La defensiva –que se rige por el refrán de que “la mejor defensa es un buen ataque”- consiste en reaccionar de modo amenazante ante comportamientos que son neutrales e incluso positivos
En toda relación de pareja, sus miembros discuten. Por ello, las peleas conyugales son una parte importante de la relación; y por más que las evitemos, siempre aparecerán, porque cada uno trae su propia maleta de experiencias y ha aprendido a reaccionar de manera particular frente a cualquier situación que haya sufrido a lo largo de su vida.
A pesar de lo anterior, vivir peleando no es positivo pero evitarlo tampoco resulta lo adecuado cuando hay situaciones que necesitan resolverse. Por ello, es necesario saber qué lleva a pelear, para poner al descubierto las emociones y las reacciones que están detrás de cada discusión. De esa manera, se sacará provecho, para que la relación salga fortalecida, una vez que se soluciona el conflicto mientras se evita que las reacciones resulten tan ofensivas que puedan llevar esa relación a su final.
1. Razones que
nos llevan a pelear
Pelear ocurre cuando no hemos aprendido a comunicarnos: a decir lo que nos molesta sin alternos, sin reaccionar a la defensiva, criticando severamente, o de manera despectiva. Es pertinente entender que no es necesario gritar, insultar, degradar o tener una piedra en la mano para manifestar que una situación nos esté afectando más de la cuenta.
Lo ideal es pedir la atención del otro, para expresar lo que nos aqueja, para luego llegar a un acuerdo, una vez que sepamos cuáles emociones están de fondo y sacarlas a la luz, para evitar continuar sintiéndonos perturbados y molestos.
Un ejemplo de lo que causa una pelea es que nuestra pareja esté resentida por algo que considere injusto o deshonroso; siendo así nos pide que aquello no se repita; y, como existe afecto de por medio, no deseamos que él o ella se resienta nuevamente. Acto seguido, rectificamos: cambiamos la actitud que origina el disgusto en la relación, para dar cabida a la confianza y al respeto que son tan necesarios como el mismo amor.
Por otra parte, hay que entender que las peleas no son negativas en sí mismas. Lo que sí lo pueden ser son nuestras reacciones; ya que en un momento de ira, una agresión verbal, como el uso de un calificativo negativo, mejor conocido como insulto, puede marcar a la víctima de por vida causándole algún trauma psicológico y, por ende, haciendo un daño irreversible.
Luego, como individuos que somos, hemos acumulado diferentes vivencias y tenemos distintas expectativas de lo que será la relación sentimental. Tenemos también temores particulares y deseos personales, los que, después, serán compartidos cuando logremos un nivel de acoplamiento en la relación conyugal en la que los sentimientos de seguridad se hayan fortalecido y las metas de uno sean también las del otro.
2. Negociar es mejor que pelear
Seguidamente, cuando discutimos debemos tener presente que más relevante que el motivo que nos lleva a la discusión es el amor que nos devengamos. Y más que pelear, la meta deber ser negociar, que consiste en cambiar algo que no agrada a uno de los dos por aquello que beneficia a ambos, siempre en un clima de armonía en el que el respeto se convierta en consigna.
Asimismo, en un ambiente en que las peleas sean constantes, sin que aquello que las genera salga a la luz, puede hacer mermar los sentimientos más fuertes; por lo que el descontrol y la intolerancia serán los enemigos más difíciles de vencer en toda relación conyugal, en la que nunca faltarán las peleas conyugales, pero en las que, siempre, para bien de los dos, deberán haber acuerdos que beneficien a ambos cuando mantengamos la calma y pensemos bien lo que vamos a decir. La meta es solucionar el problema; no generarnos más situaciones conflictivas que nos causen frustración y depresión.
Por último, superar cada conflicto que se nos presenta en la vida conyugal nos ayuda tanto a fortalecer la relación como a madurar en pareja, pero se hace un imperativo mantener el control para evitar que las reacciones causen un daño mayor que se vuelve difícil de reparar.
3. Reacciones que llevan la relación a su final
Algunas reacciones generadas en una discusión que se deben evitar porque tiene un papel decisivo en una ruptura son: la defensiva, la crítica y la despectiva.
La defensiva –que se rige por el refrán de que “la mejor defensa es un buen ataque”- consiste en reaccionar de modo amenazante ante comportamientos que son neutrales e incluso positivos.
La causa de una actitud defensiva está en un miedo a ser herido, temor al rechazo o intolerancia a la crítica. Un ejemplo de un comportamiento a la defensiva es empezar hablar rápidamente sin dejar al otro emitir comentario alguno.
La crítica constante agota cualquier relación, destruye el autoestima y la imagen de la pareja. ¿Es bueno preguntarse si se es un aliado o enemigo a quien se le victimiza con comentarios que más que corregir un comportamiento buscan humillar.
El comportamiento despectivo busca degradar al otro, colocarlo en una condición de inferioridad, se manifiesta a través de frases como “tú no sabes nada”, “no esperaba nada más de ti”.
¿Discutir para solucionar o marcar el adiós?
*** Cuando comuniquemos algo nos molesta, evitemos insultar al cónyuge: decir groserías es lo menos apropiado porque son muestras de agresión verbal.
*** Comuniquemos cómo nos sentimos. Cuánto nos afecta algo y las emociones que nos genera. Luego, negociemos: más que ganar uno de los bandos, al llegar a un acuerdo, los dos han terminan ganando bastante.
*** A veces decir las cosas con humor tiene un mejor efecto que conversarlas seriamente. En una relación de dos –por más fuerte que suene- los terceros es sobran. Además, hagamos un balance entre lo positivo y lo malo. Irse a lo negativo, predispone al otro a querer negociar o ceder.
*** Finalmente, si existen varias molestias, no las hablemos todas a la vez, porque la reparación del daño será mayor. Y cuando se solucione una de tantas cosas que nos molestan, el resto se desinflará, una vez pierdan importancia
La voz de la mujer / Isabel Rivero De Armas