Esta imagen sacudió a las personas alrededor del mundo. Algunos dicen que aceleró el fin de la Guerra de Vietnam.
«Siempre recuerdo aquel horrible día en el que huimos de la vida a la muerte», dice Kim, la niña en esa icónica foto. Ahora con 52 años de edad, ella vive justo en las afueras de Toronto; es esposa, madre y una superviviente inextricablemente vinculada a una fotografía que dominó las portadas en 1972, siete meses antes de que la firma de los Acuerdos de paz de París condujeran a la retirada de las fuerzas de combate estadounidenses de Vietnam del Sur.
Phuc dice que al principio odiaba la foto. La avergonzaba. Y luchaba con la publicidad que la rodeaba. Para ella, esto fue algo personal: capturó un momento de tormento… su rostro congelado en un agonizante lamento, momentos después de que un ataque con napalm la quemara y desfigurara de por vida.
De hecho, nadie culparía a Phuc si ella hubiese intentado escapar de la imagen tanto como fuera posible. Pero no es eso lo que hizo.
Después de una larga lucha, Phuc llegó a darse cuenta de que si su dolor y terror no hubiesen sido capturados en una fotografía ese día, el bombardeo –como muchos otros horrores de la guerra– podría haber quedado perdido en la historia.
Empezó a pensar en lo que la fotografía podría dar, en lugar de pensar en lo que podría quitar.
Eventualmente, la fotografía llegó a ser mucho más que la representación de un momento en el tiempo para Phuc… se convirtió en lo que ella llama «un camino hacia la paz».
«Me di cuenta de que si no podía escapar de esa fotografía, deseaba volver y trabajar con esa imagen por la paz». Y esa es mi decisión».
‘Puedo trabajar con esta fotografía por la paz’
Es difícil conciliar la angustia y el terror de la niña en la imagen con la cálida, relajante y encantadora presencia que hoy en día caracteriza a Kim Phuc.
Además de ser una amorosa esposa y madre, ella es una mentora y una embajadora de buena voluntad de las Naciones Unidas. Todos los años ella viaja por el mundo para contar nuevamente su historia de supervivencia a fin de crear conciencia acerca de la brutalidad de la guerra.
Además de su trabajo con la ONU, Phuc inició la fundación Kim Foundation International, una organización benéfica que ayuda a los niños que sufren a raíz de la guerra, al igual que ella hace tantos años. Su misión es ayudar a los niños más desfavorecidos que sufren por la guerra… por medio de la construcción de hospitales, escuelas y hogares para los niños que han quedado huérfanos. Phuc dice que ella planifica vivir su vida al servicio de esa misión.
«Esa es la razón por la que estoy verdaderamente agradecida porque hayan tomado esa foto y que yo pueda trabajar con esa imagen por la paz».
Phuc y su esposo solicitaron asilo en Canadá hace más de 20 años y han criado a dos niños allí. Phuc dice que ella es muy feliz en su «segunda casa» y que se siente satisfecha de que sus padres hayan podido unirse a ella en Canadá.
Ahora, dice Phuc, aquella niña aterrorizada de la foto «ya no está corriendo más… ella está volando».
No fue siempre así.
‘Vi a una niña, desnuda… corriendo’
En 1972, Phuc vivía en la aldea de Trang Bang, al norte de Saigón. Ella y su familia se habían refugiado en un templo cuando oyeron aviones por encima de ellos. Temerosos de que fueran bombardeados, corrieron afuera para encontrar seguridad, justo en el momento en que las bombas detonaron por todas partes del templo. Las bombas lanzaban napalm, un líquido inflamable que se adhiere a la piel humana, causando espantosas quemaduras cuando se encienden.
Phuc recuerda un calor intenso y un dolor atroz. Ella se arrancó la ropa en llamas de su cuerpo… y corrió.
Momentos después, un joven fotoperiodista de Associated Press tomó la fotografía de su vida. Nick Ut tenía solamente 21 años y ya era un fotógrafo de guerra experimentado cuando llegó a esa aldea de Vietnam del Sur.
«Miré a través del humo negro y vi a una niña, desnuda… corriendo», le dijo Ut a CNN este año.
El instinto se hizo cargo. Comenzó a tomar fotografías a medida que Phuc y los otros niños corrían directamente hacia él.
Cuando Phuc se acercó, Ut vio que partes de su piel se le caían. Ella se había arrancado la ropa para dejar de quemarse. El napalm ya había quemado su cuello, la mayor parte de su espalda y su brazo izquierdo.
«Dije: ‘Oh, Dios mío, no puedo creer que ella esté tan quemada'» recuerda Ut. «Dejé mi cámara en la carretera y traté de ayudarla».
Vertió agua en sus heridas y la cubrió con un abrigo. Tomó a Kim y a los otros niños y los subió a su camioneta para llevarlos a un hospital.
«Adentro de mi camioneta ella dijo: ‘Me estoy muriendo, me estoy muriendo’. Continué viéndola a cada minuto. Le dije: ‘Pronto llegaremos'».
«Aprendí a perdonar»
Phuc pasó más de un año en hospitales. Su familia temía que no sobreviviera. Se sometió a un sinnúmero de dolorosos injertos de piel y otras cirugías y, finalmente, se recuperó de sus heridas físicas.
Sin embargo, ella no podía encontrar la paz. Quería desaparecer. Incluso deseaba la muerte. Pensaba que si moría no tendría que sufrir mental, física y emocionalmente.
Empezó a estudiar diferentes textos religiosos en busca de respuestas. A los 19 años de edad, se convirtió al cristianismo y cree que su fe fue la que la ayudó a abrazar la vida de nuevo.
«Desde que me convertí al cristianismo, tengo una maravillosa conexión… mi relación con Jesús y con Dios».
Phuc dice que oró pidiendo ayuda: ella quería seguir adelante. Quería tener hijos.
«Y a partir de ese momento, aprendí a perdonar», dice.
Ahora Phuc irradia una inconfundible serenidad y paz cuando cuenta su historia. Dice que ve esa famosa foto simplemente como una de muchas bendiciones.
«Realmente quiero agradecerle a Dios por salvar mi vida cuando era una niña», dice. «Sin importar lo que me haya pasado, tengo otra oportunidad para estar viva, para estar saludable, para ser de bendición, para ayudar a honrar a otras personas».