Antonio Anglés ingresó a las cárceles españolas en cinco ocasiones. La primera de ellas fue el 13 de abril de 1985, pocos meses después de cumplir la mayoría de edad, por el delito de adquisición de objetos robados
La tranquila vida del pueblo de Alcácer de la provincia Valencia en España se vio tremendamente afectada la noche del 13 de noviembre de 1992. Tres niñas, con edades comprendidas entre 14 y 15 años de edad, habían desaparecido y no existían rastros, noticias ni pista alguna que pudiese indicar su paradero.
A partir de ese momento, comenzó una intensa búsqueda para tratar de encontrar a las niñas. Un total de 71 días pasaron antes de tener noticias de ellas, pues fue el 27 de enero de 1993 que se conoció el trágico desenlace: las jóvenes habían sido torturadas, violadas y asesinadas.
En enero, después de unas intensas lluvias, la tierra se ablandó y aparecieron los cuerpos, siendo encontrados por dos apicultores que se toparon con la fosa en un paraje cercano a la localidad. La Guardia Civil encontró evidencia que vinculaban el crimen con Antonio Anglés Martins, que se convirtió en el hombre más buscado por la policía.
Criminal entre los más
buscados por la Interpol
Antonio Anglés Martins nació en Sao Paulo, Brasil, el 25 de septiembre de 1966, pero tan solo vivió seis meses allí antes de trasladarse a España. El matrimonio Anglés y sus cuatro hijos (entre ellos Antonio) se instalaron en una humilde vivienda en el pueblo valenciano de Catarroja, donde tuvieron cinco hijos más.
Según sus vecinos, Antonio era un delincuente habitual y de carácter muy violento, pues solía dar palizas a su padre y tenía antecedentes por robo, atraco y tráfico de drogas. Había pasado varias temporadas en la cárcel, una de ellas por encadenar, golpear y torturar a una ex-novia, a la que había acusado de robarle heroína. La mujer salvó su vida gracias a la intervención de la madre y los hermanos de Anglés.
Dándole una oportunidad para su reinserción social, Anglés recibió en marzo de 1992 un permiso penitenciario que aprovechó para escapar, con lo que no terminó su condena y estuvo a partir de entonces en situación de busca y captura.
Anglés se encontraba paseando en el auto de su amigo y compañero de fechorías Miguel Ricart, en busca de un poco de diversión y de repente, se presentó lo que tanto ansiaba: tres niñas, Miriam, Toñi y Desirée, que estaban pidiendo cola en una gasolinera, para asistir a una fiesta que se llevaría a cabo en la discoteca del pueblo.
Las jóvenes subieron al automóvil, pero llegando a la discoteca, Anglés le dijo a Ricart que siguiera de largo. Las niñas empezaron a gritar y entonces el sujeto sacó su pistola, las golpeó con la culata del arma y posteriormente las ató. “El Rubio”, como llamaban a Ricart, condujo el automóvil hacia Catadau.
Anglés se dirigió hacia el lugar donde solía refugiarse habitualmente, la caseta de La Romana, allí sería donde se concretarían los hechos. Entre gritos, sollozos, llantos y golpes, dos de las niñas fueron violadas tanto por Anglés como por Ricart. Los criminales quedaron agotados por toda la faena, así que decidieron atar a las muchachas y regresar al pueblo en busca de un poco de comida.
Al regresar, dos de las jóvenes estaban moribundas debido a las diversas heridas sufridas, la otra lloraba desconsoladamente. Anglés y Ricart se tomaron el tiempo suficiente para cenar antes de continuar con su fiesta privada. Casi les llevó dos horas poder dominar a esa tercera niña, después de violarla, la volvieron a atar y la dejaron con las demás.
Mientras trataban de dormir, los llantos de las niñas no dejaban descansar a Anglés, que decidió terminar con todo y comenzó a cavar una fosa. Posteriormente, desataron a las jóvenes y Anglés puso dos piedras en una camiseta y empezó a golpearlas y a una le clavó un cuchillo en la espalda. Las obligó a arrodillarse, sacó el arma de fuego, apuntó y les disparó en la cabeza. Después de vestirlas, las tiraron a la fosa y las taparon con tierra.
Aún desaparecido
A partir de entonces comenzaría una lucha sin cuartel para tratar de encontrar a los asesinos. Mientras, Anglés se paseaba por el pueblo como si nada hubiese sucedido, hasta que aparecieron los cadáveres. A los criminales se les habían pasado algunos detalles por alto: un guante de Ricart, un carnet de la Seguridad Social a nombre de Enrique Anglés (hermano de Antonio) y un casquillo también habían ido a parar a la fosa.
Instantáneamente, la búsqueda se desplegó sobre un único objetivo: atrapar al asesino, que ahora tenía nombre y rostro: Enrique Anglés (hermano de Antonio), aunque más tarde Ricart inculparía a Antonio, quien, cuando se enteró de la aparición de los cuerpos, le arrebató a su madre el dinero que había cobrado por un crédito y emprendió su fuga.
Miguel Ricart había sido atrapado en la puerta de la casa de Antonio, cuando este ya se había fugado. Tiempo después asumiría su parte de responsabilidad en los hechos y declararía todo lo que había ocurrido con lujo de detalles, por lo que fue condenado a 170 años de prisión. Pero Anglés, el principal instigador y responsable, todavía estaba desaparecido.
Trauma de una víctima
Antonio Anglés fue encarcelado por encadenar, golpear y torturar a su exnovia, aparentemente, por haberle robado droga. La mujer, Nuria Pera, declaró ante un juez lo siguiente: “Antonio me dio golpes por todo el cuerpo. Me amenazaba con clavarme un cuchillo y hacerme una marca en la cara. Me dijo que me iba a tirar a un pozo que había en la casa y él tiraba cosas dentro para que yo oyera lo profundo que estaba. Estuvo a punto de estrangularme y me dio tanto miedo que me hice mis necesidades encima”
Edda Pujadas
Twitter: @epujadas