Freddy J. Melo
Se nos acaba de ir Roberto Hernández Wohnsiedler, camarada de las mejores causas, amigo entrañable, teórico del proletariado, abogado antirrepresión, un imprescindible de los de Bertolt Brecht. En estos últimos meses, dura ha sido la siega.
Forjado en el PCV como militante de avanzada y en el estudio metódico de la teoría y la praxis del marxismo, alcanzó elevadas cotas de sabiduría que volcaba en sus escritos e intervenciones y le aseguraban la atención de quienes lo leían y escuchaban. Su desvelo mayor lo dedicó a la lucha por la unidad de la clase obrera –la adversaria estructural del capitalismo–, sobre cuyos hombros recae el peso fundamental de la transformación revolucionaria de la sociedad.
Tendía la vista hacia los panoramas sociales de la patria y del mundo, convencido con Bolívar, Marx y sus grandes discípulos de que la victoria profunda sólo es posible entrelazando los esfuerzos de los pueblos hasta alcanzar la capacidad para vencer al depredador más poderoso que la historia humana ha conocido.
El capitalismo, señalaba, “existe exclusivamente por la división de la clase obrera”, la cual, unida, constituye “una inigualable fuerza colosal”, y es paradójico que “no haya sido capaz de utilizar su enorme poderío para liberarse de la tiranía que sobre ella se ejerce, sobre todo si se toma en cuenta que, dado su puesto en el proceso de producción, ejerce una influencia en la sociedad que le hace posible unificar todas las fuerzas que no forman parte de la minoría explotadora”.
Su llamado para impulsar la Revolución Bolivariana urgía la unidad nacional de la clase obrera. Solo así, planteaba, pueden consolidarse y caminar hacia el futuro la organización revolucionaria, los consejos comunales, las comunas, los consejos de fábricas.
Y exhortaba a organizar una Constituyente Laboral, en vez de una Sindical, debido a la atomización y escasa representatividad de los sindicatos.
¡Roberto, camarada, gloria popular eterna!