A 13 años de los hechos, el silencio no es solo nacional, la OEA y la CIDH tampoco abrieron la boca. Aún esperamos que se decida la causa, admitida y documentada, contra el Estado venezolano por al menos nueve de los asesinatos del 11 de abril de 2002. Sigue el silencio. Las víctimas de aquellos hechos, y los familiares de los asesinados, esperan y esperan
Ayer se cumplieron trece años del 11A. Diecinueve cadáveres, hombres y mujeres víctimas de la misma violencia, del mismo absurdo, de la misma maldad en el poder que en estos tiempos recientes ha revelado completamente y sin tapujos su faz, aún esperan justicia, aún esperan verdad. La impunidad, el silencio y la mentira, todo promovido desde el poder por quienes se saben los directos responsables de las graves violaciones a los derechos humanos que vivimos aquel oscuro abril, se han convertido en la regla.
Sistemática y violenta
represión debutó el 11A
Fue en aquel lejano 2002 cuando se estrenó, luego de algunos ensayos previos, la metodología perversa que luego acompañaría, cada vez que contra el gobierno se alza la voz, la sistemática y violenta represión que ahora es usual y que hasta ha sido “legalizada”. Recientemente muchos nos han sido arrebatados por la muerte, por la violencia política de aquellos que solo piensan en mantenerse en el poder, a costa de lo que sea y aunque sean absolutamente incapaces hasta de remedar las funciones que se supone deberían cumplir. Se les olvidó para qué fueron elegidos y a quién se deben. No han sabido siquiera “montar el paro”, son una mueca, no son autoridad, son miedo e ineficiencia, verborrea, improvisación, pataleo, delirio y burla. No han sabido sino engordar, ellos y sus cuentas bancarias, y dilapidarnos y abusarnos al punto de que ya ni el pollo vamos a poder llevar a la mesa. Mientras tú te desgastas en colas e indignidades, unos pocos, los muchos menos, los del cogollo rojo, acaparan riquezas mal habidas sacadas directamente del bolso de nuestra nación. Para eso sí son eficientes.
Hoy hablamos de Bassil Da Costa, de Kluiverth Roa, de Juancho Montoya, de Geraldine Moreno, de Génesis Carmona, y de muchos otros, demasiados, a los que la infame bala a la cabeza les destruyó el futuro, pues eso es lo que promueve, sin dobleces además, el “Patria, socialismo o muerte”; pero ayer hablábamos de Jesús Espinoza Capote, de Jhonnie Palencia, de Juan David Querales, de Jesús Arellano y de otros, también demasiados, que fueron sentenciados a la misma ausencia eterna por el mismo credo, por la misma felonía, con las mismas armas, por las mismas razones. Entre los de antes y los de ahora, otros también fueron asesinados por la misma gavilla; mucha sangre, demasiada, ha manchado nuestra tierra, solo porque unos pocos, poquísimos, le cogieron el gusto a sus cargos y a los lujos que disfrutan a costa de nuestro erario. Ideales no hay, o en todo caso son mascarada y pan rancio y mohoso que se lanza a las tribunas cuando el circo, cotidiano y cansón, deja de entretener.
El mismo asesino
de 2002 a 2015
Es menester tender los puentes, analizar las similitudes, contrastar formas y fondo. En todos los casos, en todas las muertes de manifestantes por motivos políticos de 2002 a 2015, es la misma mano la que engatilla y dispara, es el mismo fogonazo, son los mismos pretextos y las mismas argucias. Es la muerte como lema y como método, el miedo como alimento y la mentira oficial como argumento.
Tras 13 años, prevalecen la impunidad y el cuento. La verdad no interesa, la justicia tampoco. No se investiga nada. En aquel momento, en 2002, fueron 79 las investigaciones penales que se abrieron por las muertes y lesiones de ciudadanos venezolanos durante el 11A. En ninguna afloró la verdad. A los que dispararon contra policías y pueblo, o los absolvieron, concediéndoles además el dudoso mérito de ser “Héroes de la Revolución”, o ni siquiera los investigaron. A los que salvaron las vidas de muchos, poniendo su pecho entre las balas del oprobio y la ciudadanía, los condenaron a la pena máxima, sin tener, como pasa ahora con los que son investigados por “conspiradores” o “terroristas”, ni una prueba en la mano que lo justificara. Solo el mandato del ausente, una voz envalentonada en cadena nacional buscando consolidar mentiras, bastó y sobró para que la justicia fuera desterrada del estrado y fuera sacada de los tribunales por la puerta trasera. Ese día se fue, y aún no regresa.
Víctimas y familiares de los
asesinados, esperan y esperan
La culpa no es jamás del poder, sino de quienes se le oponen. Así rezaba en 2002 y reza ahora la homilía oficial, impuesta, fastidiosa y repetitiva. Antes se buscó y ahora también se busca a los culpables de las muertes y de los excesos dónde no están, y se montan parapetos judiciales en los que ni la razón ni la ley tienen cabida, para tapar el sol con un dedo. Es la estrategia del que la debe, la teme y sabe que debe forzar nuestra mirada hacia otro lado, para que no veamos que las que están manchadas de sangre son sus manos, no las nuestras.
El silencio no es solo nacional, la OEA y la CIDH tampoco abrieron la boca. Aún esperamos que se decida la causa, admitida y documentada, contra el Estado venezolano por al menos nueve de los asesinatos del 11 de abril de 2002. Sigue el silencio. Las víctimas de aquellos hechos, y los familiares de los asesinados, esperan y esperan. Al dolor de la pérdida se suma el daño de la decepción ¿Cómo creer en una justicia que tarda y que se regodea en su demora?
13 años de impunidad
Las inquietudes y las dudas, ya en lo político, permanecen. Pocos saben en realidad qué pasó, allá en las “bajuras” del poder, y por qué se lanzó a la basura, con un absurdo e inconstitucional decreto, el sueño libertario de los millones de personas que no creían, y aún no creen, en este accidente histórico que hoy padecemos y sufrimos. Nadie sabe, por ejemplo, por qué si era cierto que Chávez no había renunciado, generando su ausencia absoluta en el cargo, Diosdado Cabello se juramentó, porque así lo hizo, como presidente interino, siguiendo el procedimiento previsto para ello en la misma Constitución bolivariana. Nadie sabe por qué si eso fue así, no se convocó en los plazos que correspondía a elecciones presidenciales, ni por qué los militares que llevaron de nuevo a Chávez a Miraflores no le hicieron cumplir después las condiciones que ellos mismos le habían impuesto. Aun guardo la esperanza de que la verdad, terca como es, algún día se imponga. Se la debemos a los que ya no están, pero más allá, a nuestros hijos.
Son trece años ya, pero yo les invito a no dejar que el largo tiempo transcurrido nos nuble el entendimiento. Debemos evitar que las penurias diarias y el paso de los años nos pongan al servicio del olvido y de la injusticia. Estos son sus nombres, por ellos también seguimos luchando. Mi ruego es por todos los que nos han dejado a manos de la barbarie, y va especialmente hoy por los que fueron asesinados el 11 de abril de 2002: Erasmo Sánchez, Rudy Urbano Duque, Josefina Rengifo, César Matías Ochoa, Pedro Linares, Nelson Zambrano, Luis Alfonso Monsalve, Luis Alberto Caro, Jesús Espinoza Capote, Jesús Orlando Arellano, Orlando Rojas, Alexis Bordones, José Antonio Gamallo, Jhonnie Palencia, Víctor Reinoso, Juan David Querales, Jorge Tortoza, Ángel Figueroa y José Alexis González Revette. No me importa si estaban de un lado o del otro. A todos deben honrarlos nuestra memoria, y por encima de todo, nuestros actos.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome