A partir de un hecho real, como fue el hurto y el rescate del popular cuadro de Leonardo Da Vinci, el venezolano Luigi Sciamanna ha escrito y montado una comedia con 50 personajes
Con el estreno y la temporada del espectáculo “Monna Lisa”, el dramaturgo y puestista Luigi Sciamanna cierra su tetralogía teatral inspirada en obras claves del Renacimiento.
La nueva producción de Sciamanna, el robo y rescate de “La Gioconda”, o “Monna Lisa, es una comedia ambientada justo antes de explotar la Primera Guerra Mundial. El hurto de la pintura de Leonardo Da Vinci, en el Museo del Louvre en 1911, sirvió como punto de partida para crear una pieza que mezcla algunos personajes históricos con otros ficticios.
El equipo de trabajo es propio de una superproducción, donde 13 actores dan vida a 50 personajes en el escenario de la Asociación Cultural Humboldt, ubicada en San Bernardino. Jorge Palacios es Sigmund Freud y Armando Cabrera hace de Camille Saint–Saën, por mencionar dos ejemplos. El resto del elenco reúne a intérpretes jóvenes con otros más experimentados: Sheila Monterola, Roberta Zanchi, Carlos Sánchez Torrealba, Wilfredo Cisneros, Gerardo Soto, Marco Alcalá, Pastor Oviedo, Luis Sarmiento, Christopher Peinado, Rafael Carrillo y Homero Díaz.
Pieza autónoma
“Monna Lisa” es una pieza autónoma que a su vez se comunica con sus predecesoras: “La novia del gigante” y “El gigante de mármol” (un díptico sobre la monumental escultura “David” de Miguel Ángel) y “400 sacos de arena” (acerca del fresco “La última cena” de Leonardo Da Vinci). «Los mismos temas están allí expuestos de manera distinta. El arte, el poder y la identidad vuelven a aparecer pero desde otro contexto y otra perspectiva. Las obras son el comienzo para hablar sobre otros asuntos», comenta Sciamanna, quien cuenta con el respaldo del Instituto Italiano de Cultura.
-¿Culmina su ciclo sobre teatro vinculado al arte?
-Más que el teatro vinculado al arte, diría que es el arte vinculado a la vida. Sé que ha visto las tres piezas anteriores y, apartando lo que más te haya podido enganchar o lo que menos, verás que las obras son un punto de partida para plantear algunas angustias, ilusiones, preguntas, miedos, esperanzas, situaciones históricas y uno que otro espejo. Es un viaje maravilloso de casi diez años porque comencé a escribir en 2006 y no fue sino hasta 2012 que se montó la primera pieza del ciclo, “La novia del gigante”. Es uno de los proyectos más intensos y hermosos y significa para mí una etapa de mucho crecimiento. Me siento muy orgulloso de poder aportar esto. No es montar obras. Es un proyecto. Es tomar a la audiencia de la mano y decirle: Les vamos a contar estas historias. Vengan
Apertura y cierre
“Monna Lisa” fue la primera obra que comenzó a escribir y es la que cierra el ciclo. Es el texto que más tiempo le ha tomado y el que más transformaciones recibió. Comenzó muy tímidamente colocando sobre el papel todas las ideas que tenía en mente y poco a poco la obra fue adquiriendo su personalidad. “La aventura de encarar ésta sola pieza es maravillosa porque además está escrita con una enorme libertad dramatúrgica y una enorme libertad sobre lo histórico. Por supuesto que él músculo para darle la forma definitiva viene del enorme entrenamiento que ha sido el escribir las tres anteriores y en esta, “Monna Lisa”, se liberan todas las fuerzas contenidas en aquellas. Me gusta también cerrar con una comedia y que sea lo más libérrima, imaginativa, oscura, absurda, divertida y lúbrica posible. La pieza es una especie de caleidoscopio o de circo o farsa sobre un telón de fondo dramático”.
Trece actores interpretan a 50 personajes. Esta combinación de personajes históricos y de ficción no es nueva en el ciclo. Ya ocurrió todo eso en “La novia del gigante” y en “El gigante de mármol”.
Creador satisfecho
Cuando comenzó a escribir en 2006 tenía la necesidad de hacerlo. “Por supuesto que cuando escribes teatro está allí latente la ilusión de que algún día el texto se haga carne sobre el escenario y ver qué sucede con esas palabras, esos personajes y situaciones. Pero, insisto, cuando comencé a escribir estaba sólo la imperiosa necesidad de hacerlo. Y el sentido de la aventura. Porque también ha sido y es una aventura. Uno comienza con un plan, un mapa, pero no sabe en realidad hacia cuáles territorios llegará y cómo llegará. Así que cuando se estrenó la primera, de algún modo no lo podía creer. No fue una temporada fácil, pero el público respondió muy bien y gracias a eso se echó a andar el mecanismo para hacer las otras. Cada pieza ha significado subir unos cuantos peldaños más con respecto a la anterior, tanto dramatúrgica como escénicamente hablando. Cada producción es más compleja que la anterior. Mi gran insatisfacción sigue siendo el segundo acto de “El gigante de mármol”. Por un lado, las limitaciones de la producción impedían tener los elementos necesarios para mostrarlo como debía hacerlo. Por otra parte, en lo dramatúrgico, y viviéndolo además en carne propia porque, a pesar de mí, actuaba en la pieza, sentía y siento aún que puede ser mejor. Muy lejos de lo que usualmente se piensa, que el dramaturgo no debe montar sus obras porque no es «objetivo» con el texto, en mi caso, observo, analizo y critico todo lo que está sobre la página sin contemplación alguna y la experiencia escénica me dice qué hay que cortar, qué hay que desarrollar y qué hay que cambiar. Escucho con toda fe y confianza lo que el escenario me dice. Es como editar una película. El texto, como el músculo, crece en el descanso. Después vinieron “400 sacos de arena”. Soñar un elenco es fácil. Hacerlo realidad es muy difícil. Si ese elenco es de 13 mujeres y que deben ser cantantes es cien veces más difícil. Soñar hacer un coro con solistas es más complicado aún. Y allí estaban. Escuchar ese nivel vocal noche a noche, en vivo y a cappella no es poca cosa. Que hayamos logrado llevar esa producción, que tenía poquísimo dinero, a los niveles de presencia escénica que logramos, fue una tremenda satisfacción. Pienso en aquella pared que no era un simple elemento escenográfico sino parte fundamental de la acción dramática. Que se terminaba de cubrir frente a los ojos del público. Es decir, un elemento vivo. No era algo puesto allí. Un marco. No. Era parte esencial del drama. Habría sido menos complicado escribir que al ver la pared ya estuviese cubierta. Pero no. Ver la acción era fundamental. Aquí el trabajo del equipo de producción capitaneado por Marisela Cocó Seijas fue piedra de toque. En realidad todo el proyecto, para mí, significa un crecimiento artístico y espiritual enorme”
EL ESPECTADOR
E.A. Moreno-Uribe
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