Más vale centrarse en cultivar una relación sólida en que la solidaridad, las metas compartidas y el compromiso sean los pilares más que en la química y los frenesís del momento que sólo nos llevan a uniones efímeras
Definitivamente, el amor no es eterno tal como nos dicen. Es algo probado científicamente que la química que hace de este sentimiento una experiencia mágica dura aproximadamente tres años.
Después de ese tiempo, aquello que apenas nos disgustaba aflora causándonos profundo malestar. A esto se suma que la comunicación no se da de la noche a la mañana, sino que es arduo trabajo de día a día, así que mantenerse juntos no es tan fácil como lo pintan algunos una vez que la vida en pareja se hace una experiencia difícil a pesar de que todavía exista el amor, pero, con seguridad, no tendrá un tono rojo tan intenso sino difuminado por la cotidianidad y todo lo que trae la vida diaria.
Por lo anterior, aquello de que hasta que la muerte nos separe pierde vigencia para ser sustituido por un hasta que el amor nos dure.
1. Cuando ni cenizas quedan
Patricia, como tantas mujeres que creen que el amor llega a sus vidas para quedarse, se casó creyendo en el matrimonio pero, por decisión propia, terminó la relación que la hacía infeliz. Cuando contrajo nupcias, como estaba llena de ilusiones, quería que esa unión sentimental fuera toda la vida. Sin embargo, a los años, se cansó y se dio cuenta de que no tenía nada en común con su pareja y si, en el pasado, había habido fuego; en el presente, ni cenizas quedaban.
Aunque, al principio, Patricia y su ex marido parecían dos almas gemelas, con el tiempo, la afinidad desapareció. Por ello, las metas compartidas brillaban por su ausencia haciéndolos parecer dos perfectos extraños que aunque dormían en la misma cama y se cubrían con la misma sábana veían la realidad y pensaban de modo muy distinto.
Aparte de que la química ya no jugaba a favor de ambos, se sumaba el hecho de que los dos habían descuidado su físico, ya que Patricia, más bien, con los años, había recuperado su figura. Por otro lado, Gonzalo, el ex marido de Patricia, relativamente, mantenía el peso que tenía cuando se matrimonió con ella. Por esto, no se trataba de cambios drásticos en la figura de cada uno que los hiciera extrañar tiempos de juventud en que sus formas eran perfectas.
En resumidas cuentas, sólo, en lo espiritual, los dos habían cambiado hasta convertirse en dos desconocidos. Gonzalo había aceptado la metamorfosis de su mujer, pero ella no, más bien, comenzaba a verlo como un inquilino que no terminaba por irse de su casa.
2. Optando por la separación
Después de ocho años de convivencia, Patricia decidió decirle adiós a Gonzalo. Aún era joven; tenía tiempo de rehacer su vida y encontrar eso que llaman el verdadero amor. Aquello de la separación no fue fácil. Por la estrechez económica, cuando Patricia se separó de Gonzalo vivió momentos duros, pues era él quien se había encargado del sustento del hogar pasándole factura por ello, ya que si, Patricia no pensaba como él, Gonzalo hacía énfasis en que ella debía compartir sus pensamientos por la sencilla razón de que él era quien proveía todo en esa casa, por esto era víctima de un maltrato psicológico que iba amedrentando sus pasos una vez que limitaba su mente.
Un día, Patricia se percató de la distancia abismal que se había hecho presente entre los dos. Ese día, Patricia también se percató de que, debido a esas diferencias, ella no sentía nada por Gonzalo. Por ello lo dejó. Él hizo lo posible para convencerla de lo contrario, pero de nada sirvió. Patricia se separó de Gonzalo y decidió salir adelante sola, como otras tantas mujeres que habían hecho lo mismo a pesar de que tenían hijos por los que debían velar y cuidar.
Después de que había tomado la decisión de empezar una vida nueva sin Gonzalo, la situación económica se le tornó a Patricia de cuadritos. No obstante, con el pasar del tiempo, como ella era profesional, un buen trabajo le salió, y pudo salir airosa demostrando que era, como dice el refrán, toda una mujer.
3. Flechazos que llegan hasta los huesos
Patricia se fue a vivir sola. Rentó un pequeño apartamento que ella pagaba con su trabajo, al igual que todos sus gastos de alimentación y personales, como hacen muchas mujeres hoy en día que dan gracias a Dios de que no dependen económicamente de sus maridos o ex parejas, porque tal dependencia las convierte en sombras de sus cónyuges, curiosamente, con el extraño consentimiento de ellas mismas.
Como no se había cerrado al amor, Patricia fue víctima por segunda vez de esos flechazos que llegan hasta los huesos. Conoció a Efraín. Curiosamente, él se había divorciado como ella y tenían el mismo tiempo tratando de recomponer sus vidas. Iniciaron una relación en la que tratarían que los móviles fueran más allá de la química que en ese momento era avasallante.
Patricia trabajaba tanto como Efraín, así que valoraban el tiempo libre que habían decidido compartir. Pronto surgió la propuesta de vivir juntos. Los dos sentían aquella emoción que los hacía creer que el sentimiento que nos inundaba en ese momento sería eterno, pero sabían que aquel estado no duraría demasiado, en que la euforia llenaba sus sentidos, sino que, en un futuro, lo que los haría mantenerse juntos eran las metas compartidas, lo sembrado y preservado que iba más allá de lo que hormonas y las sustancias como la dopamina que se manifestaban a través de sensaciones y sentimientos que se confundían con la misma realidad y a veces se confundían con el mismo amor.
¿Cuánto dura el amor?
- El amor es una circunstancia en que las hormonas y sustancias particulares como la dopamina son las que nos envuelven en un estado en que los sentidos se nos nublan y la razón se ausenta. No obstante, esos efectos son pasajeros. Después, vemos la realidad en su justa dimensión. Y sabremos si la elección fue adecuada o un simple arrebato.
- Por lo anterior, más vale centrarse en cultivar una relación sólida en que la solidaridad, las metas compartidas y el compromiso sean los pilares más que en la química y los frenesís del momento que sólo nos llevan a uniones efímeras como la corta vida de las rosas en un florero
Isabel Rivero De Armas