ESPN The Magazine siguió la ruta del derecho venezolano Félix Hernández durante su presentación en el día inaugural ante los Angelinos de Los Ángeles y Anaheim. Comprobó el amor que hay entre él y la ciudad donde juega
Ha llegado el momento, por fin, de que Félix Abraham García Hernández ordene su mente. El hombre al que Seattle llama el «Rey» Félix cierra los ojos un momento, hace una sola inhalación intencional, exhala rápidamente y entierra los tacos en la arcilla roja.
Es el 6 de abril, día inaugural de las grandes ligas. Cae una lluvia ligera, desde luego, y los fuegos artificiales explotan a 200 pies por encima de su cabeza. Sin duda es un entorno curioso para buscar serenidad, pero escondido en el bullpen de los Marineros, es donde cobra ánimo para su momento.
Hernández se siente sofocado por el silencio cuando le toca lanzar, así que lo primero que hace en esas mañanas en las que se le exigirá tanto es abrazar a sus dos hijos, Jeremy, de 9 años, y Mia, de 6. Son escudos contra el silencio, sus dos pequeños hijos. Jeremy es pelotero como su padre, pero un bateador de poder en ciernes, no un pitcher. En ocasiones, al término de los partidos, se puede ver a Jeremy en el túnel del estadio con un bate de espuma en la mano, simulando batazos de línea, corriendo a gran velocidad a bases imaginarias, mientras la familia espera a que Hernández termine con su trabajo del día. No lo llaman «Rey», ni Félix. Sus parientes lo llaman Abraham, o papá, y en privado, admite que le gusta esa distinción. Es el «Rey» Félix cuando está en el montículo, lanzando rayos. Es Abraham cuando está en casa, esforzándose por ser un buen padre, esposo, hijo y hermano.
En los días que le toca abrir un partido, Hernández pone a tope su música de hip hop, salsa o merengue, mientras serpentea a través del pesado tráfico durante los 15 minutos que le toma llegar al parque desde su casa en Clyde Hill. Una vez en la casa club, se mueve alrededor de la sala como el anfitrión de una fiesta en la piscina: su cuerpo cruje y zumba con una corriente de energía que él mismo no logra describir, pero es divertido experimentarlo. Charla con sus compañeros de equipo con una rápida mezcla de español e inglés, se mete un palillo de dientes a la boca, y les sonríe a todos aquellos que se cruzan en su camino. Hay algunas supersticiones que se deben cumplir: tres pedazos de chicle renovados entre innings; tres tazas de agua que nadie puede tocar; la misma camisa; la misma ropa interior, siempre.
La oportunidad de Hernández de ayudar a su equipo, como pítcher, es limitada, y lo sabe. Se sube a la loma 33 o 34 veces en una temporada, como máximo, y cada vez que lo hace, es fundamental que lance bien. Los Marineros no han llegado a los playoffs en trece temporadas, la segunda racha más larga en las Grandes Ligas. Se perdieron el comodín por un solo partido hace un año, y la expectativa este año es que se rompa la racha. El peso que Hernández lleva en los hombros, como resultado, es tremendo. Durante años ha tenido un pésimo apoyo de carreras y aunque confía en que mejorará en el 2016, el margen de error es mínimo.
Sin embargo, la eficiencia no es su objetivo cada vez que es su turno en la rotación. Es la trascendencia. Y no oculta sus ambiciones. Este juego debe establecer el tono de la temporada completa. «Cada vez que me subo al montículo, trato de lanzar el juego perfecto». Dice Hernández. «Es cierto. Lo intento».
La rutina
Cuando está vestido -uniforme tremendamente holgado, camisa desabotonada en el cuello, gorra siempre inclinada hacia la izquierda- arrastra los pies hacia el bullpen, donde los fans de los Marineros hacen hasta tres filas para ver de cerca al «Rey» en su camino al calentamiento, presionando los rostros contra la valla y sosteniendo cervezas Schofferhofer Grapefruit Hefeweizens y Laurelwood Workhorse IPA de $9. Lo mirarán completar una serie de lanzamientos, jugar con su agarre, practicar su patada a la altura de la cintura, estudiar la pelota cuando sale de su mano. Recta. Slider. Cambio. Curva. Trabaja con cada uno de forma rápida, buscándole su ritmo, su intensidad. Cada lanzamiento que se estrella en el guante del cátcher Mike Zunino suena como un latigazo.
Hernández intenta ignorar los murmullos de asombro del público, los rumores que son siempre sobre él, pero sabe lo que esto significa. Esta es su gente, y lo han sido durante casi una década, desde que era un nostálgico y regordete prodigio adolescente, que apenas sabía unas cuantas palabras de inglés.
Mientras lanza sus últimos lanzamientos de calentamiento, la voz del cantante Aloe Blacc llena el parque, con la primera nota que lleva al público a un frenesí momentáneo. Las toallas se alzan y giran como pequeños helicópteros. Eso, durante casi un año, ha sido parte del espectáculo. Cuando Hernández pisa el campo, mueve la cabeza al ritmo de la música, con la mitad del estadio cantando al unísono.
«Me dan escalofríos cuando sucede», dice Hernández. «Cada vez. Y pienso: ¿Ves a toda esa gente con los ojos puestos en ti? Ahora cumple con tu trabajo. Lógralo».
Cuando se sube al montículo, hace la señal de la cruz, y pisa la goma de lanzar. Hernández no había lucido no bien en los entrenamientos primaverales (0-3, 10.22 de efectividad), y ello generó muchísimos rumores a su alrededor. Esta salida establecería el tono para toda la temporada, y para él, ha llegado la hora, finalmente, de cumplir.
Llegó la hora
En el día correcto, un gran lanzador, como un gran músico de jazz, puede lograr un actuación que haga pensar que puede congelar el tiempo. Así se siente cuando uno ve a Hernández maniatar la ofensiva de los Angelinos en el día inaugural. Y como para rematar este punto, hay una banda de jazz de Seattle, Tuba-Luba, tocando afuera de SafeCo Field.
Y hasta luce correcto que la palabra ‘jazz’ tenga sus raíces en el beisbol. Los historiadores descubrieron recientemente que en 1912, Ben Henderson, un lanzador de las ligas menores de los Portland Beavers, hoy ya olvidado, bautizó su lanzamiento distintivo como «jazz ball» por la forma en la que se movía y desconcertaba a los bateadores. El término se volvió popular en el beisbol, y los músicos amantes de este deporte finalmente lo llevaron a Chicago y Nueva Orleans, donde se convirtió en una parte esencial de la cultura estadounidense.
Hernández comienza el día -y la temporada- congelando a Kole Calhoun con tres rectas. Es casi cruel. Con dos strikes, la mayoría de la gente se ha puesto de pie gritando «K! K! K!», una tradición que comenzó hace años y ahora suena como un grito de guerra. Cuando Hernández acaba con Calhoun con una bola rápida de cuatro costuras a las rodillas, los fans estallan y el «Rey» Félix le da la espalda al plato, mira hacia los asientos de los jardines y disfruta del estruendoso rugido.
Para esta multitud, Hernández no es solo el mejor lanzador de la Liga Americana, que lo es. Él es además el que, inesperadamente, se quedó aquí, al firmar una extensión de contrato de cinco años y $135 millones en 2013. «No tenía motivos para quedarse aquí», dijo Joe Bergin, fans de los Marineros, mientras tomaba una cerveza cerca de la entrada a King’s Court, una sección especial de SafeCo donde los fans pagan $30 por un asiento y una camiseta color amarillo vivo (en honor a los colores originales del equipo) engalanado con una corona diseñada para simular el primer nombre de Hernández. «Pudo haber terminado su contrato, y recibido más dinero de los Red Sox o Yankees, o cualquier equipo, en realidad. El hecho de que quiera a Seattle tanto como nosotros lo queremos a él, es la primera vez que vemos algo así. Griffey se marchó. ARod se marchó. Randy Johnson se marchó. Finalmente tenemos a un miembro del Salón de la Fama que nos devuelve el cariño que sentimos por él».
La corte del Rey
La King’s Court, la creación del departamento de mercadotecnia de los Mariners, que se vio obligado a ponerse creativo ante la falta de asistencia, comenzó como una sección pequeña en el 2011 en la esquina del jardín derecho del estadio. Desde entonces ha crecido y ahora ocupa tres secciones. Los fans llegan vestidos como realeza y sostienen carteles gigantes con la cara de Hernández. Los asientos se han vuelto, con el tiempo, más festivos -y curiosamente, más diversos- que cualquier otro en el beisbol. Las alegres felicitaciones que intercambian los hípsters tatuados con hombres de familia y adolescentes socialmente extraños después de un ponche del «Rey» Félix, es un agradable recuerdo de que los deportes, por más banales que sean, también pueden ser increíblemente unificadores.
«Soy supersticioso, así que cuando en un principio me hablaban de una sección especial, no estaba seguro de que me gustara la idea», dijo Hernández. «Pero la primera vez que lo hicimos, pensé ‘wow’. Eso estuvo increíble. Vaya volumen».
Algunas veces, según reconoce Hernández, es difícil resistir el deseo de lanzar aún más fuerte cuando la cuenta llega a dos strikes, y los fans en King’s Court comienzan a cantar de manera que suena como golpes de platillos. «K! K! K! K!». Cuando a Hernández le tocó enfrentarse por primera vez a Trout, el deseo se convierte en algo imposible de reprimir. Desde que Trout llegó a la liga en 2011, sus choques con Hernández se han convertido en algunos de los mejores espectáculos en el beisbol. Al llegar a este partido, ningún bateador con por lo menos 40 turnos ante Hernández tiene mejor promedio de bateo que el .367 que tiene Trout. Pero Hernández ha tenido sus triunfos, ponchando a Trout 12 veces en 54 apariciones al plato. «Siempre es una batalla, él y yo, pero siempre es divertido», afirma Hernández.
Sube la adrenalina
Hernández comienza su primera confrontación del 2015 con un slider de 91 millas a la parte interna, el cual Trout intenta atacar, pero es un instante más lento y no la conecta bien. Batazo de foul. Hernández se mueve de forma inquieta en la lomita, intentando concentrarse. Su segundo lanzamiento es una recta salvaje de cuatro costuras, a 92 millas, en la esquina de adentro del plato, y deja helado a Trout, quien de repente se ve abajo en el conteo 0-2. Eso se siente como el Rey Félix de siempre. Los aficionados se ponen de pie, hambrientos por más. Comienzan los gritos de nuevo. «¡K! ¡K! ¡K!».
Hernández tiene a Trout exactamente donde quería, a merced de su cambio de velocidad, quizá el mejor pitcheo en todo el beisbol. (En 2014, de acuerdo a FanGraphs, los swings contra el cambio de Hernández se convirtieron en roletazos dentro del cuadro en 66 por ciento del tiempo, y los peloteros batearon para .161 en contra). Pero aquí es donde comienza el ‘riff’ entre los dos grandes solistas. Trout sabe que Hernández quiere lanzar un cambio, pero Hernández sabe que Trout lo está esperando. Cada hombre calcula dos o tres movimientos para lo que viene, haciendo estrategia, adivinando y reaccionando en fracciones de segundo.
Hernández ataca la parte interna de nuevo, con otro sinker duro, pero Trout no se engaña. Primera bola. En su sesión de estrategia previa al juego, Zunino y Hernández decidieron que atacarían a Trout con sinkers y rectas, trabajando ambos costados del plato, manteniéndolo en suspenso, adivinando cuándo llegaría el cambio. Su cuarto lanzamiento es otro sinker, en esta ocasión en la esquina externa del plato, y Trout la conecta de foul otra vez. Trout batea de foul otras dos rectas, luego ve cómo el primer cambio de velocidad en su turno cae a la altura de sus tobillos. En la lomita, el Rey Félix arruga los labios. Maldición, piensa. No mordió el anzuelo.
El octavo y último lanzamiento es un sinker que se queda alto y no cae. Trout, todavía concentrado al extremo y bendecido con la musculatura ágil de un joven, conecta la pelota hacia la barda del jardín central. Hernández gira y voltea hacia arriba, esperando equivocarse, pero en el fondo, él lo sabe. Siempre lo sabe. Incluso una fracción de segundo después de que la bola salió de su mano. La pelota fue pulverizada. Jonrón. Pizarra: 1-0, a favor de los Angelinos.
SafeCo Field está igual de callado que una galería de arte, mientras Trout recorre las bases. En la Corte del Rey, parece que a los aficionados los golpearon en el estómago. Hernández poncha a Albert Pujols y a Matt Joyce para finalizar el inning, pero mientras camina hacia la caseta, menea la cabeza, todavía pensando acerca de Trout.
Me la bateó, se dice Félix a sí mismo. Pero no ocurrirá de nuevo.
Ponche y ponche
Hernández maniata sin problemas al resto de la alineación de los Angelinos, con su curva y su cambio fungiendo como bisturís, con su sinker y recta como dos espadas filosas. En las siguientes dos entradas, solo una pelota sale del cuadro interior: una línea de out hacia el jardín derecho. David Freese se poncha sin tirarle. Chris Ianetta pega un elevado dentro del cuadro, al igual que C.J. Cron. Erick Aybar pega rodado de out, al igual que Johnny Giavotella. Regresó la magia a la Corte del Rey. Suena la música disco. Los Marineros toman ventaja de 2-1 con un triple productor de Seth Smith, y luego sencillo productor de Robinson Canó. Un hombre baila, con un bebé en la mano y una cerveza en la otra. Maxwell Gordon, de 13 años, y que está vestido con un disfraz de rey color rojo, gana una enorme pierna de pavo cortesía del cuerpo de empleados de los Marineros gracias a su entusiasmo, y cuando él aparece de forma triunfante en la pantalla gigante de video de 11,425 pies cuadrados, la multitud ruge de forma aprobatoria.
«Uso esto cada vez que vengo a la Corte del Rey», dice Maxwell. «Debo mostrar mi apoyo. Larga vida al Rey».
En la apertura del cuarto inning, Trout viene al plato una vez más. Pero esta ocasión, el Rey Félix no pierde el tiempo con rectas. Está con ritmo. Tiene más movimiento con sus lanzamientos. «Él disfruta la adrenalina», afirma Zunino. «Pero sabes que estará a la altura». De nuevo, se adelanta en la cuenta 0-2. Trout conecta de foul un cambio a la altura de sus rodillas para mantenerse con vida, pero Hernández le lanza otro tres pitcheos después. Es el lanzamiento más salvaje que ha realizado en todo el día, y Trout es engañado totalmente, abanicando un lanzamiento que pica en la tierra.
Son momentos como estos donde él parece un artista, y su brazo derecho es el instrumento de su creatividad. Él está complaciendo a la multitud, tocando con precisión cada nota.
Un Rey modesto
Le molestaba que le llamaran Rey, inicialmente. Incluso cuando él crecía en Valencia, sus padres fueron muy insistentes de que nunca menospreciara a la gente, de que tratara a todos con amabilidad y respeto, y el ser relacionado con la realeza le incomodaba. Él era apenas un adolescente cuando un blog popular, USS Mariner, le puso el apodo, cuando todavía estaba en las Menores, y él sintió que no había logrado lo suficiente como para merecerlo. «No hacía nada lo suficientemente digno como para que me llamaran Rey», recuerda.
Él estaba asustado. Ahora lo admite. Los Marineros lo firmaron cuando tenía 16 años, y lo enviaron a Everett, Washington, para jugar en la clase de novatos. No hablaba inglés y no tenía amigos cercanos en Estados Unidos. Cuando no jugaba al beisbol, veía caricaturas en su hotel, intentando aprender frases en inglés para poder comunicarse con sus compañeros. Él le hablaba por teléfono a su madre a diario, intentando no quebrarse. «Le decía, ‘Mamá, esto es muy difícil», confiesa Hernández. «Y ella me respondió, ‘Bueno, decidiste hacer esto, así que debes pagar el precio. Ahora, sal y sé el mejor».
Los Angelinos ponen a dos corredores en las almohadillas en la quinta entrada -Aybar pega sencillo, luego Hernández le da un pelotazo a C.J. Cron con un lanzamiento que se le sale de control- pero no parece preocupado. Poncha a Ianetta, y luego obliga a que Giavotella pegue roletazo para doble matanza, y así terminan la entrada.
Él piensa mucho acerca del jovencito que era, y todo lo que debió aprender en su camino para convertirse en un hombre. «Ahora», según dice, «no me incomoda que me llamen el Rey».
Hombre de lealtades
Antes que hernández firmara su gran contrato en el 2013, la mayoría de los entendidos en el beisbol parecían convencidos de que él se iría de la ciudad. La prensa nacional hablaba y escribía acerca de una despedida inevitable. Por ningún motivo él se quedaría con un equipo que había terminado último en el Oeste de la Liga Americana cuatro años seguidos. El equipo, decía un grupo de gente, necesitaba canjear al Rey Félix, y obtener algo de valor a cambio mientras pudieran.
La gente que dijo y escribió esas cosas, como afirma Hernández actualmente, no lo conocían lo suficiente como para hablar a nombre suyo. A él le gustaba su vecindario. Le gustaba donde los niños acudían a la escuela. Le gustaba su restaurante favorito, Chace’s Pancake Corral. Pero, sobre todo, sus padres le enseñaron que la lealtad en la vida era importante. En privado, Hernández le aseguró al gerente general de los Marineros, Jack Zduriencik, que tenía poco interés en marcharse. Cuando lanzó un juego perfecto en 2012, un triunfo 1-0 sobre Tampa Bay, los Marineros decidieron honrar la hazaña convirtiendo todo el parque de pelota en una versión de la Corte del Rey para su próxima apertura. Todos los aficionados recibieron una camiseta del Rey Félix y una pancarta con la K de ponche, y en un lluvioso martes en agosto, un total de 39,204 aficionados acudieron y gritaron.
«Es por eso que no me quiero ir jamás», dijo Hernández. «Es por eso que quiero ganar aquí».
Por supuesto, su compromiso hizo que la contratación de Robinson Canó fuera realidad y no una fantasía. Cierto, el contrato por $240 millones que los Marineros le dieron a Canó jugó un papel importante, pero si Hernández no hubiera aceptado ser parte de los cimientos del equipo, Canó dice que probablemente ni siquiera habría considerado a Seattle. «Félix es un gran tipo con un corazón enorme, todo mundo lo ama», señala Canó. «Naces con eso, creo. Es por eso que la gente viene a verlo».
Trout llega al plato por última vez contra Hernández, en el sexto inning, con los Marineros adelante en la pizarra por 4-1. Ignora el primer ofrecimiento de Hernández, una curva que se queda muy afuera de la zona de strike. Conecta de foul el segundo pitcheo, un cambio, y luego abanica cuando Hernández lanza su mejor curva del juego. Los aficionados se ponen de pie otra vez, gritando por algo especial. «Me dije a mi mismo, ‘Me he estado basando en mi cambio. ¿Saben algo? Vamos a usar la recta».
Hay algo hermoso acerca del envío de Hernández cuando se ve una y otra vez, durante el curso de una tarde. Es poderoso y compacto, pero su patada es un gatillo eficiente -siempre el mismo, como un metrónomo- y sorprendentemente elegante. Cuando va hacia adelante y lanza la pelota hacia el plato, es lo más suave que puede haber en el beisbol. Cuando llega el cuarto lanzamiento, Trout duda una milésima de segundo y para cuando hace el swing, ya es demasiado tarde.
«Le pasó de forma relampagueante», afirma Hernández. Termina el día con 10 ponches en siete entradas, dejando su récord en 6-0 en días de apertura. Pero son los tres turnos contra Trout los que permanecen en su mente luego del encuentro, incluso cuando Félix juega con su hijo en el vestuario. «Es divertido enfrentarse a tipos como él porque es un reto», dice Hernández. «Ese último turno, me miró, casi como sonriendo, y yo lo miré como diciéndole, ‘Esto es divertido, ¿no?”
Cada cuatro días
En las semanas que siguieron, los Marineros tuvieron un inicio lento, batallando para anotar carreras y mantener la ventaja en la pizarra. La ansiedad regresa. Pero cada vez que le toca el turno al Rey Félix en la rotación, es brillante. Se persigna, pone la pelota en su guante, se echa al equipo sobre la espalda y mantiene con vida las esperanzas de toda una ciudad.
¿Pueden imaginar lo que sería un juego de playoff, luego de todos esos años de anhelo? La piel se le pone de gallina, por el simple hecho de pensar al respecto.
«Este sitio podría ser así en cada juego», dice Hernández. «¿Y saben algo? Así será. Solamente observen».
Kevin Van Valkenburg
ESPN The Magazine