Se identifica fácilmente porque busca provocar miedo en quien le lleve la contraria: quien no cumple sus deseos, se convierte en su enemigo acérrimo
Por lo menos alguna vez en la vida, una mujer ha sido víctima de un manipulador. En el amor, el trabajo o con la familia, hemos podido ser blanco de amenazas que se manifiestan a través de sentencias que tienen un impacto psicológico, como ‘si me acusas, ya verás lo que te hago’.
Entonces, el afectado no se atreve a actuar debido a que cree que esas palabras amenazantes se cumplirán haciendo tangible aquello que teme. Y aunque algunos dicen que ‘perro que ladra no muerde’, es prudente recordar que el que manipula, con su extorción agrede, haciendo de la agresión verbal un modo de manipulación. El objetivo es crear un estado de desconcierto, temor o frustración, que hace vulnerable a quien se convierte en receptor de viles amenazas o de formas de acoso.
1. Cómo reconocerlo
Al manipulador se le reconoce fácilmente. Es aquella persona con un grado de inmadurez que lo incapacita a hacerse responsable de sus acciones. Siempre consigue una excusa, aparentemente perfecta, para achacarle la culpa a otro: un gesto, acción o actitud, que por alguna razón se vuelve inoportuna, inesperada o sancionada por quien falsea la realidad para ponerla a su favor.
Como se trata de personalidades con algún grado de perturbación, están propensas más que otras a tener conflictos con las personas cercanas a su entorno. Están propensas, asimismo, a carecer del control necesario para mantener sus emociones a raya. Dicen o hacen muchas cosas de las que se arrepienten, una vez que saben en peligro, porque perciben que sus planes están descubiertos, o se ven amenazados por sus arranques tempestivos.
La incapacidad de controlarse convierte a los manipuladores en seres más vulnerables que el resto de los mortales a realizar actos violentos. Quien se convierte en víctima de un manipulador, termina recibiendo algún tipo de violencia, verbal o sicológica, hasta física, según sea el caso. Nunca se sabe hasta dónde llegará la manipulación.
Asimismo, el manipulador se identifica fácilmente porque busca provocar miedo en quien le lleve la contraria: quien no cumple sus deseos, se convierte en su enemigo acérrimo. Esto le causa una molestia desproporcionada. Los lleva al descontrol, caer en la amenaza, a través de la descalificación, que es una forma de agresión verbal, y aunque no es perceptible va cercenando la conciencia de la persona agredida, hasta crearle inseguridad, temor y desconfianza. Por ende, quien recibe las agresiones del manipulador no puede desarrollar exitosamente su trabajo ni tampoco sus actividades cotidianas.
Una de las estrategias que puede utilizar el manipulador es el desprestigio. En esa circunstancia la descalificación se convierte en la estrategia empleada para crear en quien la recibe sentimientos, como impotencia o angustia, que limitan o coartan la capacidad de acción de la víctima. La mentira o la falsedad de hechos o situaciones son las herramientas de quien hace de la manipulación su oficio, hábito o modo de vida.
2. No nace, se hace
La causa de un comportamiento violento, probablemente, está en una infancia traumática, donde los golpes, el abuso y el maltrato, por parte de la madre o del padre, han dejado una secuela en el agresor quien repite tal comportamiento: lo toma como modelo de modo automático, a menos que reciba asistencia psicológica que lo ayude a concienciar que esa conducta es negativa para luego corregirla.
El modelo es la imagen mental que un individuo tiene de una persona. Esa imagen influye sobre todo en la infancia. Es ahí, en esta etapa, cuando se estimula una acción a seguir. El niño copia inconsciente, o intuitivamente, el comportamiento de los progenitores o de sus cuidadores.
Luego, en la adultez, actúa de manera similar: si el padre agrede a la madre y a los hijos, el adulto afectado lo hará con su pareja y con sus descendientes. Esta conducta se vuelve reiterada hasta que se analiza y después se modifica.
3. Comportamiento de dos caras
La manipulación se convierte entonces en una personalidad de dos caras: el agresor, por un lado, y el que se hace la víctima, por otro. No es nada fácil actuar racionalmente cuando se forma parte de esta situación. Sin embargo, conviene evaluar fríamente la actitud de quien tiene semejante conducta para, de una vez por todas, acabar con este círculo vicioso. Sus daños no se harán esperar. El peligro inminente está a la vuelta de la esquina. Escapar ileso es una forma de protegernos de consecuencias mayores que no tardan en aparecer.
Asimismo, como tienen una visión distorsionada de los hechos, existen personas que son capaces de cumplir la amenaza que profieren. Esa manera de ver las cosas, les impide actuar con normalidad. Por eso, esas amenazas se convierten en verdaderos chantajes que dificultan la posibilidad de analizar la situación en la que se está inmerso para tomar una decisión acertada, con lo cual su objetivo se ha cumplido, mover las piezas a su favor.
Por consiguiente, sumergido en un estado de angustia, el afectado considera que existe por parte de quien propina tal amenaza el firme propósito de cumplirla, lo cual aunque no suceda ya ha sido perjudicial, una vez que genera un estado de desequilibrio o inestabilidad que al durar un tiempo considerable ocasiona un daño irreversible.
Acosar o amenazar lo hace el manipulador:
*** Bajo un estado de amenaza permanente, nadie puede estar mucho tiempo sin enfermarse mentalmente, una vez que desarrolla un estado de angustia que vulnere su lucidez mental que, al igual que la salud física, por exponerla de este modo, es fácil de perder.
*** Por ello, aunque puede no resultar fácil, apremia marcar distancia del manipulador, una vez que se le haga saber que si no modera su comportamiento, por ejemplo, se acudirá a un organismo público, como el Ministerio Público de la Fiscalía o el Ministerio de la Mujer, para pedir asistencia cuando el acoso sea una forma más de intimidar del que manipula.
La voz de la mujer / Isabel Rivero De Armas