Alguien dirá que es el síndrome de Estocolmo; yo creo que es el síndrome de La Habana. Últimamente los estadounidenses quieren viajar a Cuba y además navegar, porque ya vienen llegando las rutas marítimas del ferry.
Pero el caso de Gross es diferente. Era el héroe más reciente de la oposición exiliada, los legisladores cubanoestadounidenses y hasta el departamento de Estado; según ellos, Gross había sido condenado injustamente ya que solo llevaba inocentes teléfonos celulares a la comunidad judía en Cuba. Pero al apresarlo, en diciembre de 2009, Gross entraba en la isla con un chip de tecnología de punta que usualmente controlan la CIA y el departamento de Defensa de EE.UU.
En Miami ha habido pocos comentarios, y hasta los legisladores cubanoestadounidenses callan. Estarán perplejos: Gross, cuya liberación fue lo único que festejaron en los recientes acuerdos Cuba-Estados Unidos, en vez de denunciar a La Habana como gobierno criminal y terrorista, le ofrece un ramo de olivo.
El exprisionero es ahora vocero de Engage Cuba, un grupo bipartidista que cabildeará en Washington para suavizar el embargo.
Los radicales de Miami repetirán que el gobierno de Cuba siempre actúa brutalmente; y que solo la soberbia y el horror los anima. Pero otros piensan que eso es falso. Debemos suponer, más por lógica que por buena fe, que otros resortes dominan la conducta de La Habana. En realidad, y esto es lo que el mismo Gross afirma, él no sufrió maltratos en Cuba, y hasta lo habrían mimado.
Todo parece indicar, pues, que esa no sería la última vez que Alan vuelve a Cuba. Seguramente lo recibirán como si nada hubiera sucedido. En definitiva… se trata ya de un viejo conocido.