De pronto, así de improviso, el país se nos desvanece entre el descuido y la desidia. La crisis moral nos está consumiendo con un aporte muy pobre del liderazgo político
El país se nos ha ido desdibujando.
Lo sentimos a diario. Lo vivimos todos.
El tiempo transcurrido nos ha sumido en un deterioro sostenido que comenzó a tejerse cuando la vorágine del concreto avanzó de manera devoradora convirtiendo las urbes en anarquía, arrebatándole al ciudadanos sus espacios, sin ningún tipo de planificación.
Nuestras raíces y nuestros emblemas se han ido desvaneciendo quedando solo el recuerdo. Las ciudades pierden paulatinamente sus encantos.
Caracas pasó de señoriales techos rojos, tranvías, hombre con pajilla y mujeres impecables, a una barbarie citadina que no respeta normas ni formas y que sobrevive solo por la magia del imponente cerro El Ávila y algunos lugares del sureste.
Sectores como San Agustín, El Paraíso, Antímano, Los Teques, o el Prado de María, por citar solo algunos, son parte del pasado de nuestra memoria arquitectónica.
En cambio en París, Madrid o Varsovia sus viejas urbanizaciones y señoriales casonas, son reliquias para el deleite de transeúntes y turistas.
Las pocas casonas coloniales que quedan sobreviven al lado de un taller mecánico, una venta de repuestos, una pensión de malvivientes, centros móviles de llamadas o ventas piratas de DVD’s y CD’s quemados.
Las ciudades del deleite se nos perdió en la borrasca de la ineptitud.
Aquél donaire, aquél don de gentes del citadino ha cedido para convertirse en recinto inhumano que le da paso al concierto de motocicletas sin ley, buses destartalados y la proliferación de una economía informal que asfixia.
El Metro de Caracas, que en su momento fue la Gran Solución hoy es un mezclote entre desorden, estoicismo y desespero.
Sitios emblemáticos de la ciudad donde hemos vivido la mayor parte de nuestro tiempo, como Parque Central, Los Caobos, Los Chorros y el Centro Simón Bolívar escasamente conservan sus estructuras mientras algunos son asientos de andariegos que pululan entre el concreto y el verdor de una naturaleza que se sobrepone a la indolencia y la ineptitud.
En la cultura de muerte
El paso del progreso mal entendido nos está dejando un ambiente mediocre y enrarecido.
El concreto, el caos urbanístico, el desfase del hábitat, con voluntad política, quizás se pueda recuperar, pero…
¿Quién se encarga de revindicar la condición humana?.
¿Quién nos devuelve el país aquel del señorío y las buenas costumbres?
El silencio retumba con ecos ensordecedores…
A toda esta tragedia se le suma el pobre aporte del liderazgo político.
El lenguaje, la línea transversal del ser humano, ha caído a niveles de albañal que no educa, no edifica, no forma ni construye en contraste con el odio, el rencor, el resentimiento, la violencia, el conformismo, en fin, la tragedia.
Pasamos de la vivencia apacible a la cultura de la muerte.
Del ratero común que sobrevive por sus malos hábitos, al matón, de lo apacible a lo salvaje atizado por un discurso perverso que está demoliendo los cimientos de la sociedad.
Hemos ido retrocediendo de lo cívico a lo tribal. El país se pierde en el horizonte ante la complicidad de los oportunistas de oficio.
El llamado hombre nuevo es un ejercicio de demagogia y populismo.
Hoy la sociedad habla de sicarios, secuestros, paras, colectivos, círculos, todo ello asociado a la violencia.
Los gobernantes, los líderes que emergieron en este cambio de timón, con contadas excepciones, propician este clima de incertidumbre embriagados por un poder que creen eterno, sin advertir un viaje de regreso, una vuelta de página.
El país que se nos ha ido escapando como el agua entre las manos ha tenido que sobreponerse a crímenes tan crueles y condenables como los de Anderson, Otaiza y Serra y a los que cada fin de semana ocurren en nuestras barriadas.
Hoy quienes no están de acuerdo con el poder son objetos de vejámenes, amedrentamientos, acusaciones a priori, dilaciones, mitomanías.
Estamos entre el trance de la sonrisa ingenua a los lunares oscuros, de la mirada de esperanza a las heridas sin puntos de sutura.
La paz que se vivía en la calle hoy es una quimera. Quien no tiene armas carga, al menos un cortauñas para defenderse.
El ciudadano vive indefenso con las calamidades económicas que se está consumiendo la vida entre angustias y preocupaciones.
¡Que nos devuelvan el país!
Como corolario de toda esta nostalgia de sentimientos encontrados, los mensajes ante la crisis económica y de valores solo contribuyen a exaltar el cinismo y el descaro.
Mientras se usa el foro político por excelencia para mentir, difamar y levantar falsos testimonios y calumnias, a escasas cuadras se reparte plomo del bueno en un confuso hecho que, como todo, no tiene respuestas convincentes ante lo que es un rumor asertivo de una guerra entre colectivos y autoridades.
Como un hecho inverosímil tenemos la realidad cruda del ocultamiento incriminando a terceros en vez de sobrecogerse ante la pérdida de un cuadro joven, a quien ni siquiera le guardaron luto sincero.
Nada de reflexión, ni por el perdón de los pecados.
Ya no se espera que actúe la justicia porque está subordinada.
Se anhela que actúe la justicia divina y ponga orden en este desbarajuste.
Que nos devuelvan al país que se nos desdibujó en el tiempo.
Esta no es la Venezuela que nos merecemos.
…Son crónicas de la cotidiano.
ARENA Y CAL
*** LA REDACCIÓN del Grupo Matul estrena oficinas en Boleíta y nos alegramos por ello, en un enorme esfuerzo por la directiva de este diario para que sus profesionales trabajen en un zona de confort…Enhorabuena.
*** CUMPLIDO. La ONU demanda que se libere a Leopoldo López. Una cosa piensa el burro y otra quien lo arrea. Al Gobierno le entró por un oído y le salió por el otro. El foro internacional al menos cumplió esta vez guardando las apariencias.
*** A PESAR del descontento de trabajadores jubilados y en ejercicio de PDVSA, existe la voluntad por recuperar la producción y mejorar el nivel competitivo de la empresa, pero se aspira mayor determinación de los directivos y que los cambios no sean más de lo mismo.
*** EL JUEVES para el momento del cierre de esta columna hubo una situación confusa en el Cementerio del Este. Circuló el rumor de que estaba cerrado por varios entierros en serie. Algunos vinculan el hecho con los enfrentamientos entre colectivos y policías, pero no pudimos verificarlo. Lo que si constatamos fue un fuerte despliegue policial en La Guairita y sus alrededores.
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