Llamó al Museo de Historia Natural de La Paz, para dar la noticia y pedir que enviaran a sus expertos.
-¿Y cuántas huellas dice que ha encontrado? –le preguntaron.
-Alrededor de mil.
-De acuerdo, ya le llamaremos.
Schütt lo ignoraba, pero el mayor yacimiento por aquel entonces, en Alemania, reunía apenas 220 huellas. Nunca le devolvieron la llamada desde La Paz. Tampoco desde Santa Cruz, donde contó la misma historia a los paleontólogos que trabajaban en las exploraciones petrolíferas.
En el muro de Cal Orck’o no hay mil huellas, como creyó Schütt en el primer momento: hay más de diez mil. Este último recuento lo presentó el paleontólogo suizo Christian Meyer en Sucre, el pasado 22 de abril. Las pisadas trazan algunas caminatas muy largas y corresponden a cientos de dinosaurios de una treintena de especies: por aquí paseaban todas las especies conocidas de dinosaurios sudamericanos, incluso tres que no se conocían hasta ahora. Las huellas reflejan, con un nivel de detalle jamás alcanzado, cómo era la vida de los dinosaurios un poco antes de su extinción. Y por eso quieren que la Unesco declare el farallón de Cal Orck’o patrimonio natural de la humanidad.
“¡Esto es el Santo Grial!”
Schütt, de 63 años, es un boliviano de familia alemana, un hombre alto, delgado, de pelo blanco revuelto, piel rosada y movimientos suaves. Hasta que empieza a hablar de dinosaurios: entonces se agita un poco, extiende los brazos, se mueve por su casa para mostrar fotos, libros, algunas reliquias paleontológicas. Vive en el centro de Sucre. En la entrada de su casa, en el suelo, tiene una roca granulosa.
-¿Sabe usted qué es esta roca?
-Ni idea. ¿Un fósil?
-Un coprolito -y sonríe, antes de completar la explicación-. Un excremento de dinosaurio fosilizado.
En el salón, Schütt se mueve entre macetas de helechos y araucarias, que ya existían en la época de los dinosaurios. Enseña varios estromatolitos alineados en un estante de su biblioteca: rocas formadas por la acumulación de seres unicelulares, una de las formas más antiguas de la vida en la Tierra. En este ambiente cretácico, Schütt recuerda el descubrimiento de las huellas de Cal Orck’o.
-Hubo un geólogo, Hugo Heymann, que vio las huellas en la cantera en 1985 y les sacó unas fotos, pero ahí se quedó todo. Heymann había estudiado en el Colegio Alemán de Sucre, como yo. En 1994 los antiguos alumnos organizamos una visita a la fábrica de cemento Fancesa. Otro de los antiguos alumnos trabajaba allí, de ingeniero, y nos mostró las instalaciones. Íbamos caminando por la cantera, al pie de un corte enorme en la montaña, una muralla muy lisa y muy amplia. Entonces me fijé en las marcas: había muchísimas huellas de dinosaurio. Me quedé con la boca abierta.
Schütt sabía algo de paleontología.
-A mí me gustaba mucho el tema. Había visitado el yacimiento de Toro Toro, en Potosí, con su descubridor, el doctor Leonardo Branisa. Él fue el impulsor de la paleontología en Bolivia. Aprendí mucho con él. A mis hijas les encantaban los dinosaurios y yo les compraba montones de libros divulgativos, así que supe identificar las huellas de Cal Orck’o. Me di cuenta de que eran algo extraordinario.
Entre las huellas se distinguía el recorrido de un pequeño tiranosaurio, que se prolongaba medio kilómetro: la caminata de dinosaurio más larga jamás registrada en el planeta. Schütt bautizó al saurio como Johnny Walker.
Después de las primeras llamadas sin respuesta, Schütt convenció al director del Museo Paleontológico de Tarija, el ingeniero Freddy Paredes, quien acudió a Sucre y quedó asombrado con el hallazgo. Schütt es paleontólogo por afición, cineasta y agente de turismo por oficio, así que grabó un vídeo en el que Paredes explicaba las huellas. Envió las imágenes a universidades y museos, a National Geographic, al instituto Smithsonian, incluso a Steven Spielberg: le invitó a que proyectara Jurassic Park sobre el muro de Cal Orck’o. Al principio no recibió ninguna respuesta.
Hasta que en 1998 el vídeo llegó a las manos de un personaje clave en esta historia: el paleontólogo Christian Meyer, de la Universidad de Basilea, autoridad mundial en huellas de dinosaurios. Él había descubierto la caminata de dinosaurio más larga del planeta, de unos 120 metros, en el desierto del Gobi. Cuando vio las huellas del tiranosaurio Johnny Walker, que alcanzaban los 581 metros, tomó un avión y se plantó en Bolivia.
-Fui con Meyer a la cantera y no podía creérselo -recuerda Schütt-. Me dijo que en Sucre teníamos el Santo Grial de la paleontología. En dos meses armó una expedición para fotografiar y mapear con láser toda la pared, sacar moldes de silicona de las pisadas y recoger fósiles.
Una foto de los dinosaurios, justo antes de la extinción
En la cantera de Fancesa cortaban la montaña en láminas, como si fuera un queso, hasta que encontraron una capa que ya no les interesaba: contenía demasiado manganeso, un elemento que complica la fabricación del cemento, y la dejaron sin explotar. Así quedó a la vista el murallón liso de Cal Orck’o (“cerro de cal”, en quechua), que mide un kilómetro y medio de largo, cien metros de alto, y tiene una inclinación de 72 grados. El primer estudio de Meyer registró más de tres mil icnitas -pisadas de dinosaurio- en esta superficie. Unos años más tarde, la cuenta ya había crecido hasta cinco mil, incluyendo 462 caminatas, pertenecientes a 293 dinosaurios de más de 25 especies. Y hace pocos días el paleontólogo suizo anunció que la cifra superaba ya las diez mil y que incluían las huellas de tres especies desconocidas.
-Lo mejor es que las pisadas revelan los comportamientos de los dinosaurios -explica Schütt- y permiten recrear qué pasaba en Cal Orck’o hace 66 millones de años, poco antes de que se extinguieran.
Pasaba, por ejemplo, la siguiente escena.
Un pequeño tiranosaurio corretea por la orilla pantanosa de un lago. La tierra tiembla, los volcanes llevan meses humeando, una neblina de gases tóxicos se extiende por la cuenca de Uyuni. Este saurio carnívoro es una cría que mide cinco metros de largo y camina sobre dos patas, balanceando las manos cortas y la cola extensa. Va bordeando el lago, quizá en una de sus primeras cacerías: hasta aquí vienen los dinosaurios herbívoros, a beber y a comer algas, y él los persigue con precaución, porque del agua suelen emerger de repente cocodrilos voraces. El tiranosaurio se aleja de la orilla. Y a las pocas horas estalla una erupción.
Las cenizas volcánicas sepultan el lago, incluidas las pisadas aún frescas del tiranosaurio y las de más de doscientos saurios que pululaban por allá. Las huellas quedan preservadas de la erosión. Durante los siguientes millones de años, más capas de cenizas y sedimentos fluviales se amontonan sobre la zona y se compactan hasta convertirse en roca. La placa tectónica de Nazca entra desde el Pacífico, se hunde como una cuña bajo Sudamérica, levanta la tierra, la pliega, la inclina, y así se elevan los Andes. La cuenca de Uyuni, antes casi al nivel del mar, se alza por encima de los 3.000 metros. Al cabo de 66 millones de años, los obreros de una cantera boliviana de cemento excavan capas y capas del monte, luego detienen los trabajos y dejan a la vista la orilla de aquel lago de los dinosaurios, ahora petrificada y casi vertical. Klaus Pedro Schütt visita la cantera y se fija en las huellas marcadas en la pared.
Gracias a esas huellas también sabemos que por aquí paseaban en manada los titanosaurios: unos monstruos de 25 metros de alto, herbívoros, cuyos conjuntos de huellas muestran que eran gregarios, y que en el centro del grupo, donde se ven pisadas más pequeñas, marchaban las crías protegidas. Podemos imaginar una manada de tiranosaurios entrando al lago a beber y a comer algas. Los fósiles indican que en esas aguas también vivían peces, tortugas y cocodrilos. Los carnívoros como el tiranosaurio Johnny Walker no entraban al agua, sino que iban bordeando la orilla, acechando a sus presas. También había saurios voladores, que pescaban en vuelos rasantes sobre el lago.
Y una sorpresa: la presencia del anquilosaurio, una especie de gran armadillo acorazado, que atacaba con su cola en forma de mazo. Nunca se había encontrado en Sudamérica hasta que aparecieron once huellas suyas en Cal Orck’o, que además desmintieron la idea de que fuera un animal pesado y torpe: era más alto, más esbelto y más ágil de lo que se pensaba, y llegaba a moverse a once kilómetros por hora.
-Por encima de todo, Cal Orck´o confirma que la extinción de los dinosaurios ocurrió de manera repentina -dice Schütt-. Todas esas huellas fueron impresas en el barro en apenas dos o tres días, lo que demuestra que allí vivían muchos animales y muy variados al mismo tiempo, poco antes de que cayera el meteorito de Yucatán.
El impacto de aquel asteroide, hace 65 millones de años, abrió un socavón de 180 kilómetros de diámetro, produjo tsunamis, terremotos de 13 grados en la escala Richter, incendios devastadores de escala continental, nubes de cenizas y azufre que envenenaron la atmósfera, oscurecieron el planeta y alteraron el clima. En aquel invierno apocalíptico se extinguieron muchas plantas, luego muchos herbívoros, luego muchos carnívoros. Desaparecieron dos tercios de la vida terrestre. Se acabó el reinado de los dinosaurios, que duraba 160 millones de años, y quedó un hueco para el desarrollo de los entonces diminutos mamíferos. El asteroide mató a los dinosaurios y dejó el terreno libre para la aparición de los humanos.
Cómo conservar el tesoro
Esos humanos se asoman ahora a las huellas del cataclismo. Y algunos se preocupan por conservarlas, porque aportan una información muy valiosa. Pero en los últimos años, con las lluvias y los movimientos de tierra, se han derrumbado algunas placas del farallón de Cal Orck’o y han desaparecido muchas icnitas.
-Yo he visto perderse unas quinientas huellas -lamenta Schütt-. Pero he visto aparecer otras dos mil, en las nuevas capas que quedaron a la vista. En cualquier caso, debemos preservar lo que tenemos, porque nunca sabemos si debajo habrá más. Hace unos años un derrumbe se llevó una parte central de la caminata de Johnny Walker, que se quedó interrumpida. Es mi gran dolor.
En 2006, junto a la cantera de Fancesa, se inauguró el Parque Cretácico. Allí los visitantes conocen la historia de Cal Orck’o, pasean bajo réplicas en tamaño real de los dinosaurios que allí vivían y observan las huellas del farallón con prismáticos. Antes llegaban hasta el mismo pie del muro, pero ahora deben observarlo a distancia, mientras los expertos trabajan en la conservación y en la investigación.
-En los últimos años hemos escaneado todo el farallón, para registrar hasta la más mínima huella – dice Elizabeth Baldivieso, directora del Parque Cretácico-. Hemos impermeabilizado la pared, para que las lluvias no la gasten, hemos medido con extensómetros cómo se mueve el terreno, para conocer la evolución y los riesgos futuros… Ahora, cuando Meyer termine sus informes, presentaremos la candidatura de Cal Orck’o para que la Unesco lo reconozca como patrimonio natural de la humanidad.
Klaus Pedro Schütt espera esa decisión que preserve lo que él encontró y divulgó hace más de veinte años: el escenario más valioso para entender el mundo de los dinosaurios.