A los jefes de la hegemonía roja les gusta repetir que sin la “revolución”, Venezuela no es viable… La verdad es que es exactamente al revés: lo que ellos llaman “revolución” ha hecho inviable a Venezuela como una nación independiente y capaz de darle una vida digna y humana a su población. La razón es sencilla de plantear: la llamada “revolución” es una hegemonía despótica y depredadora que, al cabo del tiempo, termina por destruir la nación en la que impera. Ese es el dramático caso de la Venezuela del siglo XXI. Y la destrucción nacional, por cierto, se está acelerando.
Ante la pregunta de qué es más importante, si Venezuela o la hegemonía roja, la respuesta parecería obvia: Venezuela y punto. Pero los jefes del poder piensan diferente. Lo primario es la hegemonía y el poder que les confiere, lo secundario es Venezuela, por decirlo de alguna manera. Así piensan y proceden los hermanos Castro Ruz, patronos de Maduro y los suyos, y por tanto jefes supremos de la hegemonía roja. No todos en el oficialismo piensan igual, pero los que tienen la sartén por el mango, sí.
El gran problema es que el continuismo de la hegemonía supone, inexorablemente, que se profundice y extienda la destrucción de Venezuela. Dicho de otra manera, la posibilidad que Venezuela tenga un futuro distinto al presente, en términos de democracia y desarrollo, depende, también inexorablemente, de que sea superada la hegemonía. La mega-crisis que padece el país debería ser suficiente como para adquirir plena conciencia al respecto. Y si eso aún no es así, el deterioro del deterioro nos conducirá hacia allá.
Todos los males que arrastraba Venezuela del siglo XX se han exacerbado y algunos se han transmutado en tragedias humanitarias. Y todos los bienes que Venezuela poseía se han desintegrado. Y encima de todo, una oleada de nuevos males le ha caído encima al conjunto de la nación, sin la compensación de nuevos bienes. Si acaso, una ilusión de cierto bienestar que la incesante depredación de la jefatura, ya se ha encargado de difuminar. Esa auténtica oligarquía del mal, no sólo malbarató la más espléndida oportunidad de progreso de toda nuestra historia, cortesía de la bonanza petrolera, sino que ha empujado a Venezuela por un abismo del que no sabemos, a ciencia cierta, si hay retorno.
Pero esperamos que sí lo haya, y además luchamos para que así sea. Y para que esa esperanza sea firme y esa lucha sea fructífera, hay que insistir en que la hegemonía roja es incompatible con una Venezuela democrática y de avance. El país está enjaulado por la hegemonía, y ésta no tiene escrúpulo alguno en depredar todas sus riquezas, en hipotecar todos sus recursos, en aplastar todos sus derechos y en violentar todas sus libertades.
Y no tiene escrúpulo alguno al respecto, porque para la jefatura de la llamada “revolución” , lo primero es el poder, es el dólar a 6,30, es la impunidad, es el control mediático, es la imposición por la fuerza, es el yo-mando-porque-mando-yo, es el hacer y deshacer porque me da la gana, es el continuismo de la hegemonía. La escogencia está planteada: o la hegemonía o Venezuela. Y aquélla hace inviable a ésta, como país independiente y capaz de un futuro digno y humano a su pueblo.
Fernando Egaña