Por experiencia propia sabía que los hombres machistas estaban a la orden del día, pues había salido con quienes prometían el cielo y, después de que habían conseguido lo que querían, torpemente desaparecían. Por ello, su confianza hacia ellos había mermado
Algunos hombres tienen un comportamiento promiscuo cuando mantienen relaciones sexuales con varias mujeres, o cambian de pareja como de ropa interior, sin que se les cuestione por eso.
En cambio, cuando actúan como ellos, las mujeres pueden ser víctimas de fuertes descalificaciones, empleadas para cuestionar su pudor y su honestidad, una vez que caen en los brazos de ellos creyendo en promesas de amor tan efímeras que se desvanecen en un dos por tres.
Por consiguiente, si se trata de buscar culpables, los varones salen ilesos, incluso cuando provocan situaciones embarazosas a las mujeres que confiaron en ellos, en el momento en que creyeron en sus ilusorias promesas. Y, después de una noche de sexo, sólo quedan algunos calificativos peyorativos, por lo demás injustos, hacia las mujeres, mientras el ego machista crece a causa de una supuesta victoria.
1. Al igual que el polvo
que sopla el viento
Cerrando sus puertas al verdadero amor, hay hombres que viven absortos en la búsqueda de pasiones pasajeras y menosprecian las relaciones duraderas. Andan, por ahí, de romance, en romance, cual ave de flor en flor, creyendo que por ser varones pueden tener muchos amores, y retan así al destino que se les puede voltear para darles una merecida lección.
Por experiencia propia sabía que los hombres machistas estaban a la orden del día, pues había salido con quienes prometían el cielo y, después de que habían conseguido lo que querían, torpemente desaparecían. Por ello, su confianza hacia ellos había mermado.
En varias ocasiones, Eleonora, al igual que algunas de sus amigas, se había medio enamorado de quienes habían sido sus compañeros sentimentales de paso. No obstante, después de que esas relaciones se consumaron, cuando ya no había vuelta atrás, por arte de magia, esos amores, con sus recuerdos, se evaporaron, al igual que el polvo cuando sopla el fuerte viento.
Aun, después de que decidían ausentarse, esos hombres se atrevían a poner en tela de juicio la dignidad de la mujer que, en su compañía, había pasado la noche, sin considerar que las habían emborrachado, mientras les hablaban de amor eterno, para convencerla de que se entregaran, y seguidamente repudiarlas por ceder, hasta ponerlas al escarnio público de otros hombres que aplaudían una noche de placer sin compromisos, aunque las mentiras estuvieran de por medio.
2. Como el camaleón
que cambia de color
Eleonora conoció a Carlos, cinco años mayor que ella, de ojos claros, contextura fornida, y muy exitoso en su profesión. Como se había separado, lo cual le había causado mucho dolor y fuertes resentimientos, él decía que no volvería a cometer el mismo error de casarse nuevamente.
A pesar de lo anterior, cuando estaba en frente de una mujer que le gustaba, Carlos aseguraba que asumiría el compromiso otra vez, para lograr lo que quería.
Después, cuando ya le había hecho el amor a la fémina en cuestión, repentinamente, cambiaba de opinión, cual camaleón que vuelve a su color normal, una vez que el peligro pasa, pero, en este caso, cuando el momento de diversión termina.
Como podía deslumbrar a las mujeres que quería, Carlos estaba acostumbrado a salirse siempre con la suya. Apenas vio a Eleonora, decidió no dejarla escapar. La invitó a salir y trató de darle de beber más de la cuenta, pero ella se resistió, sabía cómo podía terminar aquel encuentro cuando perdiera la conciencia, y despertara al lado de él después de haber tenido sexo sin muchos recuerdos que contar.
En la tercera salida, Eleonora cayó rendida en los brazos de Carlos porque soñaba con estar en su lecho. Como sabía eso, él planificó una cena romántica. Ella se sentía en las nubes. Y él también se sentía igual, pero se negaba a aceptarlo. La noche se hizo maravillosa. Los dos se entregaron al amor, ella mucho más que él. Sin embargo, parece que eso a él poco o nada le importó, aunque, luego, descubriría que aquel encuentro sembraría sentimientos de amor que fácilmente él no olvidaría.
Después de la mágica experiencia, Carlos dejó de llamar insistentemente a Eleonora. Luego, la ignoró. No dejó de contarles a sus amigos con sumo detalle lo que había acontecido, mientras que ella evitó hablar al respecto porque demasiado le avergonzaba esa noche de amor con él.
3. Una que olvida,
y el otro que recuerda
Creyó Eleonora que mucho le costaría olvidar a Carlos, pero, cuando transcurrieron varios meses, poco se acordaba de él. No obstante, él sí la tenía presente. Aunque se lo negaba a sí mismo, cuando el recuerdo de ella llegaba a su mente, su corazón se llenaba de una pesadumbre que lo aturdía.
Arturo vivía cerca de la casa de Eleonora. Desde que, por primera vez, él la vio se sintió atraído hacia ella. Entonces, buscó acercársele, y lo consiguió. Ella lo consideró muy atractivo, por su sonrisa y ojos cafés, además de muy seguro de sí mismo, lo que mucho le agradó. Los dos eran contemporáneos. Empezaron a salir. Se enamoraron. Y se amaron tanto que no desearon vivir más el uno sin el otro.
Eleonora observó que Arturo era la excepción a la regla, diferente a los hombres que había conocido. Cuando él se lo corroboró, ella se le entregó plenamente, no había motivos para resistírsele, así también él lo hizo. Al tiempo se casaron.
Cuando Carlos se enteró, sufrió. Ella lo ignoró, no merecía su atención quien por alardear de sus conquistas ponía al escarnio público a las mujeres que en él habían confiado, mientras a ser muy varón él jugaba dejando con sus andanzas bastante que lamentar.
Una victoria
que se convierte
en derrota
*** En el presente, los que se dedican a juzgar a las mujeres que han cedido a sus encantos, despiertan el rechazo de los que no comparten la descalificación gratuita, y menos la injusticia.
*** Asimismo, por machismo, esos hombres que causan vergüenza a las que creyendo en sus promesas se les entregan, mientras las llenan de infelicidad, a sí mismos, la dicha se niegan, aunque esto no lo puedan reconocer debido a sus egos inflados
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas