Es una exageración extremista del tamaño de una pirámide egipcia, andar vociferando que la situación del país es tan grave que ya mono no carga a su hijo
Serían como los sueños de opio, majadear creyendo que a Nicolás Maduro le llegó su cuarto de hora. Y quisiéramos creer que sea por ignorancia o pura ingenuidad, que algunos ilusos que forcejean por el poder, no se hayan percatado que en caso de una eventual ruptura del hilo constitucional, solo quedarían exentos de pisarse las esféricas esas ratas que saltaran al agua por simple cobardía. ¿Verdad que causa tristeza que todavía algunos no hayan comprendido que todos somos pasajeros a bordo de ese barco llamado Venezuela?
Es una exageración extremista del tamaño de una pirámide egipcia, andar de frescolita vociferando que la situación del país es tan grave, que ya mono no carga a su hijo. A la par de esa apreciación atiborrada de odios y frustraciones, también consuela saber que ahora somos muchos los que entendimos que gastamos pólvora en zamuro en discusiones bizantinas que no conducen a nada, y que solo favorecen a quienes intentan pescar en río revuelto, sin importarles el daño que pudieran ocasionar a la nación. De esas monstruosas atrocidades será la historia -y nadie más que ella- la que se encargue de enjuiciar y castigar a los verdaderos culpables.
Y porque de esa cabuya tenemos un rollo bien largo, no necesariamente deberíamos esforzarnos en revolcar el baúl de la historia, para así encontrar esas razones que nos lleven a inferir que la oligarquía está caída de la mata cuando se deprava añorando un golpe de Estado en Venezuela. Y decimos que están a cien años luz de la realidad, pues no existen condiciones objetivas que nos empujen a una salida fáctica que altere el orden constitucional. Aunque en circunstancias distintas y con actores diferentes, ya en el siglo diecinueve fue un abogado y general llamado Antonio Guzmán Blanco, quien supo refregarle la verdad en la cara a su progenitor, reprochándole que «con papelitos no se tumban gobiernos», pues desde 1840, Antonio Leocadio era de los que creyó que su periódico: «El Venezolano», poseía la llave para acceder al poder sin el empleo de las armas.
Por lo antes expuesto, y porque conocemos la importancia que hoy reviste el binomio pueblo-ejército, es que sobran razones para advertirle a la rancia oligarquía que están a tiempo de bajarse de esa nube, pues desde hace años se les advirtió que una eventual ira popular podría convertirlos en polvo cósmico por andar desafiando la revolución chavista. Y en cuando al tiempo que Nicolás Maduro deberá permanecer en el poder, valdría la pena repetirles que todo parece indicar que habrá socialismo para rato, pues quien despacha en Miraflores no tiene los cojones de adorno, al igual que Chavez cuando gobernó desafiando el sabotaje de la CIA y el Pentágono.
De modo que debe quedar clarito que a los gobiernos no los tumban quienes quieren, sino quienes puedan, pues la experiencia nos enseña que nunca deseos empreñan. Y en nuestro caso particular, está de anteojito que fue la propia revolución la encargada de prohibirnos que retrocediéramos al oprobioso periodo puntofijista. Tan sencillo como eso.
Freddy Elías Kamel Eljuri