Todas estas muertes comparten la trágica nota de haber tenido lugar en el contexto de las protestas que el año pasado mantuvieron al país en vilo. Y en todas sigue callada la verdad, y la justicia, la verdadera justicia, sigue ausente. A todas se las ha recordado, a algunas con más énfasis que otras, pero ninguna ha sido olvidada
Caminamos dando tumbos entre aniversarios dolorosos, y nos estamos acostumbrando a ellos. Las fechas se han convertido en hitos que no queremos ver, en rocas contra las cuales no quisiéramos tropezarnos pero que dan continuamente contra nuestros pasos llevándonos al suelo una y otra vez, un día a la vez.
Ya pasó más de un año desde las muertes de Ángelo Vargas, Geraldine Moreno, Génesis Carmona, Mariana Ceballos, Argenis Hernández, Jesús Acosta, Guillermo Sánchez, Eduardo Anzola, Bassil Da Costa, Juancho Montoya, Roberto Redman, José Alejandro Márquez, José Gregorio Amarís, Wilmer Carballo, Jesús Orlando Labrador, Giselle Rubilar, José Ernesto Méndez, Jimmy Vargas, Danny Melgarejo, Luis Gutiérrez, Wilfredo Rey, Franklin Romero, Jhon Castillo, Daniel Tinoco, Adriana Urquiola, Josué Farías, Antonio Valbuena y de Roberto Annese. También ya ha pasado más de un año desde las muertes de Ramzor Bracho, Giovanni Pantoja, José Darma García, José Guillén Araque, Antonio Parra, Eduardo Anzola, Julio González, Doris Lobo, Glidis Chacón, Johan Quintero, Deivis Morán, Elvis De la Rosa y de Acner López.
No hago distinciones. Todos fueron por igual padres, madres, esposas, esposos, hermanos, hijos. A todos se les llora de esa manera cruel en la que todos, sin diferencias, lloramos la ausencia definitiva y absoluta que deja la muerte. Fueran pocos o muchos sus defectos o sus virtudes, aunque pensaran de una manera o de otra, ya no están, eso es lo que importa. Todas estas muertes comparten la trágica nota de haber tenido lugar en el contexto de las protestas que el año pasado mantuvieron al país en vilo. Y en todas sigue callada la verdad, y la justicia, la verdadera justicia, sigue ausente. A todas se las ha recordado, a algunas con más énfasis que otras, pero ninguna ha sido olvidada. En todas, los de acá y los de allá, han conmemorado su aniversario. A algunos se les han hecho homenajes, a otros solo se les ha abierto el alma desde la tristeza de los que, habiéndolos amado, se quedaron para recordarlos. Desde la distancia que impone el tiempo, poco importa si estaban de un lado o del otro o si vestían capucha o uniforme, la afilada guadaña de la parca no discrimina, y en todos los que sobrevivimos, especialmente en quienes fueron sus seres queridos, el hoyo que nos dejó en el pecho es el mismo. La herida en la patria tampoco ha cerrado, es una sola y allí está, abierta en todos nosotros, aunque nos neguemos a aceptarlo.
11-A: Injusticia e impunidad
Hace menos de un mes recordábamos también otro aniversario muy doloroso, el de la muerte de los 19 que perdieron la vida durante los sucesos de abril de 2002. Pocos quisieron alborotar esa tristeza, negarse a ella es una forma de combatirla, pero al final también se impuso. Y no son los únicos, son dieciséis años de luto, de tragos amargos que no terminan de pasar. La injusticia y la impunidad son las responsables. Mala manía, la de negar la realidad y la verdad para evitar que los responsables de quienes han hecho de la violencia su credo y su forma, muchas veces al amparo del poder, respondan por sus actos. Ciegos los que no ven que en esa jugada perdemos todos.
Hampa enluta hogares
Otros, demasiados, miles y miles, nos han sido arrebatados por el hampa, porque se resistieron a entregar lo que habían logrado con su esfuerzo, por no tener suficiente en sus bolsillos o sencillamente por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. A ellos también se les llora en la soledad de sus hogares, ahora y para siempre desmembrados, quebrados, vacíos. Tampoco hay justicia para ellos.
Si la muerte es la nada, cada día que nos toca recordar a los que nos fueron arrebatados, cada aniversario luctuoso es una flecha directa al pecho de quienes no los olvidamos y de la nación entera. Que la lucha por la diaria supervivencia nos aturda como lo hace no impide que la muerte, la impunidad y la ausencia nos restrieguen su certeza en la cara. Si por el contrario, la muerte es solo un paso a la trascendencia, es lo mismo. Si es así, desde donde estén, todos los que nos han dejado, del bando que sea, nos miran, nos juzgan, nos reprochan silencios y apatías.
77 presos políticos
Hay otras muertes. Muchos han cumplido ya también un año desde que fueron encarcelados y fueron sometidos a esa otra forma de morir que es la del encierro injusto. Pienso en los detenidos en los campamentos estudiantiles violentamente desmantelados el año pasado, justo hace un año, pero también en los líderes opositores “neutralizados” y en otros que llevan muchos más años, más aniversarios de ignominia disfrazada de “justicia”, acumulados. Todos son importantes. Entre los de antes y los de ahora, por motivos políticos siguen en la cárcel, según nuestras cuentas, 77 en total. Hoy reciben el día de las madres tras las rejas. Negado como les ha sido el abrazo de la libertad, poco es el consuelo que una breve visita pueda brindarles. Hoy mis oraciones están con ellos también.
Solo la muerte es olvido
Son oscuras estas líneas, lo sé. Quizás no sean propias para un domingo como el de hoy. Quizás recuerde a mi madre, que partió también hace mucho, y eso vista hoy mis palabras de melancolía. Es un año más sin ella, otro aniversario difícil, pero ella me enseñó que, como lo dijo alguna vez García Márquez, la verdadera muerte no llega con la vejez, sino con el olvido. Solo cuando el recuerdo de los que nos han dejado nos abandona, sin importar cuántos aniversarios se cumplan, es que verdaderamente se van los ausentes. Cuando los olvidamos los perdemos para siempre, y de sus muertes no queda legado, aprendizaje ni fuerza, solo vacío.
Por eso me afano en los nombres de los que se han ido, en los de los que nos mataron, en los de los asesinados. Lo he hecho antes y lo hago hoy también. Por eso llamo tu atención en esta entrega incómoda, quizás inoportuna, para que no los olvides, para que de la impotencia, de la negación y de la tristeza pasemos a la acción, a buscar para ellos la justicia, la de verdad, sin sesgos ni trampas. No hay mejor legado para nuestros hijos, para las futuras generaciones, que el de nuestra lucha para que la muerte, la persecución injusta y la violencia dejen de ser consigna y método. Esa lucha es impostergable, es hoy, es todos los días.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
Twitter: @himiobsantome