Y con ese espíritu de “Iglesia pobre para los pobres” que caracteriza su pontificado, este papa decidió llegar primero no a los países más ricos, a los más extensos, a los que tienen mayor población y ni siquiera al suyo de origen, Argentina, sino a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Países con índices de pobreza económica altos y, a la vez, con índices de riqueza espiritual para él elevados, pues cuentan con porcentajes de los más significativos de población de fe católica.
En vísperas de su llegada, les envió este mensaje:
“Mi deseo es estar con ustedes, compartir sus preocupaciones, manifestarles mi afecto y cercanía y alegrarme con ustedes también. Quiero ser testigo de esta alegría del Evangelio y llevarles la ternura y la caricia de Dios, nuestro Padre, especialmente a sus hijos más necesitados, a los ancianos, a los enfermos, a los encarcelados, a los pobres, a los que son víctimas de esta cultura del descarte”
Será un viaje en el que podrá sentir ese abrazo de multitudes que desean verlo, escucharlo, palpitarlo, expresarle con su presencia ese lugar entrañable que Francisco ocupa ya en sus almas, en sus propias esencias.
Y dentro de esas multitudes no solo habrá creyentes católicos sino gentes de otras religiones, de otras creencias e inclusive ateos. Desde que fue elegido en marzo del 2013, este papa se ha transformado quizá en la persona más influyente del mundo. El Vaticano no tiene tanques o aviones tecnológicamente sofisticados, pero sí que está descubriendo un arma mucho más poderosa: “la humanidad de Francisco”.
A nivel personal pude sentir esa Humanidad desbordante aun cuando Jorge Mario Bergoglio era Cardenal. En abril del 2005, nada más fallecer el papa que recientemente el propio Francisco canonizó, Juan Pablo II, yo me encontraba en la Sala de Prensa del Vaticano, cuando se me acerca el padre Guillermo Marcó, quien entonces era el vocero de Bergoglio, para decirme que el Cardenal le había pedido buscarme para agradecerme personalmente en su nombre mi cobertura de un momento central de su propia vida; el fallecimiento de Juan Pablo II.
“Me acuerdo que mirábamos esa transmisión tuya con el Cardenal en ese momento y estaba muy conmovido por la transmisión que habías hecho”, me contaba el padre Marcó, quien añadía: “Me dijo que te agradeciera de corazón porque a él le había llegado, le había emocionado mucho el modo en el que vos habías narrado aquel suceso». El cardenal me dijo “agradécele profundamente porque siendo hebreo, cómo se le notaba profundamente emocionado por la muerte del papa” y eso a él lo conmovió de modo particular”, me aseguraba Marcó.
Para mí ese gesto mostraba ya una humanidad impresionante. Tener el detalle totalmente inusual de enviar a su vocero para agradecerme algo así. De hecho, con el paso de los años muchos son los que me reconocen haber compartido con nosotros, con Glenda Umaña y con todo el extraordinario equipo de CNN en Español, ese momento central de sus propias vidas, pero la única persona que se esforzó en hacérmelo saber fue precisamente el Cardenal Bergoglio.
Eso aumentó mi entusiasmo cuando, el 13 de marzo del 2013 tuve el privilegio de cubrir su elección como Obispo de Roma, título preferido por él. Junto a mi compañera, Adriana Hauser, pudimos ser los que transmitimos al lugar de origen de Bergoglio su elección. “¡Felicidades Argentina! ¡Felicidades Latinoamérica!», eran las palabras que en ese momento fluían con entusiasmo durante nuestra cobertura.
Posteriormente me enteré de que en nuestra audiencia en esos momentos, que llegaron a ser nominados para un Emmy, estaban desde parte de la familia del nuevo papa, hasta el Cardenal Pietro Parolín, quien hoy es el Secretario de Estado de la Santa Sede. La verdad es que siempre me sorprendieron el alcance y la carga emotiva enorme que pueden llegar a tener nuestras transmisiones.
Unos meses después de esta elección, sentí algo muy especial cuando el ya papa Francisco me reconoció en la Plaza de San Pedro en Roma. Entonces, aproveche para agradecerle la deferencia que tuvo de enviar a su vocero para agradecerme mi cobertura del fallecimiento de Juan Pablo II, y tuve la oportunidad de entregarle un rosario simple, de madera de olivo que le había traído de Tierra Santa. Tras bendecirlo me lo devolvió, como suele hacer en esos casos, pero su sorpresa fue mayor, “ah, ¿es para mí?”, preguntó, cuando yo le dejaba el rosario en sus manos.
En los próximos días tendré un nuevo privilegio al poder acompañar a Francisco en los, creo, siete vuelos papales que lo llevaran por tres países de Latinoamérica. Será una oportunidad de sentir la cercanía de ese gran líder que ahora tiene no solo la Iglesia sino en muchos aspectos el ser humano. También él espera este reencuentro con su añorada Hispanoamérica. Su mensaje de estos días a Ecuador, Bolivia y Paraguay lo concluía con esa sencillez y humildad que marcan su Pontificado: “Muchas gracias, hasta prontito y, por favor, no se olviden de rezar por mí.»