El Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura es uno de los elementos con los que Pekín quiere dar un empuje a su capacidad de medirse con las instituciones financieras internacionales dominadas por Gobiernos occidentales. Otros elementos del mismo sistema son la nueva Ruta de la Seda, en la que el BAII se compromete a realizar fuertes inversiones, y el Banco de Desarrollo del bloque BRICS, según reputados reportes de prensa especializada
La iniciativa de la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés), una especie de prestamista global financiado en su mayoría por China y que cuenta con 50.000 millones de dólares para financiar a países en desarrollo, ha puesto –una vez más- en evidencia la tentación totalitaria de un pensamiento, estrategia y hegemonía única por parte de algunos sectores pertenecientes al statu quo occidental.
EL guabineo de Estados Unidos, por cierto casi solitario en esta actitud vacilante, contrasta con el apoyo de más de 27 países, incluidos tradicionales aliados de occidente, a la iniciativa de una organización global similar al Fondo Monetario Internacional (FMI). Los últimos reportes de prensa dan cuenta de que finalmente EEUU y el FMI decidieron unirse a la iniciativa china, luego de haberlo hecho naciones como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Australia y Suiza.
Indudablemente que la inquietud de EEUU es la influencia que pudiera tener en la geopolítica internacional la irrupción en escena del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura. No obstante, ese criterio mezquino no puede privar a nuestra América Latina de una alternativa de financiamiento para el desarrollo de su infraestructura. En resumidas cuenta, el nuevo FMI chino, lejos de competir, puede sumar, incluso pudiera enriquecer al propio FMI al obligarlo a reconsiderar algunos de los condicionantes que influyen en sus prácticas de financiación. En cristiano, competir, una palabra que produce éxtasis en los defensores del libre mercado, el capitalismo y el neoliberalismo.
En ocasiones anteriores, en este mismo espacio, he tomado como muy serios muchos estudios y posturas de los organismos pertenecientes a la arquitectura tradicional de la economía mundial como el FMI, el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), haciendo siempre la salvedad de que debemos concentrarnos en el qué se dice, más que en el quien lo dice, aunque esta filosofía no es todo terreno, quiero decir, no la podemos aplicar indiscriminadamente.
El Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura es uno de los elementos con los que Pekín quiere dar un empuje a su capacidad de medirse con las instituciones financieras internacionales dominadas por Gobiernos occidentales. Otros elementos del mismo sistema son la nueva Ruta de la Seda, en la que el BAII se compromete a realizar fuertes inversiones, y el Banco de Desarrollo del bloque BRICS, según reputados reportes de prensa especializada.
Según los impulsores de la iniciativa, la meta de la institución no es complementar a su rival inmediato —el Banco Asiático de Desarrollo (BAsD)— dominado por Tokio y Washington, sino desafiar sus políticas y su sistema burocrático. El BAII se postula, además, como una alternativa al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que tienen su sede en Washington.
El banco fue puesto en marcha el pasado octubre con un acuerdo de fundación firmado por 21 estados y un capital estatutario de 100.000 millones de dólares. Está previsto que la redacción de sus estatutos internos finalice a finales de este año 2015.
Miguel Pérez Abad