El país destrozado se sigue destrozando. Y desde la hegemonía no hay nada que avizore posibilidades de alivio
Fernando Egaña
Son tres aspectos de una misma realidad. La que padece Venezuela y el conjunto de los venezolanos. No sólo desde hace varios años y en el propio presente, sino también de cara al futuro, o al menos al más próximo. Diosdado Cabello, tan denunciado y cuestionado desde sus mismas filas, ha declarado que sin la “revolución”, Venezuela no es viable… Y es exactamente al revés: es la supuesta revolución la que ha hecho al país inviable. Porque el efecto prolongado de una hegemonía despótica y depredadora –que eso ha sido y es la “revolución”—sobre cualquier país es su destrozo.
El nuestro es un país destrozado por obra de semejante desgobernanza. La economía desplomada, la política secuestrada, la sociedad fragmentada y asolada por la violencia criminal. ¿Qué más se requiere para que un país esté destrozado? Sobre todo uno petrolero en medio de la bonanza más caudalosa y extendida de la historia. ¿Qué más? Los indicadores sociales son los de una guerra, los económicos también, los políticos retratan a una neo-dictadura (o dictadura disfrazada de democracia). Y todo ello tiene un origen “endógeno”. Ha venido de adentro. Ha salido de una casta político-militar que discursea con la izquierda y devasta con la derecha, el centro y la izquierda.
Un país destrozado para salir de su postración necesita de una gran esperanza que le fortalezca y le anime a luchar. Eso no lo tenemos. Hemos estado cerca de tenerlo. Pero no ahora. Al menos no de manera evidente. La oposición política venezolana está averiada, vale decir está afectada o dividida de tal forma que no logra convertirse en una alternativa sólida, en una esperanza que fortalezca y anime. El problema, me parece, no está tanto en los diagnósticos e interpretaciones de la tragedia que impera en Venezuela, sino en la capacidad de formular una estrategia consistente con la prédica, y por tanto capaz de unir a los variados sectores que prefieren y plantean un cambio de fondo en lo económico, lo político y lo social.
Todo ello facilita que, a pesar de la mega-crisis, la hegemonía permanezca encaramada en el poder. Cuidado, no sugiero que la avería opositora es lo que explica el continuismo de la hegemonía. No. La hegemonía tiene sus propios mecanismos de propulsión. Pero la carencia de una alternativa sólida no ayuda en la capitalización política del terrible panorama socio-económico, y por tanto tampoco ayuda en la lucha para enfrentar eficazmente a la hegemonía. En otras palabras, la mega-crisis debilita al régimen que encabeza Maduro. Pero ello es compensado, al menos en parte, por la debilidad opositora. Y si cada quien continua donde está, pues la hegemonía sigue encaramada.
Lo que también continua, y a paso acelerado, es el deterioro general. Su velocidad es mayor que la posibilidad de acostumbramiento de la población. De allí que las encuestas expresen un malestar tan agudo y diseminado, y un rechazo tan mayoritario al desgobierno de Maduro. Incluso las encuestas reconocidas por el oficialismo. El país destrozado se sigue destrozando. Y desde la hegemonía no hay nada que avizore posibilidades de alivio. Maduro ni lava ni presta la batea, y con ello el fantasma de una crisis humanitaria se transmuta en realidad cotidiana para millones de venezolanos.
La fórmula ideal sería, hegemonía superada, alternativa unificada, país enrumbado. De donde estamos a esa posibilidad debe haber un trecho complicado y desafiante. De allí que lo más importante sea movernos hacia allá. Pero movernos de verdad.