Si algo sirve para tipificar a los gobiernos como traidores a la patria, calificativo que les encanta a quienes hoy gobiernan, es su posición en la defensa de la integridad territorial. Si algo defiende un gobierno nacional es la integridad del territorio donde existe, donde vive su pueblo, donde se han llevado a cabo sus luchas, desarrollado su historia, sus tradiciones y su cultura; donde se ha creado la nación. Los problemas limítrofes han sido siempre puntos candentes en las relaciones entre los pueblos; incluso hoy, con la globalización, los mismos, lejos de desaparecer, constituyen elementos importantísimos en la comprensión de los conflictos existentes. El problema de Corea del Norte no se puede tratar si no se entiende que China no permitirá en sus fronteras a ninguna potencia enemiga. Otro tanto ocurre con Rusia y Ucrania; para la Federación Rusa tener fuerzas de la OTAN en sus fronteras es inadmisible, pues resquebraja enormemente su seguridad de Estado.
Latinoamérica no es una excepción. Los bolivianos siempre reclamarán su salida al mar, pero los chilenos, incluyendo al internacionalista Partido Comunista, insistirán que ése ya es territorio chileno y se unirán a la negativa a afectarlo en su extensión. No se dividen los chilenos ante este problema. Venezuela, lamentablemente, pareciera haber sido construida con otro tipo de madera. Siempre ha estado alineada del lado de quienes nos han quitado territorio: de 2 millones de kilómetros cuadrados hoy sólo gozamos de 916 mil 50. Hemos sido víctimas, entre otros, de Brasil, Inglaterra y de nuestros “hermanos” colombianos. Nuestros gobernantes del siglo XX y los que van del XXI no han tenido la dignidad suficiente, ni el valor ni el amor por nuestro territorio y la defensa de su integridad. Un chavista en Aporrea afirmó con tristeza que en esto se parece la reacción a la revolución. No se atrevió a decir o no ha concluido aún que no puede hablarse de revolución si no se defiende la patria de los intereses extranjeros, sean éstos de grandes potencias o provengan de las ambiciones territoriales de pequeños estados.
El legado de Chávez en este aspecto ha sido nefasto. No le importó entregar pedazos de nuestra geografía con tal de atornillarse en el poder. Para él nunca hubo patria, sólo silla, la presidencial y para sí. Hoy Guyana, aprovechando la ausencia de política exterior relativa a la reclamación del Esequibo, no sólo considera la disputa ya resuelta a su favor sino que actúa para quitarnos además la salida al océano Atlántico; pero no se trata de la plataforma continental de la zona en reclamación, que ya consideran suya, sino la que corresponde al estado Delta Amacuro, sobre la cual no debería haber ninguna duda ni mucho menos controversia. Tenemos muchos “socialistas” en el Gobierno, aunque sería mejor tener patriotas para no seguir perdiendo la patria, como está ocurriendo.
Luis Fuenmayor Toro