrecerlos al cadalso si es su cuello el que se pone en riesgo”.
La muerte como
mensaje y amenaza
En la caravana funeraria que acompañó al cementerio en Caracas a los recientemente fallecidos José Odremán y Maikol Antonio Contreras, ambos líderes del colectivo “5 de Marzo”, uno de los mensajes que se coreaban era este: “Nos están usando como vasos desechables, cuando nos necesitan sí nos llaman”. También murieron abaleados el mismo día, Jesús Rodríguez y José Ángel Tovar, que integraban también dicho colectivo, y Carmelo Chávez, que lideraba otro colectivo, el llamado “Escudo de la Revolución”. Antes de todo esto, un hombre clave en la articulación y manejo de los colectivos, Robert Serra, también fue asesinado de manera brutal, junto a su asistente, en su casa en La Pastora.
A todo esto tenemos que sumarle la larga lista de escoltas de altos funcionarios oficialistas que en los últimos meses, también han sido asesinados y las decenas de muertes muy sospechosas, aún no esclarecidas, de personas que han aparecido muy maltratadas, e incluso a veces descuartizadas y hasta decapitadas, en diferentes partes del país.
No son estos asesinatos “normales”, permítaseme la licencia en el uso del mote, en todos los casos se han visto excesos que no son propios de la delincuencia común. No han caído estas personas bajo el balazo artero o la puñalada vil, lamentablemente tan comunes ya, del choro regular que buscaba quitarles, por ejemplo, su carro o su dinero. Cualquiera que haya estudiado los modos criminales, especialmente los del crimen organizado, se da cuenta de que, más allá de la desaparición física de las víctimas, a las que por las razones que sea ya no se las ve como aliadas sino como enemigas o como obstáculos, en todos estos casos los asesinos buscan dejar una huella, una advertencia, dirigida no al pueblo en general, sino a quienes son parte de sus mismas estructuras. No es solo matar lo que se busca, se mata con derroche, con saña inusual, de manera que los que quedan en la gavilla tengan claro que, usando el argot criminal, no deben jamás “comerse la luz”. Se mata a veces incluso bajo el disfraz de autoridad, para dejar claro que la justicia y la verdad serán también víctimas del lance. No basta asesinar, hay que hacer del asesinato un morboso espectáculo. Para que la “lección” quede clara, en esta lógica perversa, no bastan un balazo o una puñalada, debe haber despilfarro, abundancia de crueldad, alevosía, excesos. La muerte en estos términos no es un simple crimen, es un ejemplo que se quiere dar a los cercanos. Es un mensaje, una amenaza.
“Vasos desechables”
Dios quiera que me equivoque y que mis frases de hace unos meses sobre el carácter absolutamente prescindible, para el poder, de los integrantes de sus grupos de choque civiles, sean erradas. El tiempo y la historia, sin embargo, parecen confirmar la funesta hipótesis, no desde mi pluma, por cierto, sino desde las voces de los hoy dolientes de esta otra violencia, tan encarnizada como la que han sufrido los opositores desde hace tanto tiempo. Hoy, los mismos que no han dudado en servir a los más oscuros intereses, por propia conveniencia o por manipulado idealismo, se sienten, mejor sería decir que se reconocen por fin, como “vasos desechables” en manos de unos cuantos, los menos, que se valen de ellos solo para mantenerse donde están y para seguir disfrutando de mieles y loas que, el día a día lo demuestra, no merecen. Ya no hay legado que proteger, y si alguna vez existió, ha sido dilapidado. Al parecer, abrir los ojos a esta realidad, y hacer sentir a quienes más les dolería perder sus cuotas cualquier descontento, puede ser mortal.
¿Simulación de
enfrentamientos?
“Cuando las guarimbas éramos colectivos, ahora nos llaman delincuentes”. Así sentencia desde su dolor la madre de Odremán, Migdelia Bernal. No habla de la oposición, que siempre ha visto a los colectivos, y a los antes llamados “Círculos Bolivarianos” con mucho recelo y con franca animadversión, con justas razones, pues ha sufrido en carne propia lo que implica su uso, desde el poder, contra la disidencia. Ella acusa a los que nos gobiernan, a la autoridad. El hermano de Odremán, Richard Sánchez, confronta directamente a Maduro y le exige que deje de “simular enfrentamientos”, y uno recuerda que durante lo que algunos aún llaman “la Cuarta República” eso de “simular enfrentamientos” para matar a quien le resultara incómodo al poder, era pan de cada día. Al parecer nadamos mucho, pero morimos y nos están matando, en la misma orilla.
Odremán, sus razones tendría, minutos antes de su muerte había puesto en hombros del Ministro de Interior y Justicia la responsabilidad de “cualquier cosa que pudiera pasarle”. Lo dijo él, no un furibundo opositor. Luego de ello recibió, si damos crédito a lo que ha dicho la prensa, más de 30 impactos de bala ¿Cronos devorando a sus hijos? Si Cronos quería reinar sobre el universo en paz, no debía dejar descendencia, pues se le había advertido que sería derrocado por uno de sus hijos. Por ello devoraba uno a uno a sus vástagos una vez nacidos, lo que no impidió que al final uno de ellos sobreviviera, Zeus, para liberar a sus hermanos y tomar el poder ¿Mito que retrata lo que estamos viviendo? Solo el tiempo lo dirá.
Terca verdad…
La madre de Odremán, sin medias tintas, públicamente declara que la revolución lo mandó a matar. “Ellos ordenaron esta masacre”, nos dice. Si esto es así, para mal de todos, sin sesgos ni diferencias, algo huele muy mal, hiede, en todo esto. Parafraseando a Shakespeare, “algo está podrido en Venezuela” y Migdelia Bernal nos ataja desde su tristeza y nos responde, sin miedo, que su hijo defendía a la revolución pero que “esta revolución se pudrió”.
Es que la verdad, aunque tarde en mostrarse a quienes han preferido permanecer ciegos a ella, es muy terca. Siempre prevalece.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @HimiobSantome