Al revisar lo relacionado con la gastronomía venezolana, nos encontramos con datos importantes acerca de la elaboración de los más importantes platos criollos, donde se combinan elementos aborígenes, europeos y africanos, llevándonos a conocer todo lo relacionado con las arepas, el casabe, hallacas, hallaquitas, cachapas (de hoja y de budare), empanadas, sopas, sancochos, hervidos, mondongos, carnes, pescados, pisillos, pabellón, asado negro, chorizos, morcillas, caraotas, ensaladas, teretere, guisos, tostones, plátanos horneados, pabellón, tortillas, entre otros.
Al lado de estas extraordinarias viandas, no debemos olvidar el mágico mundo de las granjerías. El Maestro Vicente Emilio Sojo, hijo esclarecido de Guatire., en su largo trabajo de músico, pedagogo, director de orquesta, recordemos que fue fundador de la Orquesta Sinfónica Venezuela, recogió y armonizó una serie de composiciones populares, muchas de ellas oídas en su Santa Cruz de Pacairigua natal, que nos dicen de la gran capacidad creativa de nuestro pueblo, entre ellas, una bolera dedicada a las mujeres que dominan los secretos de las cocinas, titulada “Siete cocineras tengo”. En una de sus partes la composición reza así:
“Siete cocineras tengo
¡Como no voy a engordar!
Si con ellas me entretengo
Y no tengo en qué pensar.”
No olvido los fogones caseros, donde la leña constituía el combustible de primera y los anafres con sus negros carbones, existentes antes de la llegada de las cocinas de querosén, que todas las mañanas eran prendidos por mi abuela, mi madre y tías, y, ya listos, montaban, todo bien aliñados, el sustento diario. En el seno de mi familia escuché en más de una ocasión, que mi bisabuela Bartola Guzmán, siempre decía que las manos de las cocineras eran conducidas por los dioses y, gracias a ello, era posible preparar esos fabulosos alimentos de la mesa venezolana. Para ella la cocina, con todos sus implementos y aderezos, constituía el lugar más importante de su hogar.
Para el año de 1933 existían en Guatire, así lo plasman voceros que se publicaban en la población, dos locales donde, gracias a las cocineras que allí laboraban, gozaban de gran popularidad, ellos eran la pensión y restaurant “Barlovento y la pensión “Sucre”, atendido este último establecimiento, por Don Arístides Salas, situado para esa época, frente a la oficina de teléfonos. Para ese año Don Feliciano González distribuía las conservas de sidra “La Guatireña”.
Más historias…
Otras excelente cocineras se desempeñaron, complaciendo los gustos de los clientes, entre los años de 1936 y 1939 en “La Nueva Pensión” de Micaela Quintana, situada frente a la plaza “24 de Julio”; en el restaurante “Gámez”, también con hospedajes, de Cecilio Gámez; en el restaurant “París”, de Felipa Benicia Rengifo, localizado en la calle “9 de Diciembre”; en el restaurante “El Porvenir” de Manuel Vicente Carrillo; en el hotel “Familia”, en la calle “Miranda”; en la pensión “El Viajero” en la calle “Girardot” y en el restaurant “Joseph y Grippa”, el cual mantenía como lema “el que lo visitaba quedaba satisfecho”.
Estos establecimientos ofrecían, para bajar las respectivas pitanzas, bebidas gaseosas marca “La Fiera”, preparada por Jesús M. Pacheco y kola “Morena” de César González. Asimismo las familias guatireñas disfrutaban, en un establecimiento que se encontraba frente al de Feliciano González, de popsicles y refrescos. Se me escapaba decirles que, para el año de 1933, la familia Rojas, con 60 años de práctica, ofrecía sus deliciosas conservas de sidra. Las bebidas gaseosas y las conservas de sidra, se conseguían en todos los botiquines, hospedajes y restaurantes de Guatire.
Entre las primeras
Las primeras cocineras que este escritor conoció, fueron, entre otras, mi madre Clemencia Sánchez, mi abuela María Sánchez, mis tías Alejandrina, Matilde y Luisa Sánchez y las Guzmán, hermanas de Juan José Guzmán, mi abuelo materno. Siguiendo la ruta de los olores y sabores de platos venezolanos, llegan a mi memoria, los nombres de otras aquilatadas cocineras que, en Guatire dejaron honda huella en todo lo relacionado con el arte culinario, verdaderos prodigios en su oficio, entre ellas Ambrosia Sánchez, quien preparaba un exquisito asado negro; Auristela Rondón, matrona recordada como mujer ejemplar, dotada de cualidades extraordinaria en el campo de la cocina. Su teretere, las caraotas con lengua, orejas y cabeza de cochino picadita, constituyeron, entre otras cosas que ella sabía aderezar, verdaderas delicias al paladar; María de Jesús Tachón, poseedora del toque especial en la confección de hallacas; Justina Berroterán, tía Justina, como cariñosamente la llamábamos, quien aliñó condumios en hogares del pueblo; Simona León, por largos años cocinera en la residencia de la familia Sandón y Francisca “Pancha” Cornejo, guía en la cocina de la casa parroquial, en los años cuando la parroquia estuvo bajo la mirada ductora del reverendo Mariano Marianchich.
El creativo trabajo como sazonadora de Auristela Rondón, en el seno de su hogar, así como en el restaurant “El Desvío”, al lado de Modesta Sarraga y Leonides Chávez y en el hospital “Eugenio D Bellard” acompañada por Carmen, Flora y Cecilia Blanco y Lucía Espinoza, lo continuaron sus hijos y nietos, destacándose Rosita, quien asistida por Matilde, Mercedes, Luis, Carmen, Amalia, Lucy, Irene, mantiene viva la memoria de quien en Guatire supo iluminar, a través de su ejemplo, amistad y cariño, caminos a seguir.
Jesús María Sánchez
sanchezjesusmaria@hotmail.com
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LEY/ AURISTELA
Guatire recuerda el creativo trabajo como sazonadora de Auristela Rondón
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ILUSTRACION UNO / CALDERO
ILUSTRACION DOS / FOGON
ILUSTRACION TRES / CONDUMIO
ILUSTRACION CUATRO / COCINERAS