Hoy la política en esencia se hace entre mentirosos, que ni siquiera lo hacen pensando en un fin noble, sino que lo hacen por intereses económicos y de poder de grupos o individualidades absolutamente ajenas a las mayorías
Aristóteles definió la política como «el arte de lo posible», y también expresaba que la política era la «búsqueda del bien común». Sin embargo otros opinan que «la política es ahora el arte de hacer posible lo imposible».
Por otra parte, Groucho Marx, de manera más burlesca e irónica, decía que «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Sin embargo, lo que nadie puede negar es la relación entre la política (como un arte y no una ciencia) y la mentira.
Muchos durante años han utilizado a Maquiavelo como excusa, repitiendo esta frase que aunque nunca dijo han pretendido que lo sintetiza: «el fin justifica los medios», idea que permite hacer de la mentira, una acción cotidiana e incluso racional del ejercicio de la política moderna. Este principio, construido en la época cuando la sociedad en un 95% era iletrada, sacada de contexto y aplicada hoy, podría ser transitoriamente útil, pero está inevitablemente destinada al fracaso.
En la contemporaneidad, una cosa es asumir que la política es el arte de la persuación en función de un proyecto político o ideológico, y otra es asumir que es el arte del engaño. Imaginar que hoy, en la era de las redes sociales, internet, mass media, dispositivos electrónicos y digitales, se puede engañar políticamente con plena impunidad moral, es querer pagar muy caro el ejercicio de una profesión fundamentalmente noble, y desvirtuada por el pragmatismo y la mercantilización de la política.
La esencia de lo político es el poder, sus relaciones y fuerzas, y la esencia de una política revolucionaria es lograr que el poder sea de las mayorías, en contra de la realidad que hoy no ha cambiado ya que el poder sigue siendo de las minorías, por tanttan este momento, la democracia sigue siendo una política absolutamente revolucionaria, siempre que el ejercicio de la misma no sea para reproducir el modelo representativo, sino, sea para sumar cada vez más por la consagración de la democracia participativa.
Sin embargo, hay políticos que, vinculados con la construcción de un modelo de política revolucionaria, en el momento de acceder al poder, en lugar de persuadir a las mayorías para el desarrollo y mantenimiento del modelo, optan por mentir, ya que es imposible sostener con la verdad la ineficiencia de quienes pretenden aplicar el modelo. Mientras esto pasa, los que se oponen, desde la misma escuela política, avanzan en la descalificación del modelo gobernante, pretendiendo engañar a las mayorías que han decidido no retroceder ante esquemas que han demostrado por décadas en todo el mundo que oprimir a las mayorías no es positivo para ningún pueblo, aún cuando esta opresión sea edulcorada con «desarrollo».
Al final, hoy la política en esencia se hace entre mentirosos, que ni siquiera lo hacen pensando en un fin noble, sino que lo hacen por intereses económicos y de poder de grupos o individualidades absolutamente ajenas a las mayorías, aunque unos digan que es en nombre de la revolución y otros digan que es en nombre de la libertad.
Pero no todo es fatal. Repensar la política parte del principio fundamental de para quién se hace, y la evaluación permanente de las acciones vinculadas con el discurso. Hoy más que nunca, hacer política es un arte, pero no de la mentira, porque la gente no es pendeja, es el arte de la esperanza viable, de la utopía realizable, el arte de la eficiencia y la eficacia, el arte de lograr lo mejor para todos, o por lo menos para la gran mayoría.
Hacer política con mayúscula, definitivamente no es exaltar un discurso nacionalista, derogando unos decretos que generaron molestias con los paises vecinos, dándoles al final la razón, pero pateando la mesa con un muy buen elaborado mensaje ante la Asamblea, que lo único que no mencionó fue lo más importante: la supresión de la causa del conflicto diplomático, retrocediendo ante la presión internacional.
Pero hacer política definitivamente tampoco es llamar a la paz y el diálogo político con guarimbas y hablando de «la salida», o empuñar la defensa del territorio venezolano como discurso, pero sin ser capaces de reconocer que cuando el gobierno pone el tema en el tapete, a pesar del trasfondo, es un avance importante para la opinión pública nacional, es por eso que al final nos engañan, mienten, pero además lo hacen mal, subestiman al pueblo, humillándolo.
Hoy es imprescindible lo nuevo, y eso no nace sólo un rostro fresco pero con las mismas prácticas del pasado. Todos tenemos la responsabilidad de permitirnos lo nuevo, lo distinto, lo revolucionario, ese no solamente es el reto, sino, el objetivo que nos permita salir de la crisis.
Nicmer Evans
aporrea.org