Tenemos 16 años de “revolución” esperando que las mieles prometidas lleguen a esta tierra de gracia sin que siquiera hayan rozado nuestros labios ¡Carajo! Son dieciséis años “buscando la suprema felicidad” y “construyendo el socialismo” sin que a ese edificio pendiente y ya pagado se le vean siquiera los pilotes
Si uno se sitúa como espectador, analizando desde afuera lo que está ocurriendo en nuestra nación, se percibe que entre los diferentes bloques del poder y el ciudadano común, y en esto incluyo a los oficialistas y a los opositores, existe una brecha que a veces luce insalvable. Es la zanja, casi un abismo, entre el “va a pasar”, entre lo que se afirma que “ya viene”, entre el desiderátum y las intenciones, buenas o malas, y lo que en realidad, cada día, nos pasa.
La izquierda es incapaz
de resolver problemas
En el gobierno no es nuevo el vicio. Su desconexión con la realidad le viene de la ideología que al principio le sirvió de bastimento y que ahora no es más que una mala excusa. La izquierda en general, especialmente la más radical, siempre ha mostrado una sobrada capacidad para el diagnóstico de los problemas sociales. Para muestra, un botón: Es cierto que en nuestro país existían, antes de la llegada de Chávez al poder, desigualdades, injusticias, abusos y corruptelas. También es verdad, aunque esto hay que aceptarlo valorando sus matices, que grandes sectores sociales se sentían sin voz y excluidos. Siguiendo la jerga oficialista, “visibilizar” tales problemas no tiene nada de malo, por el contrario, percibir un problema y dar cuenta de su existencia es el mejor primer paso para solucionarlo. Pero, y acá comienzan las contradicciones, la misma izquierda que tan acuciosa es para develar y registrar agravios, siempre e históricamente ha demostrado una absoluta incapacidad –cuando no una vulgar desidia- cuando de aplicar correctivos y tratamientos adecuados, los que impliquen verdaderas soluciones a los problemas, se trata.
Saben los oficialistas diagnosticar enfermedades sociales, la uña de su índice acusador es experta levantando añejas costras y hurgando en dolores viejos, pero llegado el momento de la cura, ya en el poder, no tienen el menor interés ni muestran capacidad para aplicarles el “tratamiento” correcto. Por eso el empeño continuo y cansón de caminar hacia adelante mirando siempre hacia atrás, la manía fastidiosa de ubicar en el lejano pasado o en enemigos imaginarios la causa de todos nuestros males presentes, y lo que es más importante, la terquedad, aburrida e inútil, en la formulación continua de utopías, por definición inalcanzables, que no ponen el pan en la mesa, no salvan la vida a nadie ni producen bienestar.
16 años buscando la
“suprema felicidad”
Revisen el discurso oficial, y a los lectores que aún creen en “el proceso” les ruego que lo hagan con objetividad, para que vean que no miento. Tenemos dieciséis años de “revolución” esperando que las mieles prometidas lleguen a esta tierra de gracia sin que siquiera hayan rozado nuestros labios ¡Carajo! Son dieciséis años “buscando la suprema felicidad” y “construyendo el socialismo” sin que a ese edificio pendiente y ya pagado se le vean siquiera los pilotes. Dieciséis años del “ya viene”, del “ya va”, del “para luego” y del “después”. Botaré ahora la cédula, pero no hay nada más parecido al “Dr. Pensamos”, aquél personaje del Joselo, que un funcionario del gobierno hablando hoy de lo que lleva dieciséis años prometiendo.
De este “ya viene”, de estos “va a pasar”, del puro simbolismo y de la nula eficiencia es que se nutre el discurso oficial, por eso no enlaza con el cansado sentir de las mayorías. No se identifica el gobierno con lo que en realidad “pasa” porque sus abstracciones y muecas caen como castillos de naipes ante el dolor de una madre a la que hoy, no “después” ni “mañana”, un malandro le mató a su hijo para quitarle la quincena. Nada hay en esas promesas, harto manidas, que aminore la angustia que siente hoy, no “más tarde” ni “luego”, el que no encuentra las medicinas que necesita para sobrevivir; la gente no necesita que se le diga que se “construyendo” tal o cual cosa, no cree ya en “legados” ni en mitomanías; lo que necesita hoy, para ya, es sentirse segura, plena y respetada, y que el sueldo le alcance para vivir dignamente y para progresar. Nada más.
Oposición con un discurso
también desconectado
de la realidad diaria
A algunos sectores del liderazgo opositor también cabe hacerles la misma crítica. Vivimos en un país en el que los índices de inseguridad, de inflación y de pobreza extrema están en niveles verdaderamente críticos; uno en el que divisas no hay, así como tampoco hay jabón, papel sanitario, café ni champú; uno en el que soñar con un futuro promisorio es casi una absoluta ingenuidad, y del que nuestra mejor inversión, el talento joven, está huyendo en desbandada, pero que no encuentra en la alternativa al gobierno clara representación porque, entre otras razones, en muchos se ha hecho crónica esa grave enfermedad que, permítaseme el neologismo, podemos llamar “electorálisis”, que no es más que la aceptación, a secas, de que la política solo tiene que ver con elecciones que produce, en paralelo, la parálisis absoluta ante cualquier forma, distinta de la netamente electoral, de vincular a las personas con el hecho político.
Este discurso también está desconectado de la realidad diaria. No milito en las filas de la “antipolítica” pero creo que la política ha de abarcar mucho más que la simple suma de votos. La democracia, lean ustedes a Mandela por ejemplo, es mucho más que eso. No creo en la violencia ni en los “caminos verdes” (valga el símil con lo militar) pues sostengo que el voto es la principal y más importante herramienta del verdadero demócrata; pero de allí a aceptar que el sufragio es “la única” herramienta para el cambio social, privando a los ciudadanos de cualquier otra posibilidad de expresión pacífica distinta y efectiva frente al oprobio, hay un largo trecho. No estamos para agringolados ni para “cuoteros”, tenemos cárceles inhumanas, hospitales derruidos, familias desmembradas, escuelas cayéndose a pedazos y jóvenes torturados, encarcelados y asesinados que esperan hoy de sus referentes, no “mañana”, un mensaje claro que demuestre que hay quien dé la cara y luche por ellos, todos los días, más allá del hecho electoral. De nada le sirve al ciudadano común que hoy no encontró comida o que sobrevivió un robo, que se le diga que los cambios vendrán “después” de las parlamentarias o de las presidenciales, ni mucho menos que se le haga sentir que toda protesta ciudadana, por pacífica y válida que sea, sea rechazada o cuestionada solo porque eso “distrae” de lo que estos señores, allá en sus alturas, ven como lo que “va a pasar”, como “lo único” importante: Las elecciones.
Llegó la hora para
que el liderazgo actúe
Se impone dejar de ver a los ciudadanos solo como posibles votantes. Todos somos seres humanos a los que la vida (ya tenemos dieciséis años en esto) se nos está yendo entre batallas perdidas, promesas incumplidas y aventuras delirantes. Ya estamos cansados de que se nos vea como simple utilería, que no como protagonistas, en esta obra llamada Venezuela. Es hora de que nuestros liderazgos salgan del “va a pasar” para ocuparse un poco más de lo que “pasa”. Lo demás, aunque a muchos les embelesen sus alucinaciones y el sonido de sus propias voces hasta la ceguera absoluta, es puro gamelote.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome