Veinte puertas con barrotes de apertura eléctrica, laberínticos pasillos y un sinfín de cámaras y guardasseparan el acceso al penal Altiplano I de la celda de Joaquín “El Chapo” Guzmán, donde el hedor y el silencio se filtran hacia el interminable túnel que le permitió escapar.
La calma, especialmente densa en el pabellón de Tratamientos Especiales donde está la celda, sólo es interrumpida por la multitud de periodistas que por turnos entran estos días a la prisión de máxima seguridad para tratar de entender un poco más esa fuga de película.
Guzmán compartía ese pabellón, de 20 celdas, con otros 17 reos que asisten sin interés a una visita organizada por el Gobierno mexicano para mostrar el lugar a dos decenas de medios extranjeros y hacer un alarde de unas medidas de seguridad que parecen una broma de mal gusto ante la sorprendente fuga del delincuente.
Los reos visten todos de color caqui y apenas son visibles a través de las rejas. Los periodistas intentan observarlos y reconocerlos cada vez que la comitiva de seguridad que los acompaña, o más bien trata de controlar su curiosidad, se relaja un poco.
No en vano en el penal Altiplano I están recluidos Servando Gómez “La Tuta”, el peligroso líder de los Caballeros Templarios; Édgar Valdez Villarreal “La Barbie”, operador del cártel de los Beltrán Leyva, y José Luis Abarca, exalcalde de Iguala, acusado de la desaparición de los 43 estudiantes de Guerrero en septiembre pasado.
Un preso con el pelo canoso lee tranquilo unos papeles sobre un catre en la celda 15, a sólo cinco metros de distancia de la marcada con el número 20, la de “El Chapo”, y más tarde llega por el pasillo otro reo de aspecto inofensivo, calvo y con algunos kilos de más al cubículo de al lado, custodiado por dos guardias.
“¿Tuviste visita?” Le consulta un custodio. Asiente. “¿Todo bien?”, vuelve a preguntar el custodio. “Sí”, responde escueto con la cabeza gacha el recluso, que camina con las manos cruzadas en la espalda.
Más tarde, los integrantes de otro grupo de reporteros dicen haber visto a “La Tuta” y aseguran incluso que les ha espetado un “Que les aproveche”.
Para llegar al pasillo donde se encuentran las celdas de la 11 a la 20 es necesaria mucha paciencia. Recibidos por una torrencial lluvia, los visitantes tienen que mostrar en una decena de ocasiones su rostro y una identificación frente a una cámara o al funcionario de turno de alguna ventanilla.
Por interminables turnos pueden por fin los periodistas recibir su codiciado trofeo, dos minutos dentro de la celda de “El Chapo”.
El catre cubierto con una manta marrón claro, la cámara que captó las últimas imágenes y, por fin, la estrella de ese cuarto de dos por tres metros y dos puertas de hierro: la famosa ducha donde se encuentra el agujero más famoso de la historia carcelaria de México, y tal vez del mundo. Por lo menos de los últimos tiempos.
Los objetivos de las cámaras de prensa apuntan uno tras otro al fondo del orificio de 50 por 50 centímetros, que parece no tener fin. Por allí se fue “El Chapo”, repiten los reporteros, todavía incrédulos.
Con la orden estricta de no hacer preguntas al personal del presidio y no llevar ni bolígrafo ni libreta para anotar los detalles, la visita termina con más preguntas que respuestas, como sucede con todo este caso, causante de la indignación de la sociedad mexicana por el tufo de corrupción que lo envuelve.
En los alrededores del penal sorprende la cantidad de terreno en obra y de camiones de construcción, en parte por los trabajos de mejora del Sistema Cutzamala, que garantiza el suministro de agua a la Ciudad de México y al Estado de México.
También impacta la austeridad de las casas de la zona, muchas carentes de saneamiento.
Pero el asombro es aún mayor en el traslado al inmueble desde el que se construyó el túnel de 1,5 kilómetros que conecta con la celda del temido jefe del cártel de Sinaloa. A medio construir, se erige en medio de verdes campos y sin edificaciones a su alrededor, resguardado por policías y militares fuertemente armados.
En el horizonte se aprecia el penal, que por un extraño efecto visual parece más lejano, mucho más lejano, que lo que la longitud del túnel indica.
Además de la distancia, la orografía ondulada del terreno permite comprender por qué tanto en la celda como en esa casa se construyeron conductos verticales de más de 10 metros de profundidad hasta llegar a los extremos del largo pasaje subterráneo, donde con una moto fue extraída la tierra en una tarea de muchos meses que sólo por el poder corruptor de Guzmán pudo pasar inadvertida.
Ansiosos por entrar al inmueble, los reporteros se quedan esta vez sin premio, pues la lluvia ha anegado el túnel y el fiscal del caso ha pedido que no se acceda allí hasta que se drene el agua, según una fuente del Gobierno mexicano.
Con estas últimas palabras y el posterior ronroneo del motor de los vehículos de la comitiva que abandonan la zona, el silencio reina de nuevo también en ese lugar, el mismo sepulcral silencio de la celda número 20.