Aferrada a una pequeña Biblia, Gilda Velázquez se inclina sobre su hijo mientras se queda dormido con la ayuda de un poderoso sedante y una pegajosa melodía de caricatura que sale de un televisor portátil.
“Recuerda, tú eres cristiano, tú eres cristiano”, repite entre lágrimas a Yin Carlos, mientras camilleros se llevan al niño de 6 años al quirófano, donde recibirá un nuevo hígado.
Para cualquier familia afectada por enfermedades hepáticas, un trasplante de órgano puede ser la segunda oportunidad de vivir. Pero el procedimiento es casi un milagro en Venezuela, donde la crisis económica hace que incluso escaseen las agujas y los analgésicos.
Yin se beneficia de los esfuerzos de un cirujano radicado en Estados Unidos y su contraparte en Caracas, quienes han ayudado a salvar a docenas de niños venezolanos con males hepáticos. Los doctores ahora esperan replicar su éxito en un ambiente desafiante como Venezuela y asistir a cientos de niños de otras partes de Latinoamérica y el Caribe donde no se efectúan trasplantes pediátricos.
El doctor Tomoaki Kato, del Centro Medico de la Universidad Columbia, campus Nueva York, comenzó a realizar trasplantes en Venezuela hace una década después de ser contactado por el doctor Pedro Rivas, un cirujano de la Policlínica Metropolitana de Caracas.
Kato, nacido en Japón, dice que en aquella época ni siquiera podía ubicar a Venezuela en el mapa. Pero él y Rivas Vetencourt han realizado 50 trasplantes pediátricos con donantes vivos en el país, y gradualmente construyeron un gran equipo de profesionales médicos.
Con donadores vivos para trasplantes, los cirujanos retiran el hígado “dañado” del enfermo y lo reemplazan con parte del órgano sano del donador. Tanto el hígado del donador como la sección donada de órgano crecen hasta alcanzar su tamaño completo.
Kato y Rivas Vetencourt dicen que tienen una tasa de supervivencia de un año en más de 90% de los procedimientos que realizan en la Policlínica Metropolitana, resultado similar al que obtiene en Estados Unidos. Después de eso, el riesgo de infecciones o complicaciones cae radicalmente y casi todos los receptores de órganos llevan vidas largas y sanas.
El gobierno ofrece el 30% de financiamiento para el programa de trasplantes, que está dirigido a ayudar a familias pobres como la de Yin. Altruismo de otras personas, seguro médico y la familia del paciente pagan por el resto del procedimiento, que cuesta aproximadamente 20.000 dólares a la tasa más débil de los tres tipos de cambio oficiales que se manejan en Venezuela, lo que incluye un enorme descuento por parte de los cirujanos. La familia de Yin no tuvo que pagar un centavo porque el empleador del padre se hizo cargo del resto de la cuenta.
Horas antes de registrarse en el hospital el mes pasado para donar parte de su hígado a su hijo, Jean Carlos Fernández narró los últimos dos años infernales que el niño padeció. Yin hizo varias visitas a la sala de emergencias, con frecuencia faltó a clases, y la familia tuvo que vender su casa en la ciudad de Maturín para pagar los viajes en bus a Caracas para que se realizara exámenes y se determinará por qué el hígado del niño se cicatrizaba.
“El médico me dijo: ‘Si no consigue donante, el niño no va a llegar a la edad para tener novia”’, dijo Fernández, obrero de la construcción, mientras descansaba en el departamento de un pariente en la periferia de Caracas, en donde una foto del fallecido presidente Hugo Chávez se exhibía muy a la vista en la pared.
Yin, con el abdomen hinchado y con ictericia por la enfermedad, parecía ajeno a la operación que habría de durar 12 horas. El tímido niño, de voz suave, practicaba escribiendo el abecedario en un cuaderno y dijo que quería una piñata para su cumpleaños en julio.
Una vez que la cirugía estaba en progreso, una docena de médicos profesionales dirigidos por Rivas extrajeron el hígado moteado del niño mientras Kato, que dirigía a un equipo similar, cortó y extrajo una porción de 400 gramos del órgano sano del padre.
La Organización Mundial de la Salud dice que sólo alrededor de 150 trasplantes pediátricos de hígado se llevan a cabo cada año en Latinoamérica y el Caribe, casi todos en Argentina y Brasil, comparados con cerca de 600 de Estados Unidos.
“Muchos niños mueren cada año en Latinoamérica porque no tienen opciones locales de tratamiento para una enfermedad del hígado en fase terminal”, dijo el doctor Juan Carlos Caicedo, un médico colombiano que supervisa el programa de trasplante dirigido a niños y adultos hispanos en el Hospital Northwestern Memorial de Chicago. “Se necesitan muchos más programas de trasplante pediátrico en la región”.
La recompensa puede ser enorme en cuanto a vidas y dinero ahorrado. Un trasplante de órganos en Estados Unidos cuesta más de 500.000 dólares, mientras que en Latinoamérica sólo una fracción de ese total. Trasplantes exitosos también pueden ahorrar dinero al evitar años de diálisis costosas u otros tratamientos paliativos.
Con el respaldo de la diseñadora de modas venezolana Carolina Herrera, que conoció a Kato cuando realizó una operación que salvó la vida a su primo, los dos médicos crearon una fundación, FundaHigado America, para recaudar fondos para entrenar a médicos en Latinoamérica y el Caribe. Esperan lanzar el proyecto en la República Dominicana en los próximos meses.
Para los hospitales de la región, reclutar y entrenar talento es el mayor reto. Muchos latinoamericanos que estudian en Estados Unidos se ven fácilmente tentados a quedarse, como el mismo Rivas Vetencourt dice que estuvo después de completar sus estudios en la Universidad de Illinois-Chicago. Si vuelven a casa, las instalaciones y el personal no son tan avanzados, lo que dificulta más ofrecer la misma calidad de atención.
En Venezuela, actualmente conocida por una crisis en la atención médica y no por una medicina de vanguardia, las dificultades son incluso mayores. La Federación Médica Venezolana dice que más de 10.000 médicos han dejado el país en años recientes ya que los salarios, sobre todo en los hospitales públicos, cayeron con una moneda que ha perdido más de la mitad de su valor en el mercado negro tan solo en este año. Algunos de los médicos a quienes Kato y Rivas pasaron años entrenando están entre los que se fueron.
A medida que se profundiza la crisis económica en Venezuela, el gobierno ha dado menos dólares al sector privado, lo que produjo una escasez generalizada de suministros médicos y equipo.
“Esto es un aguacero, y tú tienes que mantener a la gente sin que se moje”, dijo Rivas.
Algunos hospitales, incluso el alguna vez prestigioso Hospital Universitario de Caracas, han tenido que suspender todas las cirugías. Kato dice que en ocasiones ha tenido que transportar en su equipaje clips vasculares y otros instrumentos difíciles de encontrar.
Pero los cirujanos dicen que los sacrificios valen la pena.
El pronóstico para Yin, que fue dado de alta esta semana del hospital, es que se recupere por completo. Pasará los siguientes tres meses convaleciente con su familia en Caracas y con una mascarilla para protegerse de una infección.
Aunque sigue igual de tímido, sonríe más cuando su familia bromea al decir que debió recibir un trasplante de lengua, y el blanco de sus ojos regresó a su color natural, una señal de un hígado sano.
Sus doctores Kato y Rivas Vetencourt también están emocionados porque, con cada vida salvada, un legado de conocimiento se queda en el país, que lleva mucho tiempo acostumbrado a perder a sus mejores médicos.
“Si vas, haces la cirugía y te regresas, no queda nada cuando el equipo de cirujanos parte”, dijo Kato. “Este es un enfoque distinto”.
AP