El democratismo estadounidense no es más que una ficción, es una democracia para los blancos privilegiados, los ungidos por el Dios racista, así que cuando se nos enrostra lo del modelo democrático estadounidense hay que entenderlo desde esta perspectiva segregacionista
En artículo anterior, sostuvimos que Barack Obama había sido cooptado por la élite blanca privilegiada, cristiana y anglosajona, (al igual que otros prominentes funcionarios como Colin Powell, Condolezza Rice, etc.) como distractores, aprovechando su condición de afrodescendientes, con la finalidad de proyectar al mundo exterior, pero sobre todo a la sociedad estadounidense, el falso mensaje que encubre el mito de la sociedad post-racial, es decir, elevando el meta mensaje de que la sociedad estadounidense está en una fase de superar el racismo que le fue sembrado, prácticamente, desde el momento mismo en que se constituye como nación.
Pero resulta que la realidad, cada día, se encarga de darle un mentís a tal engañoso propósito, pues, el racismo, ese nefasto flagelo que denigra de la dignidad humana, que viola y desconoce de manera flagrante los más elementales derechos humanos, está más vivito que nunca, haciendo de las suyas, en el seno de la sociedad estadounidense, (esa misma que la industria cultural y del entretenimiento hollywoodense nos pretende vender como ideal) afectando y agravando las condiciones de vida de millones de seres humanos cuyo delito sólo ha sido la pigmentación natural de su piel.
Similitud no sólo genética
Ese mal está incubado allí, desde la génesis constitutiva del norteamericanismo que engendró, igualmente, el mito fundador de que los descendientes de los colonos calvinistas ortodoxos que se asentaron en la región de Massachusetts, a partir de 1620, era el pueblo elegido para crear el Reino de Dios, es decir, el reino de la raza blanca, ojos azules, excluyente y segregacionista, en el que no tenía cabida ni los autóctonos, de piel cobriza, ni los negros, desarraigados violentamente de África, estos eran sólo esclavos, es decir, una cosa objeto de propiedad.
Si el lector consigue alguna similitud entre esta concepción que está en la estructura genética de la sociedad excluyente estadounidense y la asumida por los nazis de la Alemania de Hitler de la primera mitad del siglo veinte, también cristianos ortodoxos, que pretendían construir el III Reich, el Tercer Reino, de la raza aria, teutona, blanca, de ojos azules, tendrá que concluir que no es pura coincidencia, que ambos proyectos políticos y sociales tienen mucho en común, no sólo el Dios racista, divorciado, absolutamente, del Cristo redentor, pastor de creyentes de todas las razas, sino que también podrá encontrar coincidencias de origen en cuanto a sus propósitos expansionistas y vocación explotadora de pueblos.
No es cuento cuando se habla de la orientación fascistoide o nazista de la política que práctica la élite estadounidense, ese gen ideológico-político-social-racista está introyectado hasta en los tuétanos de su configuración como clase dominante, de allí que cuando realizan sus invasiones, bombardeos y demás tropelías, matando a millones de personas y la razón que dan sus más encumbrados voceros, sin ningún remordimiento moral, es de que esos no son más que “daños colaterales”, responde, realmente, a que esas víctimas son “seres inferiores” o mejor dicho no importan un carajo, así se los justifica, íntimamente, su prepotente ideología racista.
Democracia elitesca
El democratismo estadounidense no es más que una ficción, es una democracia para los blancos privilegiados, los ungidos por el Dios racista, así que cuando se nos enrostra lo del modelo democrático estadounidense hay que entenderlo desde esta perspectiva segregacionista; sí, como una democracia de la élite que está en las corporaciones económicas, en las direcciones de los dos partidos políticos, en los puestos relevantes del Estado, en la estructura académica, en las instituciones culturales, militares, en la dirección de los medios de comunicación, etc. y, por supuesto, en la jerarquía eclesiástica.
Democracia en la que los blancos pobres, prácticamente, no tienen participación, tampoco las minorías étnicas ni los millones de inmigrantes y sus descendientes, algunas veces se cuelan aventajados negros, para brindar, precisamente, la sensación de apertura y democratización, puro aguaje porque los que llegan a la cúspide, precisamente, ya han sido filtrados lo suficiente como para que sus prácticas estén en correspondencia con los designios del sistema, de lo contrario, no llegan o, simplemente, los matan como ya ha ocurrido en ciertas oportunidades.
A esto nos referimos cuando sostenemos que Barack Hussein Obama, elegido presidente de los Estados Unidos en 2008 para suplantar al desprestigiado George W. Bush, fue cooptado por el sistema para cumplir el papel de distractor o lo que es lo mismo distraer a la población con una imagen de frescura y de renovación que no llega nunca a materializarse pero si a destruir la posibilidad de que surja un movimiento realmente transformador de las relaciones de poder en el anquilosado sistema estadounidense.
Blanca gestión
La gestión presidencial de Obama, que en otra oportunidad analizaremos en detalle, deja mucho que desear, lo primero que hizo fue salvar al sistema financiero de la bancarrota, aportándoles 700 billones de dólares a los banqueros corruptos pero sin pensar en ningún momento en los pequeños ahorristas, ha invadido y bombardeado más países que los cuatro presidentes que lo precedieron, a los negros los siguen matando en las calles los policías sin que ocurran las sanciones correspondientes, el desempleo se encuentra en los niveles más altos en varias décadas, el consumo y el negocio de las drogas ha crecido exponencialmente, las condiciones de las minorías étnicas en nada han mejorado, etc. Y en materia internacional sigue metiéndose cual guapetón en todos los conflictos existentes no para apaciguar sino para atizar las tensiones prevalido de su abusivo poderío militar. En el caso venezolano su incidencia ha sido para darle más fuelle a la oposición desestabilizadora e insistir en el despropósito de derrocar por cualquier medio al Gobierno Bolivariano. Sin dudas una muy blanca gestión.
Notas paralelas / Miguel Ugas