Los dos tenían el rasgo físico en común de una distancia muy corta entre los hombros y la cabeza. Caminaban en una especie de cadencia que los unía cuando iban juntos en calle arrastrando sus pies al unísono pensando en la inmediatez del momento como en vivir sólo el instante que la vida les brindaba
Como hay parejas disparejas que en nada se parecen el uno al otro, existen otras que son tal para cual. Comparten las mismas virtudes y defectos. Por ello, tienen tal estado de afinidad que los dos viven en una especie de contemplación que los lleva al mutuo éxtasis, el cual se alimenta de la veneración tanto de las bellezas como de las fealdades que cada uno ostenta.
Pasan así algún tiempo. Quizá, toda la vida, en algunos casos. En cambio, otras veces, el embelesamiento acaba tan pronto uno deja de ser reflejo del otro porque con el pasar del tiempo, por muchas razones, alguno va cambiando hasta terminar muy diferente a como lucía en un principio cuando apareció en la vida del otro para convertirse en su pareja.
1. Alfileres color café
Yulimar tenía tan sólo dieciséis años cuando conoció a Jefferson quien apenas había cumplido diecinueve. Como los dos eran tan jóvenes como casi adolescentes, no tenían claro qué iba a ser de su futuro. Se dejaban llevar por sus instintos básicos como lo hacían la mayoría de los que por ahí vivían, un barrio en que la improvisación fue la que tuvo la batuta en la edificación de las casas que estaban medio construidas, muy rugidas y algo descoloridas.
Ella era medio bonita, de cuerpo delgado, cabello castaño rizado medio largo y unos ojos marrones que a él le encantaron desde el primer día que los vio porque, de repente, en esos alfileres color café, él vio el reflejo de sí mismo, una imagen femenina que se complementaba del todo con su lado masculino.
Jefferson era medio alto, con un cuerpo masculino relativamente armónico, de cuello corto y llevaba el cabello tan lleno de gel que de lejos relucía. Unas cadenas prendían de su cuello en señal de coquetería masculina, dos esclavas en su brazo mostrando su lado viril y usaba camisetas bien ceñidas que hacían resaltar sus músculos de hombre joven que bien cuidaba a pesar de las carencias con las que vivía.
Los dos tenían el rasgo físico en común de una distancia muy corta entre los hombros y la cabeza. Caminaban en una especie de cadencia que los unía cuando iban juntos en calle arrastrando sus pies al unísono pensando en la inmediatez del momento como en vivir sólo el instante que la vida les brindaba.
Desde que se conocieron, decidieron estar juntos. Yulimar se convirtió en la novia de Jefferson. A la semana, intimidaron. De virgen pasó a ser la mujer de él y así los dos asumieron un compromiso superior al matrimonio que los mantendría unidos un buen tiempo en ese juego de dos que se conoce como enamoramiento y cuyos efectos alucinantes no exceden los tres años y después la realidad pone las cosas en su lugar haciendo ver todo en su justa dimensión muchas veces trayendo desilusión.
2. Una vida en común
A los meses de noviazgo, Jefferson le planteó a Yulimar vivir juntos. Él alquilaría una habitación y allí estarían. No prometía más que unas cuatro paredes porque apenas contaba con un equivalente al salario mínimo. Ella tampoco esperaba más que eso, pues, en su mente el que vivieran bajo el mismo techo la convertía en una verdadera mujer, y a eso se limitaban sus aspiraciones, mientras su cuerpo tomaba formas más femeninas como muestra del paso de la adolescencia a la adultez.
Yulimar, a sus dieciséis años, no trabajaba. Había dejado el liceo en octavo grado. Él, en cambio, sí había culminado su bachillerato. No le preocupaba que Yulimar hubiera dejado los estudios, pues él, como todo un hombre, la mantendría; por lo menos hasta que el amor durase, porque si él se cansaba de ella, poco sabría esta jovencita qué hacer con su vida, como muchas otras que viven de esa manera haciendo de la existencia un par de momentos sin trascendencia.
Los planes se cumplieron. Se mudaron a una pequeña habitación. Él trabajaba todo el día. Yulimar pasaba horas encerrada en ese cuartito y salía solamente a veces cuando una de sus amigas decidía visitarla para hablar un poco de lo que cada una había hecho en esa corta existencia, que ya había tomado vivencias de adultos, para las que aún, por su inmadurez, no estaban preparadas.
Los fines de semana eran mejores que los días laborables. Pasaban tiempo caminando, comiendo cualquier cosa que el bolsillo les permitiera para tener unos cuantos momentos de alegría y así sentir que vivir la pena merecía aun con esas grandes limitaciones que la transformaban en una existencia triste.
3. Transpirando unión
Cuando los veían por ahí los amigos en común decían que Yulimar era la mujer ideal para Jefferson, porque en esa relación los dos transpiraban algo que los unía. Ella, bien, a él entendía. Él comprendía sus sueños de niña. Los dos hacían una extraña mezcla dulce que engranaba del mismo modo que la azúcar con la harina.
Las aspiraciones de ambos aún no se manifestaban como anhelos compartidos, porque no tenían la madurez necesaria para hacerlo mientras que sí las hormonas para amarse cuando las ganas les asaltaran sin que lo demás importara más de la cuenta.
Al año pasó lo que para ellos sería impostergable. Yulimar salió en estado. En esa pequeña habitación ahora serían tres, entre penurias y pequeñas alegrías, pues los instintos eran más fuertes que la razón. El macho y la hembra se juntan para procrear. No obstante, había algo bueno, que los dos eran exactamente iguales, y mientras fuese de ese modo se mantendrían amándose. No obstante, a veces, la afinidad cansa y cuando eso pasa el amor brilla por su ausencia.
¿El uno para el otro?
** Aunque la afinidad es un ingrediente importante en la relación, es tan sólo uno de tantos, como la comunicación, la comprensión y la tolerancia. Ser afín ayuda a mantenerse a pesar de las asperezas que puedan surgir; sin embargo, no lo es todo.
** A pesar de lo anterior, a veces, cuando uno deja de parecerse al otro, el amor peligra, y es ahí el momento en que los sentimientos se ponen a prueba para demostrar sí son tan fuertes como para mantenerse viviendo en pareja un tiempo prolongado, o buena parte de la vida
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas