En Venezuela no hay una democracia, sino una hegemonía despótica y depredadora con una fachada de democracia. Lo que no debemos apuntalar sino evidenciar
Cada vez que la hegemonía perpetra un desmán muy ostensible, sobre todo en el dominio de la restricción de los derechos políticos de sus opositores, se produce un tipo de respuesta similar entre no pocos voceros de las fuerzas afectadas: se trata de una demostración de debilidad… Es decir, el atropello sería un signo de debilidad. Lo que pasa con la referida respuesta, es que se viene escuchando desde hace muchos pero muchos años, y todavía la hegemonía sigue imperando, luego la debilidad como que no ha sido tan débil.
Si inhabilitan a dirigentes políticos de la oposición, es un signo de debilidad… Si defraudan los procesos electorales con consabidas o novedosas manipulaciones, es un signo de debilidad… Si hacen, deshacen, decretan o sentencian a su real saber y entender de su conveniencia política, es un signo de debilidad… Si persiguen, encarcelan, torturan, exilian y hasta asesinan, es un signo de debilidad… Sólo faltaría argumentar que el mantenerse en el poder a través de todos estos factores, y otros más, es un signo de debilidad…
Pues no, nada de eso es, necesariamente, un signo de debilidad de la hegemonía. Puede ser, más bien, lo contrario: una demostración de la debilidad de los grupos políticos que se le oponen. Recordemos que en la lucha política, la fortaleza y la debilidad son realidades relativas. Muy parecido, por cierto, a la competencia deportiva. Un equipo puede estar objetivamente debilitado, pero si el equipo contrario lo está aún más, entonces esa debilidad se puede traducir, incluso, en fortaleza.
Un repaso al entorno venezolano del presente, conlleva inexorablemente a reconocer el debilitamiento del régimen que encabeza Maduro. La mega-crisis económico-social, los conflictos endógenos del oficialismo, el avasallamiento de la violencia, entre tantos elementos, ayudan a explicar la desconfianza y el rechazo abrumador que suscita el desgobierno de Maduro. La mayoría de las encuestas lo reflejan. Es muy cuesta arriba pensar que podría ser de otra manera. El debilitamiento es real.
La credibilidad de Maduro, Cabello, Rodríguez y los demás representantes más notorios de la hegemonía, es precaria, para decirlo con levedad. La capacidad de éstos para engatusar a la gente, a la usanza del predecesor, también es precaria. El agobio social y económico no hace sino crecer. Estamos muy mal y vamos peor. No hay nada que permita avizorar una mejoría de la mega-crisis. La preocupación central de los venezolanos es tratar de conseguir comida, medicinas, y que no los asalten en la calle o en sus viviendas. Venezuela ha entrado en terrenos de crisis humanitaria. Y todo eso es, repito, debilitamiento real.
Pero para que ese debilitamiento se transforme en cambio político real, hace falta que se fortalezcan los contrapesos políticos y sociales. Hace falta un mayor empuje, más beligerancia, más participación. Las votaciones anunciadas para diciembre son un escenario que debe aprovecharse, pero que también debe ampliarse con la lucha en todos los ámbitos del repertorio constitucional. Uno de ellos, desde luego, el de la expresión de la realidad venezolana en todos sus peligros. Sin cortapisas ni colorantes.
En Venezuela no hay una democracia, sino una hegemonía despótica y depredadora con una fachada de democracia. Lo que no debemos apuntalar sino evidenciar. Por ello, el que el poder perpetre un desmán, un atropello, una violación brutal de derechos puede ser, en teoría, un signo de debilidad. Pero también puede ser al revés, un signo del aprovechamiento de la debilidad de los sectores afectados, para defenderse. Y esto último se parece más a lo que viene pasando en Venezuela. Reconocerlo es indispensable. Ignorarlo es fatal.
Fernando Egaña