En otra habitación, mi abuelo no entendía qué estaba pasando y, en lugar de buscar dónde refugiarse, se precipitó hacia la ventana.
Afuera, una nube de polvo de color marrón se levantaba desde las ruinas de las casitas de campo que habían salpicado la colina de al lado.
Yo estaba en la casa de mi tío en Ramkot, al oeste de Katmandú, a unos 12 kilómetros al este de la casa de mi familia.
Después de escapar del edificio en busca de la seguridad del aire libre, mi primer pensamiento fue averiguar cómo estaban mis amigos y familiares. No podíamos sacar llamadas, pero afortunadamente los mensajes de texto y los conexiones de datos sí funcionaban. Obtuve noticias de todos excepto de mi madre.
Muy preocupado y sin pensarlo bien, entré a la casa por segunda vez para tomar mis pertenencias e irme a casa.
Otro temblor —el primero de muchas réplicas que han seguido afectando a una ciudad que ya está traumatizada— sacudió la casa.
Me refugié en la misma entrada.
El viaje hacia la casa de mi familia en Sifal era un mapa de destrucción por el terremoto, ya que había muchas casas —viejas y nuevas— hechas pedazos.
Un muro alto que rodeaba un monasterio se había derrumbado y las monjas habían corrido a un campo cercano. Una casita de barro y ladrillo había caído sobre una motocicleta azul, pero no se pudo encontrar rastro de su conductor.
Una mujer parada sobre los escombros trataba de alcanzar un contenedor de agua desde lo que solía ser su cocina.
Por todas partes, los sobrevivientes se reunían donde fuera que pudieran encontrar espacio abierto (campos, complejos privados, muchos terrenos vacíos al lado de la carretera).
En Chhauni, un vendedor de helado operaba tiempo a doble paga con su carretilla, mientras su radio transmitía lo más reciente. Más adelante, una madre e hija se sentaron en el pavimento para que el nieto pudiera ser alimentado.
Del otro lado del río Bishnumati, cuesta arriba hacia Maru, corrí para escapar desde las casas altas e ir hacia la Plaza Katmandú Durbar . Estaba reducida a escombros.
Se dijo que un campo de donación de sangre quedó enterrado bajo la misma estructura que lo había albergado. Los lugareños estaban buscando supervivientes, pero el progreso era lento.
Templos destruidos
El templo de Kasthamandap se había derrumbado. Templos que se encontraban en impresionantes pirámides escalonadas ahora eran polvo.
La fachada occidental del Palacio Basantapur se había desmoronado y no quedaba nada del cercano Palacio Medieval de nueve pisos.
Un policía nepalés se encuentra de pie sobre los escombros de la Plaza Basantapur Durbar.
Mientras tanto, el mercado de pulgas de curiosidades estaba inundado de personas que habían logrado salir de los estrechos barrios de Jhocchen, Indra Chowk, New Road, y otros vecindarios cercanos.
En Putalisadak, conocí a un primo que estaba haciendo un examen de ingreso para un prestigioso instituto cuando ocurrió el terremoto antes de que el tiempo asignado hubiese terminado. Seguía preguntándose en voz alta si podía volver a hacer la prueba.
Los dos caminamos a través Bagbajar, tratando de ubicar a algunos conocidos, y de Dillibajar a Kamalpokhari.
Un vendedor ambulante estaba vendiendo momos —un tipo de bollo de Nepal— debajo de un edificio de siete pisos, mientras policías custodiaban una cárcel.
Las personas se reunían sobre todo en medio de las intersecciones, en isletas y alrededor de púlpitos de metal, los cuales se veían fuera del rango de los edificios que caían. Las réplicas seguían llegando.
Los nepaleses se quedan afuera en tiendas de campaña en las afueras de Katmandú.
Hogar intacto
Llegué a casa y encontré a mis padres con vida e ilesos. No podía creer que nuestra casa de 30 años aún estuviera de pie.
Mientras llevaba a mi primo a donde estaban sus padres, seguíamos escuchando rumores: «Según los expertos, se prevén más terremotos a las 5 p.m. y a medianoche».
Para confirmarlo, hubo temblores a las seis y habría más a las 10 p.m. y a la media noche, con pequeñas sacudidas a lo largo de la noche.
A lo largo de la frontera norte del antiguo museo real, la pared se había derrumbado y la gente había salido del barrio Uttar Dhoka hacia el jardín del palacio.
Las tiendas militares verdes que supuestamente tenían capacidad para dos personas ahora albergaban a seis, y el ejército estaba tratando de acomodar a tantos como fuera posible.
En Thamel, un poste de electricidad había aplastado un taxi abandonado. Unos cuantos hombres se turnaban para tomarse fotos con el auto destrozado.
Un taxi enterrado en escombros en Thamel, Katmandú.
En Kantipath, un puñado de mochileros estaban discutiendo dónde acampar. De vuelta a casa, mis padres decidieron no ir al campo cercano de fútbol Sifal Chaur donde las familias dormían en colchones de plástico bajo carpas rudimentarias.
En lugar de eso, su táctica fue quedarse en el primer nivel, ser despertados por los temblores, y luego correr a una esquina de nuestro jardín que parecía relativamente segura.
No dormí ni una pizca.